martes, 6 de junio de 2017

¡Felicidades, don Antonio!

Intercambiamos dos palabras en el día de ayer con Álvaro Hernández Díaz –a quien le agradezco el detalle de su ‘Niágara de versos y prosas’; tras su lectura habrá valoración, palabrita de Jesús– acerca de lo difícil que se nos hizo la etapa de colaborador de prensa. Porque en los pueblos, al pensar de los editores, ni se venden ni se leen los diarios provinciales. Algunos realejeros algo de ello sabemos, ya que lo sufrimos.
Aun así, me apetece en la presente ocasión rescatar del baúl un artículo que bajo el lema Desde La Corona, publicó El DÍA un ya lejano 28 de mayo de 1995. Y si se fijan en su inicio, el acto que se reseña tuvo lugar el 5 del citado mes. Lo destaco para que se hagan una idea de los considerables retrasos que sufríamos los pueblerinos. Cuando no debíamos volver a remitirlos porque se perdían. Llevó por título el que se deja mencionado en la cabecera de este post bloguero y hago –hice– una breve semblanza del eminente químico, nacido en este pueblo el 27 de octubre de 1917. Al que tuve la fortuna de hacer una larga entrevista en su domicilio… Pero, mejor, echemos la vista  22 años atrás y…
En la noche del viernes, 5 de mayo, se hizo entrega de la Medalla de Oro de la Villa de Los Realejos al Profesor Emérito de la Universidad de La Laguna don Antonio González. En un solemne acto, celebrado en la Casa de la Cultura, se reconocieron méritos a un grupo de personas que, en sus diversas facetas, han contribuido al realce de este pueblo norteño. Me va a perdonar el resto de homenajeados, pero en la presente ocasión quiero dedicar este comentario a la figura de un mago de Los Realejos, cuya labor está muy por arriba de cualquier frontera. Puede que haya una próxima oportunidad en la que el Padre Siverio, Santiago –para siempre ‘el cura de la Cruz Santa’– y Luciano (q.e.p.d.) sean protagonistas de un nuevo artículo. No estuvo don Antonio presente en el acto comentado. Recogió la condecoración su hermano Pedro. De lo que el prestigioso pintor dijo del galardonado, se ha hecho eco este diario. Por lo tanto, me ceñiré a otros aspectos.
Tuve una amena charla con don Antonio el pasado 25 de marzo. En esa mañana de sábado, en medio de una calima insoportable, tuvo a bien recibirme en su domicilio del Paseo de la Manzanilla el ilustre científico. Y aunque el motivo de mi visita era una entrevista, debo aclarar que la misma se tornó en una distendida y amena conversación. De realejero a realejero, hablamos de casi todo, hicimos un recorrido rápido por toda una vida dedicada al estudio y a la investigación. Pero por arriba del científico se encuentra un hombre de una profunda honestidad, que ama a su tierra hasta el punto de haber rechazado, en reiteradas ocasiones, ofertas atractivas de varias universidades extranjeras, de una voluntad a prueba de bombas –aunque lo militar no le traiga, precisamente, buenos recuerdos–, un luchador infatigable por y para la Universidad de La Laguna. Decir don Antonio, es decir Instituto de Productos Naturales Orgánicos, al que, con 77 años a las espaldas, sigue acudiendo día a día, siempre que no se vea afectado por transitorias indisposiciones, como la que le privó acudir a Los Realejos, al pueblo que le vio nacer, para recoger el justo premio que el Ayuntamiento, por unanimidad de todas las fuerzas políticas que lo conforman, le otorgó.
Me recibió don Antonio, en el día referenciado, apoyado en un bastón. Me comenta su última aventura, una operación a corazón abierto en la capital de España, y que le dejó alguna secuela en su pierna derecha. Pero la constancia y férrea voluntad de un hombre dedicado al trabajo, sus frecuentes paseos por la Vega lagunera estaban produciendo sus efectos. Y cuando no salgo, trabajo en casa. Trabajo, tesón, lucha..., características que heredó de su padre, al que recuerda como un hombre de profundas ideas liberales.
