jueves, 5 de octubre de 2017

Intransigencia

Volví ayer a la piscina municipal tras el parón del mes de septiembre, como cada año, para obras de mantenimiento. Algo más tarde de lo habitual porque nos tocó el reparto colegial de los tres nietos. Y tal cometido significa palabras mayores para personas de cierta edad.
El primer amigo con el que tropecé, tras el saludo de rigor, me preguntó qué me parecía la situación de Cataluña. Y le contesté en idéntico sentido al que utilicé hace unas semanas en Las Abiertas ante similar situación con un señor que debía rondar los ochenta. A saber, no lo tengo claro, mi opinión no está nítidamente definida. Debo sufrir el dilema de querer entender a los unos y a los otros. No comparto sectarismos, me pierdo en los procedimientos, pero atisbo demasiada intransigencia.
Colegimos los interlocutores que se van perdiendo las viejas mañas. Hablando se entiende la gente, era máxima de obligado cumplimiento en las más básicas normas sociales y buena muestra de un modelo de educación que ponía de manifiesto que la disparidad de criterios era elemento enriquecedor. También lo de un respetito es muy bonito. Otro lema que parece haber sido relegado al ostracismo más puro y duro. Por mor, pienso, de una obcecación que ha roto los moldes del saber escuchar, del tira y afloja dialéctico y del intercambio sosegado de pareceres.
Hemos alcanzado un punto de actitudes tan cerriles que se fija como premisa la no aceptación de comportamientos, opiniones o ideas diferentes de las propias. Nos hemos convertido en burros que damos vueltas en la noria sin mayor horizonte que un cortísimo campo de visión. Mis dictámenes, mis veredictos son estos y no tengo otros. Tampoco estoy abierto a que otros osen contradecir aquello que dicta mi privilegiado magín. No se transige con lo que pare mi cacumen.
Llevo unos días repasando los manuales de historia en los que se han convertido las redes sociales y no salgo de mi asombro con sentencias de inmensa enjundia para los unos, como de colosal vacuidad para los otros. Porque se perdió, asimismo, la posibilidad del término medio donde ya no es posible hallar la virtud, que se estilaba. Y que tan buenos resultados dio en multitud de facetas de la vida.
Transigir es consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia. También, ajustar algún asunto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa.
Estas definiciones teóricas han tenido, desde siempre, una plasmación en la práctica cotidiana que ha permitido el avance social. Pero han hecho acto de presencia las intolerancias y los sectarismos. Con aditamentos impregnados de insultos y descalificaciones. El respeto a todo lo que discrepe de las ideas propias se ha convertido en una entelequia. Nadie se baja del burro. Y con tal carga, el pobre animal no puede dar un paso.
Se imponen modismos por parte de un sector de la población, más o menos amplio, y los que no entren por el aro del pensamiento único se convierten en apestados. Si ahora mismo se me ocurriera alegar que soy monárquico, tras el controvertido discurso del que, constitucionalmente, es el jefe del estado, seré tildado de carca, retrógrado y miles de lindezas más. Porque ahora la panacea es la república. Forma de gobierno a la que deberá aspirarse mediante una reforma, total o parcial, de la vigente constitución del año 78. Que es pertinente y adecuada para lo que interese. Y a la que nos agarramos, y recurrimos, para la obtención de réditos, mientras es aborrecida cuando no refleja nuestras aspiraciones. Nada que difiera de las controversias infantiles de eres mi amigo si me prestas la pelota y si no te toco la oreja.
Es probable que si vuelvo a defender, y esta vez lo hago con plena consciencia, no como en el ejemplo precedente a modo de símil, que el futuro puerto de Fonsalía (rara avis que un servidor coincida con los argumentos de Casimiro Curbelo) será la solución a las demandas del transporte marítimo de esta isla con las otras tres de la provincia, hecho que, con el cierre del anillo insular, supondrá, también, un avance importante para una amplísima población de este Norte, me caerán chuzos de punta por parte de quienes siguen opinando que Puerto de la Cruz debe ser el elegido para tal menester, sobre todo en los posibles viajes a La Palma. No me concederán el beneficio de la duda, pues ha quedado marginada la coherencia en aras de la exacerbación más radical. Ya no se razona, se impone.
Y en este mar de dudas, me abruma el maremágnum de comentarios en las redes sociales. Que como tales deben ser respetados aunque disten leguas de mi opinión. Aunque me percate de que es muy difícil transigir (vuelta con el verbo) con los que anclan sus dictámenes en un ejercicio modélico del yo estoy muy por arriba del bien y del mal. Tanto que con dosis de cinismo, que denotan usos despóticos elevados a la enésima, no aceptan el regate, valga la comparación futbolística, sino que requieren el alimento de la bronca y la confrontación. El más fuerte se llevará el pato al agua. Todo o nada. Lo contrario, precisamente, de esa democracia ideal a la que dicen aspirar. Y qué peligro ahogarse en el océano, que no mar, de las contradicciones.
Si no quieren leerme, no lo hagan. Si el enlace funciona y ves reflejado este artículo en las redes sociales y no te apetece pinchar en me gusta, me parecerá una postura lógica. Hay más opciones. Si mis paisanos entienden que chocheo, más que meo por fuera de la bacinilla, mándenme para cierto sitio. Pero debo reconocer que siento miedo de aquellos intolerantes que sientan cátedra con cuatro líneas en un ejercicio de vanidad casi onanista (te copio, Jesús Agomar, estimado tocayo), porque si llegaran algún día a ocupar el puesto de quienes hoy son denigrados, cuánto peligro.
Seguiré repasando viñetas de Mafalda. Algo, o mucho, se aprende. Quino abandonó, por agotársele las ideas, la tira del personaje el 25 de junio de 1973. Yo me había casado el 18 de enero del mismo año. Después murió el nacido en El Ferrol. Y una luz de esperanza y una libertad sin ira se extendieron por esta España tan denostada. Por ello puedo estampar opiniones. Por ello otros, en el ejercicio de un derecho fundamental, a la par que reclaman cuanto les viene en gana, niegan al enemigo (que no contrincante ni adversario) el peaje de, y para, pensar diferente. Líbrenos el destino. Disparen, que ya vengo de vuelta.

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