viernes, 22 de septiembre de 2017

Echar más leña al fuego

Otro incendio. Otra triste quema forestal. Invariable, casi cíclico, cada corto periodo de tiempo. Tremendo azote que destruye el bien más preciado del que pueda presumir un territorio. Un rico patrimonio que es pasto de las llamas. Los unos, agresivos; los otros, voraces. Pero todos consumen un legado natural a velocidad de vértigo cuando se aúnan elementos que constituyen un cóctel explosivo. Y la componente humana, claro. Porque es penoso contemplar cómo se descuida el entorno de los núcleos habitados. Donde zarzas y helechos conforman la yesca perfecta. Con una naturaleza tan abrupta que difícilmente los medios aéreos pueden ejercer una labor mínimamente satisfactoria.
Eran las fiestas de Toscal-Longuera del año 1984. En el terreno adquirido por el ayuntamiento para que albergara el colegio del barrio, y a la espera de que la Consejería de Educación licitara las obras, se había habilitado un pequeño campo de fútbol. Donde se celebró algún acto del programa festivo. Y allí estábamos cuando nos llega la noticia de la aciaga tragedia de Agando. Con Paco habíamos coincidido en varias reuniones. Fue un mazazo.
Un año antes, también en septiembre, fuimos testigos directos de una catástrofe de colosales dimensiones. En la que miles de voluntarios nos lanzamos al monte en un ejercicio que ahora sería tildado de locura. Y quedaron grabados lugares para siempre, como Los Campeches o la Pasada de las Vacas. Calificar aquella chifladura, que durante cinco largos días nos trajo a mal vivir, sería harto complicado. Lo más adecuado que se me ocurre es de auténtica enajenación.
Pero corramos tupido velo y retornemos al momento actual. Cuando los medios técnicos y materiales para combatir el fuego, así como la organización del operativo que conlleva, superan con creces aquel desorden de años idos. Pero (ay, el dichoso pero) se me siguen planteando demasiadas interrogantes. Y esta congoja desemboca, casi siempre en que el exceso de información no conduce a buen puerto. Es tanta la avalancha que nos llega a través de los diferentes canales, que de tal atiborramiento se provoca una indigestión neuronal de carácter grave. Y cuando se sostiene la programación con el único afán de mantener récords de audiencia y de horas en antena, las reiteradas repeticiones de imágenes, entrevistas a mansalva y declaraciones de todo bicho viviente que pasa por delante del objetivo, flaco favor al periodismo. Y a la ciudadanía en general.
Sí, la tele canaria peca por exceso. Puede que para compensar el señor Negrín las horas bajas por las que atraviesa. Dejen trabajar tranquilos a los que se vuelcan de verdad. No busquen el titular fácil metiendo la alcachofa en la desgracia ajena. Idéntico ruego a los políticos en convocatorias de ruedas de prensa y en acudir a determinados lugares para retratarse con las llamas al fondo. No pretendan dar brincos a la fama mientras otros se juegan la vida.
A los del gremio: un llamado a la profesionalidad. Ustedes no son protagonistas de nada. Sean serios y contrasten. Porque no cabe dentro de los cálculos de la normalidad el que el Parador de Tejeda haya sufrido innumerables daños, para unos, mientras que para los otros los deterioros apenas han sido significativos.
Acabé el día de ayer agotado con la canción de los 20 metros de altura que alcanzaron las llamas en algunos puntos. El fuego asciende en función de la vegetación que encuentra a su paso. Y en el del año 83, antes mencionado, el entonces gobernador civil, Eligio Hernández, escapó de chiripa ante una lengua ascendente por un barranco cuando su coche apenas hacía unos segundos que había pasado por el lugar en la pista forestal por la que transitaba. Suerte que no tuvo Afonso un año después ocupando idéntico cargo.
Y qué decir de la superficie afectada. O arrasada. O quemada. Con qué alegría se miden hectáreas. A sabiendas de que el pino canario se recupera con facilidad pasmosa. A pesar de que los caprichos del fuego realizan extraños dibujos en las áreas supuestamente devastadas. Donde se pueden contemplar enormes manchas incólumes dentro de un perímetro que se daba por perdido en su totalidad.
No es mejor el examen del alumno que rellena veinte folios ante el que con tres le bastó para sintetizar las respuestas correctas. No echen más paja al asunto. Que es gran virtud el ser comedido. Y aun entendiendo la enorme preocupación del viejillo que dejó el ganado atrás cuando fue evacuado, ¿se debió a una ocurrencia del guardia civil de turno? Me provocan arcadas los comportamientos de esos intrépidos reporteros que se privan por añadir el morbo del herido, cuando no el muerto, para que el accidente sea más noticiable.
Y ya terminó por llenarme la cachimba una encuesta del periódico Canarias7. De esas que, con enorme rigor científico, se inventan los medios de comunicación para tener entretenidos a sus lectores. Con esta pregunta de marras: ¿Creen que el operativo contra incendios ha funcionado correctamente en Gran Canaria? Eso, echar más leña al fuego, activo aún cuando debía pincharse en el Sí, No, o NS / NC. Me alegro de no conocer al lumbrera que tuvo la infeliz ocurrencia. Lo mismo le hubiese arrimado un fósforo.
A pesar de los pesares, Gran Canaria, isla a la que voy cada tres por dos, saldrá adelante. Y si tengo que acudir a echar una mano en una repoblación forestal, cuenten con este viejito. Yo llevo la guataca.

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