martes, 16 de enero de 2018

Primer edil

Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) fue director de la RAE desde 1991 a 1998. En su libro El dardo en la palabra se reúnen los artículos que se publicaron, con ese mismo título, en periódicos de España y América. No solo se trata de un vasto compendio del uso del idioma, sino que, además constituye una crónica, irónica y con tintes humorísticos, de la evolución de la sociedad española durante dos décadas (1975-1996).
En la publicación lleva a cabo un estudio del lenguaje de los periodistas, pues entiende que las personas que están al frente de los medios de comunicación deben ser unos buenos guías para los ciudadanos. La responsabilidad de quienes hablan o escriben para el público es de tal importancia que se requiere cierta pulcritud idiomática para el avance social.
Las faltas de ortografía y los miles de errores que se cometen, llevaron al autor a lanzar cientos de dardos. Y a pesar de escribir de deslices cometidos años atrás, y en muchos casos repite las lecciones varias veces, se lamenta de la incidencia de estos desaciertos en todos los medios.
Alguna vez me introduje en esta cuestión en el anterior blog (Pepillo y Juanillo). Y en concreto de este particular asunto de hoy, también. Pues como uno ejerció de maestro hasta no ha tanto, lleva adherida la manía –como la tuvo Lázaro Carreter– de machacar en hierro frío por si el golpe del martillo fuese capaz de subir unos grados la temperatura del material.
Leía ayer un información, cuya fuente era el Ministerio de Hacienda, acerca del sueldo de los alcaldes españoles, con especial detalle de los canarios, bajo el paraguas de un enorme titular: Los alcaldes de La Laguna y Arona encabezan el ranquin de sus sueldos. Ranquin viene a ser la adaptación gráfica para la voz inglesa ranking, según el Diccionario panhispánico de dudas, porque el DRAE aún no lo recoge, y recomienda el uso de expresiones españolas como lista, tabla clasificatoria, clasificación o escalafón. No obstante, todo se andará, porque el autor reseñado sentenciaba que los cambios en el lenguaje resultan siempre de mutaciones en la sociedad hablante, ya que un idioma inmóvil certificaría la parálisis mental y hasta física de quienes lo emplean.
Pero volvamos a la información periodística: Por su parte, el primer edil de Las Palmas de Gran Canaria… Ay, primer edil, título, precisamente, de uno de los dardos. Recurso manido de gabinetes de prensa que deberemos sumar a los consabidos grosso modo y motu proprio.
Del libro en cuestión (Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores, página 559): “De pronto, no se sabe por qué, los medios de difusión se encaprichan con una palabra, y dan con ella verdaderas palizas a lectores u oyentes. Exactamente igual que los nenes cuando les regalan un tambor o una trompeta”. Al margen de lo que venimos comentando, me acordé de evento. Porque cuando a un concejal se le mete la matraquilla, échate a correr. Los de cultura, verbigracia. Para más inri. De la ídem.
Sigo instruyéndome con don Fernando: Los veteranos sabíamos que significa concejal a secas. Los doctos podían añadir que fue una manera semihumorística y semipedante de llamar a los concejales del siglo XIX (voz latina y sin uso), a semejanza del cargo de los ediles romanos, los cuales tenían a su cuidado, según su nombre indica (derivado de aedes: edificio, casa, templo), tales cosas de la ciudad.
Y continúa: Algún avispado, agudísimo e inteligente, pensó que era un modo muy refinado de decir alcalde. Y se rubricó por escrito. Con lo que su estilo ganó en elevación, pero a costa de la dignidad aneja al más preclaro magistrado urbano, disminuido de grado con tal designación.
Mas como la inventiva idiomática nunca falta, otro ingenio cayó en la cuenta del error terminológico y se sacó del caletre ese melindre que convierte al alcalde en el primer edil. Y para enmarcar este párrafo: “No he oído ni leído que se le denomine primer concejal, por la simple razón de que se tiene claro el significado sobrio y más bien rancio de esta última palabra, y a nadie se le ocurriría jugar con ella y forjar semejante sandez; pero edil es más volátil y vagaroso, lo cual facilita el trabajo a los sandios, que son incansables”.
Como me he quedado más relajado tras releer el dardo, creo hallarme en condiciones de sostener que, de igual manera que no todo el personal se encuentra capacitado para ser concejal (edil), no se es periodista por mor de una papeleta en la tómbola festiva. Y quizás este intrusismo desmedido pueda ser la causa de tanto dislate. Porque me parece que no hay profesión en la que los que valen para un roto y para un descosido naden más a sus anchas. No tanto en el escrito, para lo que es menester ciertas valías (que van más allá de los enchufismos por afinidades políticas en los consistorios), como en el audiovisual, donde pululan ejemplares que con alcachofa en mano son capaces de subir al Pico de las Nieves (Gran Canaria) a hacer el ridículo bajo la lluvia para rogar a los telespectadores que se queden en sus casas porque hace mucho frío y pueden caer unos copos de nieve. Prodigios de nuestro ente autonómico en clave de vétete por ay.

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