Los Reyes Magos, claro. Y parece que traerán lluvias para
paliar la mucha sed de los terrenos. Ojalá sea el presagio de un cambio en la
tendencia de sequía que nos ha caracterizado durante ya bastantes meses. No
solo los cultivos serían los beneficiados, sino que la recarga del acuífero se
antoja urgente. El pensar que en estas islas occidentales podemos acabar
desalando el agua del mar para todo tipo de consumos, constituye un hito que no
pasó por imaginación humana unas décadas atrás. Pero como nos alegramos
infinitamente de que nos visiten dieciséis millones de personas, esperemos que
los excelentes beneficios que nos reportan sean invertidos en infraestructuras
que vengan a paliar el marchitamiento que nos agobia.
Pero mentes más preclaras que la de este pobre infeliz ya se
hallarán manos a la obra. Ya leí hace unas semanas que se pensaba en la fórmula
que pueda devolver a Erjos el esplendor de sus charcas. En las que diversa y
colorida avifauna suele hacer un alto en el camino en sus movimientos migratorios.
Hecho que aprovechan los excelentes fotógrafos para captar imágenes de gran
belleza.
Vamos, sin embargo, al tema que nos concita: la festividad
de los Reyes Magos. Que ya no es, ni por asomo, lo que era. Y no es mi
intención remontarme a la época en la que uno era menudo. Cuando la imaginación
suplía carencias. Con lo que podías inventarte un juguete con cualquier objeto.
Desde una lata de sardinas hasta una penca, desde una caña hasta la goma de las
lonas.
No es necesario irse tan atrás para que uno se percate de
que ya no existe aquella algarabía madrugadora que todo 6 de enero suponía.
Cuando la calle –o el camino, que también los había– se llenaba de chiquillos,
que hacían sonar pitos y trompetas y los más afortunados presumían de balones
de reglamento o tiraban de la cuerda a la que ataron aquel flamante camión de
madera.
Después llegaron las pilas y no se requería el auxilio del
infante para que el espléndido automóvil se deslizara en el salón de la casa.
Las vías públicas quedaron desiertas y desde el garaje, con el maletero del
coche cargado hasta los topes, se iniciaba el recorrido a la casa de los
abuelos. Al final, aquella carta que contenía la petición infantil de cuatro o
cinco regalos concluye en tal cúmulo de artilugios que no existen manos para
abarcar la avalancha. Y si el crío tiene aún pocos años, acabará jugando con la
caja que contenía el más sofisticado coche de carreras, puede que aparcado para
siempre jamás.
No, cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero nos hemos
pasado unos cuantos pueblos. Del yo no lo tuve al te lo dejo todo, y más,
porque la fiebre del consumismo es peor que la gripe invernal, ni un pequeño
intervalo para la pertinente reflexión. Y no quiero gastar las teclas del
ordenador en plasmar mis pensamientos acerca de la locura que se desata en la
segunda quincena de diciembre y primeros días de enero. Ese es otro asunto que
requiere estudio pormenorizado por parte de psicólogos y psiquiatras, y no la
simple opinión de un mero juntador de letras.
Los Reyes, no, ya no son lo que eran. Se remitió la ilusión
al cesto de la basura. Vivo en una urbanización realejera que se destaca por su
relativa tranquilidad. No sufrimos tráficos intensos y la mayoría ni siquiera
ha tenido que recurrir a solicitar vado permanente para acceder al garaje. En
mi calle, que no es tan larga y nos conocemos todos, hay viviendas con niños.
Que no dicen ni mu, ni alzan la voz, ni tocan el tambor, cuando en la mañana
del ensueño y la utopía deben sacarlos de la cama, porque el resorte que tenían
los chicos de antes en el culo, conectado al despertador automático que en la
madrugada se activaba sin recarga alguna, se ha oxidado. Y me da que los
adultos hemos participado con una altísima cuota de responsabilidad en el
desapego.
Y si tú vives con tu mujer, tranquilos ambos dos a la sombra del risco, ¿para qué preocuparte? Porque me
apena por los menudos. Que uno estuvo en la escuela hasta el otro día. Y ayer
mismo, en un entierro, hablaba con dos exalumnos de la quinta del 74 y me
sorprendieron por sus apreciaciones. Lo que me vino a confirmar que no estoy
tan viejo y, de otra parte, que ellos también observan cómo aquello que se
denominaba cambio generacional está causando estragos por mor de nuevas tecnologías
mal llevadas a la práctica o utilizadas con una dependencia brutal.
En fin, para variar, que los Reyes les dejen muchas cosas. Y
cuando pase esta romería de fiestas, lo mismo he de volver a recordar que desde
hace años vengo sosteniendo que en Radio Realejos, emisora PÚBLICA, no podían
reproducirse los esquemas de (in)determinada televisión, hecho por el que he
sido puesto a caldo de gallina en taitantas
ocasiones, y, para general regocijo de los que pagamos impuestos y, por ende,
la sostenemos, ya no hay recato para mentar de CHANCHULLO lo que acontece en
cierta franja horaria. Vayan, pues, mis felicitaciones a su Consejo de Administración.
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