viernes, 30 de junio de 2017

Fin de curso

Anoche tuve un sueño. Como le aconteció a Martin Luther King allá por 1963 en su discurso de Washington. Y cuando desperté, el calendario indicaba un sugerente 30 de junio. Fecha que señala el final de la etapa lectiva escolar y el inicio del periodo vacacional para un colectivo, el docente, que merece toda nuestra consideración y el máximo de los respetos. No tanto porque ocho cursos atrás formaba parte del gremio, que también, cuanto que en este intervalo de periodismo freelance opino, con aciertos y errores, de temas que surgen de un amplio espectro de casuística bien dispar. Y por si pueden surgir interpretaciones varias con respecto a la oración (compuesta) anterior, traduzco al román paladino: Escribo de lo que me dé la realísima gana. Y le rindo cuentas a un servidor. Lo aclaro porque he notado desvaríos en ambos extremos de la Escala Wechsler de inteligencia para adultos. Test psicométrico que evalúa la comprensión verbal, el razonamiento perceptivo, la memoria de trabajo y la velocidad de procesamiento. Si me hubiese promocionado entre el alumnado, pongamos que de Secundaria, a buen seguro que con la ayuda de un buen diccionario, y unas dosis de sentido común, habrían salido airosos del trance.
Se caracteriza la sociedad actual por tener a su alcance variopinta gama de canales informativos. Sin embargo, y bajo el paraguas de una doble óptica, debo reconocer, y no me duelen prendas hacerlo, que la ignorancia se cuela con pasmosa facilidad por los múltiples vericuetos que las nuevas tecnologías ponen a nuestro alcance.
Agarramos una alcachofa y, por arte de birlibirloque, nos convertimos en intrépidos reporteros. Compramos un potente ordenador, le suministramos una considerable velocidad de navegación y, con el auxilio de las redes sociales, ingenieros de toda la vida. Nos regalan un móvil última generación e, ipso facto, corresponsales, cuando no académicos, científicos, en suma, genios a lo Harry Potter. Y lo de la piedra filosofal, arenisca que se vuela con la brisa.
Dotados de tantos artilugios, presumiendo de ayudas, sostenes y bastones, hemos relegado al más ominoso de los abandonos aquellos aspectos elementales que antaño denominábamos cultura general. No leemos, con lo que la interpretación de un sencillo texto constituye una prueba de difícil superación. Escribimos rematadamente mal porque viste bien lo que se denomina economía del lenguaje, que consiste en suplir las carencias alimenticias con la ingesta masiva de tipos, caracteres, vocablos…
Se imponen emoticonos, mucha mímica. Emitimos sonidos guturales al más puro estilo troglodita. Somos expertos informáticos en un mundo en el que predomina la soledad. No hablamos porque vivimos enganchados. Compartimos espacios donde reina el silencio más absoluto. Comunicarnos entraña sacrificio.
Y aun así el maestro persevera porque entiende que la relación humana no puede ser suplida por máquina alguna. Y quema pestañas en aulas y pasillos porque se percata de que la tropa lo precisa. Y concibe que debe prestar ese servicio a la comunidad. Y se vuelca cada día en aras de un progreso consecuente. Y se bate el cobre para que las herramientas no fabriquen esclavos.
En consciente, sin embargo, de que el entorno no ayuda demasiado. Que las influencias más allá de las lindes colegiales son tantas que causan profunda mella. Que el efecto imitación de tanto adulto aborregado es hándicap a superar. Las circunstancias desfavorables parecen ganar la batalla cada día. Mas ni con esas arroja la toalla. La vocación le puede.
Hoy, 30 de junio, permíteme, maestro, que te felicite. Comienzas ahora un merecidísimo descanso. A sabiendas de que a la vuelta, al regreso, a la rentrée, tendrás que extirpar nuevos pólipos adheridos. Serán las algas, hongos, virus y bacterias que pululan por las rendijas veraniegas.
Y cuando digo, y escribo, MAESTRO –ahora en mayúscula–, no es menester recurrir a la cursilada para englobar a todo el colectivo. Manifestado queda, filólogos de nuevo cuño.
En solidaridad, me tomo, asimismo, unas holganzas. Necesito pensar, recapacitar. No me hallo cansado, pero la mente exige una desconexión. En el ínterin, puede que haga una limpia. Porque no demando lectores a los que luego deba halagar por el favor prestado. Estoy harto de los que se echan flores y reivindican manos por arriba. De los que creen que su ombligo es el centro del universo. Por ello, maestro, admiro esa labor que tiende a romper estereotipos. Haces buena, en tu ámbito, claro, la sentencia de Juanito Cruz: “Al periodismo lo hemos asesinado entre todos, pero puede salvarse”. No perdamos la esperanza. A pesar de tanto consentido (normalmente, analfabeto funcional: individuo incapaz de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones habituales de la vida cotidiana), el futuro está por escribir. Hasta luego.

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