Cuando acabe el curso, cuando el período vacacional haga acto de presencia, y tanto el científico como este aprendiz de casi todo tengan un resquicio en su trabajo, me daré otro salto por la Manzanilla, porque tenemos otro asunto pendiente. La humildad de don Antonio es tal que, insatisfecho por lo que me había contestado, me insinuó la posibilidad de otra charla para hablar, única y exclusivamente, de un particular que no quiero adelantar, no sea que alguien se me copie. Sé que va a ser difícil, pero me gustaría que ese día hiciese frío en La Laguna. Y es que La Laguna sin frío, no parece La Laguna.
Algún día también, puede que me anime a publicar el contenido de tales conversas. Pero por lo pronto, la efectuada en el mes de marzo, tiene que esperar a que cumpla la inicial función para lo que fue realizada: servir de apoyo a una asignatura denominada Periodismo científico.
Tengo la sensación, no, mejor aún, el convencimiento de haber entrevistado, más que a una gran personalidad, a una gran persona. Las múltiples distinciones, los innumerables premios y reconocimientos no se le han subido a la cabeza. Al contrario, este mago de Los Realejos se sigue encontrando raro en los actos solemnes que rodean esos agasajos.
Don Antonio salió de El Realejo siendo muy niño. Pero recuerda sus subidas a Las Llanadas, donde el fuerte olor de las moriánganas fue marcando, tal vez, su posterior trayectoria. En la actualidad, cerca de donde estuvo la casa que lo vio nacer, está la calle que lleva su nombre. Y me habló de sus venidas al pueblo desde Valle Guerra, desde la que hoy se denomina Casa de Carta, en busca de dinero para pagar a los obreros que trabajaban en la finca de su padre. Y sufrió las consecuencias de lo que pesaban los duros de antes. ¡Mira tú que darle una bolsa llena al chico, si el pobre no podía con ella!
Soy consciente, don Antonio, de la llamada de atención que me hizo con respecto a los periodistas. Tras una experiencia americana, se nos muestra el investigador un tanto receloso, porque nunca se sabe qué es lo que van a publicar. Espero, como contrapartida, haber acertado en este pobre artículo. Solo me ha guiado, en estas breves líneas, sumarme a los muchos que, una vez más, le habrán felicitado.
Debo confesar, no obstante, y será tema de otro comentario, el que estos actos proliferen en etapas preelectorales. A nivel general, no excluyo a pueblo ni partido político alguno. Hay más hechos noticiables en este mes que en los tres años y once meses anteriores. Y digo esto, porque, bien lo sabe don Antonio, que también hablamos de Quintos Centenarios y otras montadas varias. Pero será, repito, motivo del siguiente artículo. Estas boberías no pueden empañar, en manera alguna, los méritos contraídos de quienes se han hecho dignos acreedores al reconocimiento de la Villa de Los Realejos.
Mis felicidades a todos. En especial a usted, don Antonio. No solo por una dilatada trayectoria en el campo de la investigación, sino por haberme permitido convertirlo en protagonista de uno de los artículos que Desde la Corona hacen acto de presencia en EL DÍA. Desde esa atalaya hoy he querido cantar a un Hijo Predilecto de este pueblo. ¡Felicidades, don Antonio!
El contenido de la entrevista a don Antonio (fallecido el 11 de octubre de 2002), una vez finalizado el curso 1994-1995 y cumplido el objetivo para la asignatura referida en la Facultad de Ciencias de la Información, vio la luz en los suplementos dominicales (La Prensa) los días 24 de septiembre y 1 de octubre del año 1995. A disposición queda del ayuntamiento realejero por si le parece conveniente para el programa de actos que se van a llevar a cabo con motivo del centenario de su nacimiento. Puede que pasen a ocupar idéntico lugar en el que terminaron unas décimas, unos sonetos y un romance, entregados al concejal de cultura en el año 2013 (2º centenario de la muerte de Viera y Clavijo): la papelera. A los insumisos que no juramos bandera (que se lo digan a  este alférez de complemento, allá por la década de los setenta, cuando estaban naciendo los iluminados de ahora mismo), ajo y agua.

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