sábado, 12 de agosto de 2017

Niágara de versos y prosas

Han transcurrido dos meses largos. Porque fue el 5 de junio próximo pasado, y en la piscina municipal, cuando Álvaro Hernández Díaz me hizo entrega de un ejemplar del libro que se deja reseñado y cuya portada ilustra este post de hoy sábado 12 de agosto, onomástica de Agilberta (confesor), Alejandro -el Carbonero- (obispo, mártir y patrón), Aniceto (mártir), Casiano (obispo), Crescenciano (mártir), Digna (mártir), Esteban (confesor), Eunomia (mártir), Euplo (diácono y mártir), Euprepia (mártir), Eusebio (obispo), Felicísima (mártir), Felicísimo (mártir), Félix (mártir), Fotino (mártir), Gerardo (mártir), Gratiliano (mártir), Herculano (obispo), Hilaria (mártir), Juan (mártir), Julián (mártir), Juliana (mártir), Largión (mártir), Macario (mártir), Muredac (obispo), Nimia (mártir), Porcario (abad), Segene (abad) y Sergio (confesor). Quién hubiera trincado (sin dobles) esto de la Internet cuando era uno más joven. ¡Ah!, ¿Tú no has leído, verbigracia, aquello de que este libro se terminó de imprimir (en nuestro caso Tipografía García, de La Perdoma) el 29 de enero, día de San Sulpicio Severo? Pues eso.
Le adelanté al autor en el propio vaso piscinero que me había gustado el prólogo del otro Álvaro, el junior. Quien labró el terreno para que el senior sembrara la simiente, lamentándose, al momento de soltar los bártulos de la labor, por si no lo preparó adecuadamente, aunque sostiene, y de casta le viene al galgo, que “puedo prometer y prometo que aré lo que pude”.
Parida la criatura en el año de la sexagescencia, se me invita en la dedicatoria a dar mi parecer (Espero tu crónica; ya tú verás) y a ello se dispone este otro componente del Mester de Juglaría, no sin antes demandar clemencia por la tardanza. Pero el no haber perdido la manía de tener sobre la mesa de noche varios ejemplares  ̶ ahora me dio por (re)leer una colección de 100 volúmenes, Ediciones Orbis, más o menos del año de la pera ̶  me retrasó el cometido. Pero como nunca es tarde, si la niña está buena (que decía un amigo), heme aquí ante la pantalla del ordenador. No ha tanto quedaba bien lo de un folio en blanco.
Consta el compendio (muestrario, antología) de 26 poemas, 16 relatos, 6 humoradas, 2 obras teatrales y 16 crónicas, paridos –y paridas– en el “silencio orfebre y la fértil soledad”, y que se exponen a la “pública vergüenza”, no sin reclamar la consabida indulgencia. Por cierto, ¿ya lo adquiriste? En las librerías del pueblo se halla. Y barato. Cómpralo, hombre, y fomentamos el comercio local. Porque no pretenderás que yo te lo cuente de pe a pa, como hacíamos antes cuando salíamos del cine y le dábamos a la lengua hasta las tantas con las andanzas del fulano y ese final apoteósico cuando la chica despierta de su obnubilación por el malo y se queda para siempre jamás con... Y me dejo de películas, que me enrollo.
Nos deleita Álvaro en sus poemas con una variopinta temática y amalgama en apacible crisol rimas, sentires y, en suma, el fruto de años de paciente quehacer. Collage de fuegos, evocaciones, coplas, poemillas en flor, amores, querencias, amistades, juegos, lugares, rincones… Y la chispa, una constante.
Relatos de aquí y de allá, a vuelapluma o cargados de profundas reflexiones. Desde unas sugerentes tardes con Aline a las historias de Cayetano. Me quedo con estas. Y la invitación para que en próxima entrega conozcamos las peripecias al completo. Que no sé si fueron paridas en los tiempos de la vieja Olympia, la macabir que balbuceaba el pequeño o ya son fruto de avances informáticos.
Las ocurrencias de quien maneja el humor en cualquier situación no podían faltar en el compendio. Quienes entendemos, me incluyo, que sacarle chispa (me repito por si no captaste antes su inclusión) a la vida es el más sano ejercicio para el peregrinaje vital, las humoradas constituyen  el contrapunto perfecto. Poco importa que el meollo sea el sastre de Tarzán o una singular Campanitas en versión macarrones. Los angelitos negros de Antonio Machín se echarían unas risas. O se mandarían unas carcajadas.
Conocíamos, por su estrecha relación con el Pago de Higa (zona orotavense), las dos obras de teatro que se incluyen en el libro. Muchos parajes perdomeros fueron recorridos por quien estas líneas suscribe en frías noches de villancicos en el mes de diciembre de algunos años idos. Por lo tanto, El Cerrudo (Belén viviente), así como la intermediación de José Manuel Ramos en la compraventa de una cosecha de papas, con la chiripitifláutica celebración “donde las chicas guapas”, nos conducen al buen hacer de Teatruva.
Por último, un conjunto de Crónicas que ponen brillante remate a una exquisita degustación. Desde la remembranza de don Víctor, el salesiano cura de Los Altos, hasta la explicación de cómo se da el paso (atrás) para continuar compartiendo saberes a través de la figura de Cronista Oficioso, que no Oficial.
Variado, atractivo, divertido. Buena cosecha de las gavetas de un coleccionista nato y de un curioso impenitente. Un símil para los que ya presumimos de cierta edad: como las ventas de antes. Caudal, torrente (también cinéfilo convicto y confeso, que Facebook dé fe), un buen chorro de pipas  ̶ me faltaba el aderezo autóctono ̶  con que regar la platanera del saber (porque había que traslucir la vena gorvoranera, o dejaría de ser yo).
Gracias, Álvaro, por la entrega. A la espera quedamos del próximo alumbramiento, que ya metido a editor, pa´lante.

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