lunes, 31 de julio de 2017

Lo prometido es deuda

Lo prometido es deuda. Aquí estamos de nuevo. A sabiendas de que los destinatarios de los dardos, y presuntos implicados a consecuencia de los denominados efectos colaterales, preferían el mutismo, mi silencio. Que siguiera agostado, como en este mes de julio que hoy concluye. Pero uno es consciente de que alongarse Desde La Corona constituye sano ejercicio para quienes son capaces cada día de perder unos minutos en la lectura de unos párrafos que, peor o mejor pespuntados, pretenden despertar conciencias. ¿Llamadas de atención? ¿Aldabonazos? Vale. Y a ellos me debo. Y por ellos escribo. Y a quienes se pican (qué verbo más rico en acepciones) sin motivo aparente y recurren a la vieja táctica de mezclar churras con merinas, el consejo de que cuenten hasta diez. O más, si por un casual han creído atisbar negros nubarrones que se ciernen sobre conciencias obnubiladas. Porque, y no es conveniente olvidarlo, Jesús se responsabiliza de lo que escribe, no de cuentos, dimes y diretes. Mucho menos del me dijeron que. O del interpreto que quisiste plasmar. O si no lo pensaste, que te conozco.
Por lo tanto, situados todos en el platillo de la balanza que hayan estimado menester, procede emitir opiniones por escrito. Y como estas son libres, y consagradas por precepto constitucional, tras haber redactado varios millares de artículos, que fueron publicados en diferentes foros, mientras la razón siga acompañando mis pasos, me siento en la imperiosa necesidad de teclear criterios, juicios. Como aquellos que se refugian en la nicotina. Cada cual se droga con lo que crea conveniente.
Ya de preámbulo está bien. Es más, he pecado por exceso. Que pareciera que deba justificar algo. Vamos al meollo. Que es cuestión de seso.
Estuve en Lanzarote hace dos semanas. Y observé, al tiempo que padecí, las colas para acceder a lugares emblemáticos como Jameos del Agua, Cueva de los Verdes, Jardín de Cactus, Montañas del Fuego… A pesar de visitas anteriores, era oportuno que los nietos disfrutaran de tan maravillosos parajes. Y cuando uno se sumerge en la vorágine, le invade el escepticismo. Porque no es normal que se hable de déficits en instalaciones que deben suponer inmensa satisfacción para los encargados de hacer caja cuando se echa el cierre cada tarde. Que son una mina, vamos. Aunque no sé yo si la exclusiva dependencia de dicha industria (turística) no podría conducir a la isla a un cataclismo de consecuencias imprevisibles si cualquier imprevisto diera al traste con la gallina de los huevos de oro. Con el añadido, y a la numerosa casuística me remito, de que la gestión de las administraciones públicas no ha brillado por su excelencia. Y han campado por sus respetos la corrupción, las trapisondas y el meter la mano donde no se debía. Ha habido momentos en que la guardia civil cambió sus acuartelamientos por determinadas sedes institucionales. César no estaría contento.
La foto es de La Graciosa. Tomada el 11 de julio próximo pasado. Escenas habituales en Caleta de Sebo. Ya escribí un artículo tiempo atrás en el que expresaba mi visión de la avalancha. De cómo se exprime un territorio frágil hasta extremos insospechados. Y todo en aras del progreso. De unos avances (supuestos) de los que más tarde o más temprano los propios gracioseros se lamentarán. Porque la isla no puede aguantar la presión a la que se halla sometida. La devoran sin remisión. Ni siquiera se ha sido capaz de desarrollar adecuadamente el Plan Rector de Uso y Gestión del Archipiélago Chinijo (Parque Natural).
Escuchaba a Manrique en un documental que se ofrece el visitante en el auditorio de Los Jameos. De su intento de proteger Lanzarote de los aludes urbanísticos. De su visión horizontal del planeamiento. De sus principios estéticos. En suma, del buen gusto. Hace 25 años se nos fue en un desgraciado accidente en la rotonda de Tahíche, bien cercana a la actual Fundación. Los solares cedidos a los hijos de La Graciosa fueron vendidos al mejor postor en los años en que el dinero corría fácil. Y las utopías fueron enterradas con el ideario estético manriqueño: arte/naturaleza. No basta con echar la mirada a los adefesios que hormiguean por Canarias. Y copiamos errores para general regocijo. En La Graciosa se ha dado sepultura al diálogo respetuoso con el medio natural.
Alguno de los asiduos veraniegos me saltó a la yugular cuando trasladé al blog mi comentario de meses atrás. Se me argumentaba que los habitantes de la octava merecían idéntico tratamiento al resto de ciudadanos canarios. A costa, reitero mi idea, de cargarse un entorno privilegiado. Y cuando se desvanezca el sueño y los billetes se volatilicen, reclamaremos con urgencia otro cerebro bien amueblado que recomponga el entramado. Y al pie de las ruinas lloraremos amargamente.
Mañana será agosto. Si a bien lo tienen, aquí estaremos. Ya mis vacaciones pasaron.

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