Lo fácil hubiese sido recurrir a cualquiera de las múltiples
fotografías que han circulado por redes y medios de comunicación impresos en
las que hemos podido contemplar cómo se daban codazos los políticos para
conseguir un lugar de preferencia. ¿Dónde? En Fitur (Feria Internacional de
Turismo), por supuesto. Poco importó el frío para lanzarse otro año a la
aventura del Ifema (Institución Ferial de Madrid). Que solo tiene dos accesos.
Y como son más los que muestran que aquellos que preguntan, demandan y se
interesan, los atascos son peores que las colas mañaneras de la TF-5. Nosotros,
los realejeros, estuvimos bien representados. Ahí tienen la instantánea que se
remitió desde el Consistorio. El reparto de un millar de folletos bien valían
la pena y el esfuerzo. Aunque habría resultado más productivo contratar a tres
parados para ejercer tan abnegado sacrificio. Lo que sí tuvo gran éxito fue el puesto
de castañas que puso Haroldo en una de las entradas, apoyado en todo momento
por un concejal portuense, quien añadía al cucurucho preparado por aquel una
sardina salada de esas que aún pueden verse por los mercados en recipientes circulares
de madera en perfecta formación. A falta de pejines de La Graciosa.
Lo fácil hubiese sido recurrir a la ola de frío que visita
territorios peninsulares dibujando bellas estampas. Para los que vemos las
imágenes por televisión. Aunque preguntado el viejito de turno acerca del
particular, le espetó a la intrépida reportera que si esperaba que nevara en
verano. Yo no sé si coincidirán ustedes conmigo, pero cada vez se hacen más
tonterías con un micrófono en la mano. Nos ponemos al lado de un charco para
que un camión nos enchumbe (ensope o empape). Abrimos el paraguas para que el
viento se lo lleve. Nos acercamos al mar que bate con fuerza para que la ola atrevida
ponga el adecuado contrapunto. Los tiempos vuelven, decían siempre los abuelos
cuando la naturaleza se desataba. Y aquí en Canarias solemos ser también
olvidadizos. Como si huracanes, temporales de lluvia y plagas de langosta no
hayan sido moneda corriente en décadas no tan lejanas.
Lo fácil hubiese sido sentarme ante la tele y almorzar con
el debate de ayer en Teobaldo Power. En el que Fernando Clavijo medía sus
fuerzas. Y me silban desde lo alto de Garajonay que el filósofo Casimiro, quien
ya era político profesional desde antes de acabar la carrera en la universidad
lagunera (avanza por la cuarta década de sus andanzas por lomadas y barrancos),
calificó ciertas posturas de otros grupos como “cosas de la juventud”. Y se
atrevió a hablar de personalismos. Situó a La Gomera, a mi querida Gomera, como
centro del mundo mundial, como ejemplo y paradigma del bien hacer… Me traen a
la memoria estos mensajes que me trasladan al ínclito Domingo González Arroyo,
El Marqués, ahora venido a menos porque todo lo que sube acaba por darse el
talegazo. Pon espejos en el salón, Carolina. Muchos. Para que también se mire
un fisco Román, que va de sobrado con su móvil incluso cuando le replican. Vaya
nivel.
Lo fácil hubiese sido escribir unas líneas de las reiteradas
peticiones de indulto. Esa medida especial de gracia por la que la autoridad
(in)competente se ‘pasa por el forro’ una sentencia firme de cualquier tribunal
de justicia y perdona toda o parte de la pena a que había sido condenada la
persona que lo solicita. Moda a la que se han sumado areneros, cargos públicos
y ladrones de mayor o menor porte. Y como los asuntos del Consejo de Ministros,
órgano encargado de repartir las prebendas, nos quedan muy lejos, andan por ahí
pululando delincuentes convictos y confesos sin haber puesto un pie en el
recinto al que fueron remitidos tras el fallo pertinente a la espera del maná
que los exonere. Manda trillos.
Lo fácil hubiese sido lanzarme a la aventura de comentar los
pasos atrás que se intuyen en el Reglamento de Participación Ciudadana del
ayuntamiento de Los Realejos, ahora en la fase de información pública, pero me
tomaré este fin de semana para estudiar el tocho. Porque Manolo, Sandra y resto
del personal se creen que las asociaciones están para acudir solo a sus
convocatorias de actos del bien quedar, en los que priman fotos y
rentabilidades políticas. Pero que no alcen la voz ni molesten mucho, no sea
que se constipen. Una fiestita, una merienda, un desfile y un par de bailes,
sí. Una intervención en una sesión plenaria, una demanda vecinal, una
reclamación, una denuncia, no. Como en el cotejo con el anterior se comprueben
retrocesos y pérdidas de derechos, sepa el señor alcalde que muchos locales y
centros esparcidos por la geografía municipal no se hicieron con el ánimo de
convertirse en tascas de vino, moscas y chochos y mucho menos como templos de
alabanza de los dirigentes de turno. Y de esfuerzos y realizaciones para la mejora
de los diferentes núcleos de población no nos da lecciones nadie. Mucho menos
los que se han convertido en figurines y patrones de una descomunal mercadotecnia.
Lo estudiaremos.
Eso hubiese sido lo fácil. Pero como estábamos en las puertas
de un fin de semana, que yo presuponía de descanso hasta que me llegó la tarea
antes comentada, decidí no escribir de lo anteriormente expuesto, apagué el
ordenador y me tumbé a la Bartola. Y puedes pensar lo que creas conveniente
porque ni siquiera la conozco (a la tal Bartola).
El próximo lunes hará 32 años (tenía yo 36) que en el
edificio consistorial de la Plaza de la Unión, hoy biblioteca (porque la UNED se
fue para Garachico ya que Domínguez no gasta perras en boberías), me
ascendieron de categoría. Ahora, en otro edificio, cuya construcción se inició
en aquella década de los ochenta, otros cargos pretenden echar tierra a muchos
logros. Es, debe ser, la nueva progresía. Me pongo a estudiar.
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