martes, 27 de junio de 2017

Cerca de

Retomo la actividad tras unos días de asueto –en los que no dejé nada programado para ir aprendiendo a desconectar del todo– y sostener que vuelvo con las pilas cargadas, tópico de rigor, sería un atrevimiento porque el calor en Maxorata aplastaba al más pintado. Seguí, pues, en la distancia la derrota del Tenerife en Madrid. ¿No vendimos, quizás, la piel antes de cazar al bicho? ¿Y para qué tanto enfado con lo de africanos? Si se trata de otra válvula de escape, de las tantas a las que nos tiene acostumbrados el fútbol, vale. El tratamiento (des)informativo de la tele canaria, otro despropósito para enmarcar.
Matizo que sí hubo la excepción de marras con el artículo ‘La deriva de Radio Realejos’, que no solo ha superado el millar de visitas sino que mereció la reproducción en el boletín de la Asociación de la Prensa de Tenerife, circunstancia que agradezco a su presidente, y maestro en estas lides periodísticas, Salvador García. Bien sabe él que no cejaremos en el empeño, aunque, aparentemente, machaquemos en hierro frío, de velar por unos medios de comunicación públicos que cumplan mínimamente con los preceptos consagrados en el artículo 20 de la Constitución.
Cuando a mis oídos llegaron los cánticos gloriosos del gomero Casimiro hacia la nueva ley del suelo, un camino hacia el futuro, olvidé que podría dedicar unas líneas a los defensores (hasta qué punto alcanza la imbecilidad de muchos forofos) de quienes evaden impuestos ante un organismo (Hacienda) que viene a ser como un fotomatón para el resto de mortales. Pero como me trasladé a Las Abiertas por si a mis hortensias les había hecho mella la subida de temperaturas, se me fue el santo al cielo cuando pulsé determinado botón del receptor radiofónico del coche. Y así surgió este otro parecer.
Escuchaba ayer por la mañana cómo se quejaba un vecino del barrio santacrucero de Juan XXIII por todos los comentarios surgidos en torno al asesinato de una persona en plena calle. Debido todo ello, añado yo, a lo fácil que resulta estigmatizar sin profundizar en mayores razonamientos.
En la ojeada rápida a las versiones digitales, compruebo que el lamento está más que justificado. Porque la mayoría de informaciones al respecto comienzan con un llamativo titular de ubicar el lugar de los hechos en el propio núcleo poblacional. Que se matiza en la entradilla con un sugerente en los alrededores de o con un cerca del popular barrio. Cuando no barriada, para recalcar la condición de conflictividad. Y para mayor escarnio, con el aditamento de la foto que ilustra el suceso. Que no se corresponde con el lugar de los hechos, pero sí con unos bloques de viviendas que sugieren mucho más morbo.
Me vienen a la memoria los recuerdos de cuando en la década de los setenta del pasado siglo obtuve mi primer plaza de maestro propietario en la ya desaparecida Agrupación Escolar Mixta San Antonio. No pocos fueron los que me advirtieron del “peligro” de ir a trabajar a esa barriada villera. Años y cursos aquellos que supusieron una etapa de grato recuerdo profesional y que me permitió compartir vivencias con unas gentes maravillosas. Allí impartí docencia y allí viví un período de mi vida. Y con muchos de aquellos alumnos sigo manteniendo alguna relación en la actualidad. Aunque sea a través de la virtualidad de las redes sociales. Especial emotividad el reencuentro, no ha tanto, en un colegio de Breña Alta, con Reyes Linares.
O como acontece aún con La Vera o La Montañeta. Espacios que arrostran prejuicios como una lacra. Y que si algo merecen, sería, en todo caso, el aplauso sincero por su lucha en aras de conseguir mejoras sociales y deseos de apartar la pesada losa que a forma de sambenito le han endosado. Son, deben ser, los tics de una sociedad que se lava las manos ante los hechos desagradables con el expresivo no son de aquí. ¿No ha pasado algo desagradable en tu entorno y siempre son de fuera los causantes?
Me apena, no obstante, que los tópicos se adueñen, igualmente, del reportero. No está el gremio para deslices tales. Y bien harían los comentaristas con guardar mejor celo en el oficio. Y no dejarse remolcar por la corriente de lo fácil. Porque las manchas son difíciles de quitar. Los desagravios no se solucionan con remiendos ni zurcidos. Una vez causado el daño, la marcha atrás se antoja complicada.
Ilustro el presente con una foto de Las Salinas del Carmen (Fuerteventura), ardilla incluida, porque insertar una de cualquiera de los territorios que se mencionan, supondría caer en el mismo recurso fácil de cualquier periódico al uso.

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