lunes, 14 de agosto de 2017

Despistes

Me asalta la duda de si podemos definir a Rajoy como el prototipo de hombre despistado. Porque sus lapsus (resbalón, desliz, error) no pueden deberse a falta de capacidad intelectual para afrontar, con ciertas garantías de éxito, el más mínimo enfrentamiento verbal (sin plasma). Pero como se atorrolla (Explicación: Lo tenía todo bien aprendido, pero cuando salió ante el público se atorrolló de mala manera) más de la cuenta, uno duda.
Despistes, y despistados, existen para dar y tomar. Mentes lúcidas en la historia han adquirido fama no solo por sus indudables valores, sino, además, por distracciones que han marcado época. Ejemplos, a porrillo. Y sin ser ningún genio, ¿a quién no se le han extraviado las llaves? Mejor, ¿quién no las ha buscado hasta decir basta y las tenía en el bolsillo, o, quizás, en el lugar de costumbre? ¿Cuántos se han roto los cascos pensando dónde demonios se halla el lápiz –que hasta hace un segundo estaba ahí– y pasea con él en la oreja durante buen rato. O aparcar el coche y no acordarte en qué lugar. Ya lo del burro, estando montado en el animal, me parece demasiado.
Sé de uno que se bajó a comprar una caja de cigarros, se entretuvo hablando con unos amigos, y cuando regresó, a lugar equivocado, armó la marimorena porque se le habían llevado el auto con la mujer y el hijo dentro. Y se fue a denunciar el hecho a la policía. Y entre todos lo encontraron… donde lo había dejado estacionado. Solo había cambiado algo la cara de pocos amigos que ahora presentaba la parienta.
Leí hace unos días las peripecias de cierto motorista italiano que recorrió no sé cuántos kilómetros sin percatarse de que el paquete –su pareja– se había quedado en la gasolinera donde repostaron y estiraron las piernas. Y recordé que no hace falta ir tan lejos. Te cuento:
Varias décadas atrás, en el lugar de la foto (El Penitente), tuvo Chicho su herrería. Donde también se hallaba el mercado municipal. Y donde un servidor hizo las prácticas con la Autoescuela Casanova para sacar el carné de conducir (finales de los sesenta). Pues bien, nuestro protagonista de hoy, el susodicho Chicho, era el vivo ejemplo del despistado elevado a la enésima potencia.
Cierto día, concluida su jornada laboral, cuando estaba a punto de coger la moto para regresar a su domicilio en El Toscal (La Ladera, para ser más exactos), se tropezó con Pepe (era, junto a su hermano Manolo, fontanero del ayuntamiento) y se prestó a llevarlo para el barrio (estos vivían bien cerca, en Los Beltranes, del domicilio de aquel). Dicho y hecho. O tal vez no.
–Súbete.
Tira Chicho carretera adelante y cuando alcanza el destino…
–Bueno, ya llegamos, bájate.
Y mira para detrás. Ya sabes que para apearse de este tipo de vehículo, debe hacerlo primero el de atrás. Como nadie respondió, casi ni pone el pie en el suelo…
–Coño, ya Pepe se cayó y yo no me di cuenta. Me cago…
A deshacer el camino. A todo lo que la moto daba por aquellas estrecheces de La Dehesa (cincuenta años atrás) y rezando para que no le hubiese pasado nada. Mientras le daba al magín porque él no había escuchado ninguna caída ni grito alguno.
En el Salto del Barranco vislumbra a Pepe que venía caminando y sin magulladura aparente.
–Chacho, ¿qué te pasó? Traigo unos nervios…
–No, a mí no me pasó nada, porque ni siquiera esperaste a que me montara, saliste como una escopeta y allí me quedé yo como un tolete. No me diste tiempo ni para pegarte un chillido.
Al segundo intento sí lo llevó. Y ahora viraba el ojo de vez en cuando. Por si acaso.
Esos son despistes famosos y no los que ahora te brinda Internet. Haz la prueba y observarás que todos se reducen a que tal o cual enseñó algo. A ligerezas interesadas yo no juego. Seguro que tú podrás reseñar otros muchos ejemplos.

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