Volví ayer a la piscina municipal tras el parón del mes de
septiembre, como cada año, para obras de mantenimiento. Algo más tarde de lo
habitual porque nos tocó el reparto colegial de los tres nietos. Y tal cometido
significa palabras mayores para personas de cierta edad.
El primer amigo con el que tropecé, tras el saludo de rigor,
me preguntó qué me parecía la situación de Cataluña. Y le contesté en idéntico
sentido al que utilicé hace unas semanas en Las Abiertas ante similar situación
con un señor que debía rondar los ochenta. A saber, no lo tengo claro, mi opinión
no está nítidamente definida. Debo sufrir el dilema de querer entender a los
unos y a los otros. No comparto sectarismos, me pierdo en los procedimientos,
pero atisbo demasiada intransigencia.
Colegimos los interlocutores que se van perdiendo las viejas
mañas. Hablando se entiende la gente, era máxima de obligado cumplimiento en
las más básicas normas sociales y buena muestra de un modelo de educación que
ponía de manifiesto que la disparidad de criterios era elemento enriquecedor.
También lo de un respetito es muy bonito. Otro lema que parece haber sido
relegado al ostracismo más puro y duro. Por mor, pienso, de una obcecación que
ha roto los moldes del saber escuchar, del tira y afloja dialéctico y del
intercambio sosegado de pareceres.
Hemos alcanzado un punto de actitudes tan cerriles que se
fija como premisa la no aceptación de comportamientos, opiniones o ideas diferentes
de las propias. Nos hemos convertido en burros que damos vueltas en la noria
sin mayor horizonte que un cortísimo campo de visión. Mis dictámenes, mis
veredictos son estos y no tengo otros. Tampoco estoy abierto a que otros osen
contradecir aquello que dicta mi privilegiado magín. No se transige con lo que
pare mi cacumen.
Llevo unos días repasando los manuales de historia en los
que se han convertido las redes sociales y no salgo de mi asombro con
sentencias de inmensa enjundia para los unos, como de colosal vacuidad para los
otros. Porque se perdió, asimismo, la posibilidad del término medio donde ya no
es posible hallar la virtud, que se estilaba. Y que tan buenos resultados dio
en multitud de facetas de la vida.
Transigir es consentir en parte con lo que no se cree justo,
razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia. También, ajustar
algún asunto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en
algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa.
Estas definiciones teóricas han tenido, desde siempre, una
plasmación en la práctica cotidiana que ha permitido el avance social. Pero han
hecho acto de presencia las intolerancias y los sectarismos. Con aditamentos
impregnados de insultos y descalificaciones. El respeto a todo lo que discrepe
de las ideas propias se ha convertido en una entelequia. Nadie se baja del
burro. Y con tal carga, el pobre animal no puede dar un paso.
Se imponen modismos por parte de un sector de la población,
más o menos amplio, y los que no entren por el aro del pensamiento único se
convierten en apestados. Si ahora mismo se me ocurriera alegar que soy
monárquico, tras el controvertido discurso del que, constitucionalmente, es el
jefe del estado, seré tildado de carca, retrógrado y miles de lindezas más.
Porque ahora la panacea es la república. Forma de gobierno a la que deberá aspirarse
mediante una reforma, total o parcial, de la vigente constitución del año 78.
Que es pertinente y adecuada para lo que interese. Y a la que nos agarramos, y recurrimos,
para la obtención de réditos, mientras es aborrecida cuando no refleja nuestras
aspiraciones. Nada que difiera de las controversias infantiles de eres mi amigo
si me prestas la pelota y si no te toco la oreja.
Es probable que si vuelvo a defender, y esta vez lo hago con
plena consciencia, no como en el ejemplo precedente a modo de símil, que el futuro
puerto de Fonsalía (rara avis que un servidor coincida con los argumentos de
Casimiro Curbelo) será la solución a las demandas del transporte marítimo de
esta isla con las otras tres de la provincia, hecho que, con el cierre del anillo
insular, supondrá, también, un avance importante para una amplísima población
de este Norte, me caerán chuzos de punta por parte de quienes siguen opinando
que Puerto de la Cruz debe ser el elegido para tal menester, sobre todo en los
posibles viajes a La Palma. No me concederán el beneficio de la duda, pues ha
quedado marginada la coherencia en aras de la exacerbación más radical. Ya no
se razona, se impone.
Y en este mar de dudas, me abruma el maremágnum de
comentarios en las redes sociales. Que como tales deben ser respetados aunque
disten leguas de mi opinión. Aunque me percate de que es muy difícil transigir
(vuelta con el verbo) con los que anclan sus dictámenes en un ejercicio
modélico del yo estoy muy por arriba del bien y del mal. Tanto que con dosis de
cinismo, que denotan usos despóticos elevados a la enésima, no aceptan el
regate, valga la comparación futbolística, sino que requieren el alimento de la
bronca y la confrontación. El más fuerte se llevará el pato al agua. Todo o
nada. Lo contrario, precisamente, de esa democracia ideal a la que dicen
aspirar. Y qué peligro ahogarse en el océano, que no mar, de las
contradicciones.
Si no quieren leerme, no lo hagan. Si el enlace funciona y
ves reflejado este artículo en las redes sociales y no te apetece pinchar en me
gusta, me parecerá una postura lógica. Hay más opciones. Si mis paisanos entienden
que chocheo, más que meo por fuera de la bacinilla, mándenme para cierto sitio.
Pero debo reconocer que siento miedo de aquellos intolerantes que sientan
cátedra con cuatro líneas en un ejercicio de vanidad casi onanista (te copio,
Jesús Agomar, estimado tocayo), porque si llegaran algún día a ocupar el puesto
de quienes hoy son denigrados, cuánto peligro.
Seguiré repasando viñetas de Mafalda. Algo, o mucho, se
aprende. Quino abandonó, por agotársele las ideas, la tira del personaje el 25
de junio de 1973. Yo me había casado el 18 de enero del mismo año. Después
murió el nacido en El Ferrol. Y una luz de esperanza y una libertad sin ira se
extendieron por esta España tan denostada. Por ello puedo estampar opiniones.
Por ello otros, en el ejercicio de un derecho fundamental, a la par que
reclaman cuanto les viene en gana, niegan al enemigo (que no contrincante ni
adversario) el peaje de, y para, pensar diferente. Líbrenos el destino.
Disparen, que ya vengo de vuelta.
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