Otro incendio. Otra triste quema forestal. Invariable, casi
cíclico, cada corto periodo de tiempo. Tremendo azote que destruye el bien más
preciado del que pueda presumir un territorio. Un rico patrimonio que es pasto
de las llamas. Los unos, agresivos; los otros, voraces. Pero todos consumen un
legado natural a velocidad de vértigo cuando se aúnan elementos que constituyen
un cóctel explosivo. Y la componente humana, claro. Porque es penoso contemplar
cómo se descuida el entorno de los núcleos habitados. Donde zarzas y helechos conforman
la yesca perfecta. Con una naturaleza tan abrupta que difícilmente los medios
aéreos pueden ejercer una labor mínimamente satisfactoria.
Eran las fiestas de Toscal-Longuera del año 1984. En el
terreno adquirido por el ayuntamiento para que albergara el colegio del barrio,
y a la espera de que la Consejería de Educación licitara las obras, se había
habilitado un pequeño campo de fútbol. Donde se celebró algún acto del programa
festivo. Y allí estábamos cuando nos llega la noticia de la aciaga tragedia de
Agando. Con Paco habíamos coincidido en varias reuniones. Fue un mazazo.
Un año antes, también en septiembre, fuimos testigos
directos de una catástrofe de colosales dimensiones. En la que miles de
voluntarios nos lanzamos al monte en un ejercicio que ahora sería tildado de locura.
Y quedaron grabados lugares para siempre, como Los Campeches o la Pasada de las
Vacas. Calificar aquella chifladura, que durante cinco largos días nos trajo a
mal vivir, sería harto complicado. Lo más adecuado que se me ocurre es de auténtica
enajenación.
Pero corramos tupido velo y retornemos al momento actual.
Cuando los medios técnicos y materiales para combatir el fuego, así como la
organización del operativo que conlleva, superan con creces aquel desorden de
años idos. Pero (ay, el dichoso pero) se me siguen planteando demasiadas
interrogantes. Y esta congoja desemboca, casi siempre en que el exceso de información
no conduce a buen puerto. Es tanta la avalancha que nos llega a través de los
diferentes canales, que de tal atiborramiento se provoca una indigestión
neuronal de carácter grave. Y cuando se sostiene la programación con el único
afán de mantener récords de audiencia y de horas en antena, las reiteradas
repeticiones de imágenes, entrevistas a mansalva y declaraciones de todo bicho
viviente que pasa por delante del objetivo, flaco favor al periodismo. Y a la
ciudadanía en general.
Sí, la tele canaria peca por exceso. Puede que para
compensar el señor Negrín las horas bajas por las que atraviesa. Dejen trabajar
tranquilos a los que se vuelcan de verdad. No busquen el titular fácil metiendo
la alcachofa en la desgracia ajena. Idéntico ruego a los políticos en
convocatorias de ruedas de prensa y en acudir a determinados lugares para
retratarse con las llamas al fondo. No pretendan dar brincos a la fama mientras
otros se juegan la vida.
A los del gremio: un llamado a la profesionalidad. Ustedes
no son protagonistas de nada. Sean serios y contrasten. Porque no cabe dentro de
los cálculos de la normalidad el que el Parador de Tejeda haya sufrido
innumerables daños, para unos, mientras que para los otros los deterioros
apenas han sido significativos.
Acabé el día de ayer agotado con la canción de los 20 metros
de altura que alcanzaron las llamas en algunos puntos. El fuego asciende en
función de la vegetación que encuentra a su paso. Y en el del año 83, antes
mencionado, el entonces gobernador civil, Eligio Hernández, escapó de chiripa ante
una lengua ascendente por un barranco cuando su coche apenas hacía unos
segundos que había pasado por el lugar en la pista forestal por la que
transitaba. Suerte que no tuvo Afonso un año después ocupando idéntico cargo.
Y qué decir de la superficie afectada. O arrasada. O
quemada. Con qué alegría se miden hectáreas. A sabiendas de que el pino canario
se recupera con facilidad pasmosa. A pesar de que los caprichos del fuego realizan
extraños dibujos en las áreas supuestamente devastadas. Donde se pueden contemplar
enormes manchas incólumes dentro de un perímetro que se daba por perdido en su
totalidad.
No es mejor el examen del alumno que rellena veinte folios
ante el que con tres le bastó para sintetizar las respuestas correctas. No
echen más paja al asunto. Que es gran virtud el ser comedido. Y aun entendiendo
la enorme preocupación del viejillo que dejó el ganado atrás cuando fue evacuado,
¿se debió a una ocurrencia del guardia civil de turno? Me provocan arcadas los
comportamientos de esos intrépidos reporteros que se privan por añadir el morbo
del herido, cuando no el muerto, para que el accidente sea más noticiable.
Y ya terminó por llenarme la cachimba una encuesta del periódico
Canarias7. De esas que, con enorme rigor científico, se inventan los medios de
comunicación para tener entretenidos a sus lectores. Con esta pregunta de
marras: ¿Creen que el operativo contra incendios ha funcionado correctamente en
Gran Canaria? Eso, echar más leña al fuego, activo aún cuando debía pincharse
en el Sí, No, o NS / NC. Me alegro de no conocer al lumbrera que tuvo la
infeliz ocurrencia. Lo mismo le hubiese arrimado un fósforo.
A pesar de los pesares, Gran Canaria, isla a la que voy cada
tres por dos, saldrá adelante. Y si tengo que acudir a echar una mano en una
repoblación forestal, cuenten con este viejito. Yo llevo la guataca.
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