No acabo de entender –algo bastante normal en
este corto de entendederas– cómo inteligentes analistas, de los que han
resuelto el denominado problema catalán en tantas ocasiones como los vaivenes
de Puigdemont (Puigcagón, para los
íntimos) han puesto sobre el tapete, caen con una facilidad digna de análisis
psiquiátrico en los planteamientos pueriles que la competición futbolística,
española o europea, les excita. Creía que era materialmente imposible. Pero
sería cuestión de matricular a tales ejemplares en cualquier escuela superior
de prestidigitación. Porque los malabarismos superan con creces los ejercicios
de funambulismo que aún pueden contemplarse en los escasos circos que recorren
pueblos y ciudades de esta España nuestra. Bueno, por lo menos mía, sí. Nadie
soy para atribuirme la representación de todos los que vivimos en El Realejo.
Nativos, y a los que hemos dado cobijo. Porque cada cual es libre de fijar su residencia donde
crea oportuno. Incluso en país extranjero.
He podido repasar con suma atención las
crónicas que han proliferado en las redes sociales. Y me alegro de seguir sin
móvil, por lo que me he ahorrado el trabajo de sumergirme en los guasapeos. De
lo contrario, dada mi innata curiosidad, puede que no haya podido sobrevivir
ante la avalancha. Cuánta sabiduría se halla desperdiciada entre los teclados
de cualquier artilugio. Cómo sabe la gente de lo que le echen. Se lo traga como
el célebre burro Sarguito hacía con el millo. Los hay que entran en debate,
allá por la línea veinticinco, y se lanzan a la aventura sin haber repasado los
pareceres precedentes, con lo que se entra en un bucle la mar de curioso.
Debo reconocer, no obstante, que mis luces
(si acaso de cruce) deben ser repuestas de manera inmediata. Tendré que
intercambiar opiniones más a menudo con todos aquellos que van conformando la
historia a través de mensajes cortos, de frases inconexas, pero de enjundiosos
contenidos. Tan profundos en sus diseños políticos, que la historia será
estudiada por las generaciones venideras en un compendio de recomendaciones
casi telegráficas. Eso sí, de un calado que bien pudiera equiparase al de
cualquier portacontenedores. Casi tocan fondo, por lo que hay que dragar
diariamente.
A la par, y de ahí mi congoja y mi aflicción,
activada la espoleta de un silbato y puestos a correr dos grupos de personas en
calzoncillos, mientras otro, dotado del sonoro pito precitado, y que,
supuestamente, debe dirimir diferencias entre los contendientes, se obra una
transformación cerebral de tal calibre que la fuga de neuronas hacia los bajos
fondos de los instintos más primarios, guarda una increíble semejanza con un
reguero de hormigas que se guía por los dictados del primero de la fila sin que
la opción de la discrepancia esté contemplada. ¿Analfabetismo funcional? Ya lo
quisieran.
Se obnubila la razón de tal manera que aquel
sujeto que por la mañana fue capaz de establecer causas, razones, motivos,
premisas, hipótesis, porqués, pábulos, antecedentes, indicios… con unos
fundamentos solo al alcance de mentes privilegiadas, no es capaz después de
mediodía de entender que los apasionamientos no son buenos consejeros. Y se
transforman, que es un disgusto, a peleles y guiñapos. Veletas que se mueven
sin brisas ni alisios.
Con algunos he hablado, pero es batalla
perdida. Como le enseñes un balón o le menciones al club de sus amores, salta
un resorte y se convierten en autómatas. Y aquel ser, quizás hasta cargo
público pasado, presente o futuro, que mostraba una lucidez digna de encomio,
se deja arrastrar por la corriente del borreguismo más infame hasta el punto de
no ser capaz de hilvanar dos líneas con un mínimo de sentido común. Balbucea,
masculla entre dientes y plasma por escrito sandeces como la copa de un pino.
Deja Facebook, me espetó el último. ¿Y no
sería más productivo y conveniente que lo hicieras tú? Puede que se despeje el
terreno de juego y no existiría tanto offside.
À la prochaine.
Fins la proxima. Until next time.
Nota aclaratoria: No te preocupes. Puede que
en otra ocasión aproveche idéntico título para comentar las excelencias del
alumbrado público realejero. El ahorro ya alcanza cifras de récord. Effico se
sale en el capítulo de beneficios. Y Manolo, como siempre, ausente. El bobo, se
va a sacar la foto al oscuro.
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