lunes, 6 de noviembre de 2017

Dimita usted, señor Domínguez

¿Soy yo, acaso, el único realejero que se preocupa por la salud mental del alcalde? ¿No hay nadie capaz de pensar que a una persona de cualquier edad cronológica, aunque aparente ser joven aún, hay que procurarle bienestar? ¿Vamos a seguir dejando pasar el tiempo sin que pongamos nuestro granito de arena para intentar acabar con este calvario? ¿Seremos tan malvados como para permitir que el trastorno vaya a más? ¿Ustedes no leen prensa, escuchan radio o ven la tele y captan los mensajes contradictorios de quien ya no sabe dónde le queda la mano derecha? ¿Van a esperar, pacientemente, a que explote… la situación?

Ahí los tienen en la instantánea, contentos y felices. Cuando dejen de lado la falsedad del bien quedar, los despropósitos vuelven a entrar en liza. Aunque debo reconocer que Carlos Alonso va ganando la partida. Se le ve más curtido en este tipo de batallas. Puede que sea, incluso, más inteligente. Cuando le interesa, deja un huequito para la golosina de la foto. Y eso a Domínguez le puede, no resiste la tentación. Todo ello a pesar de las permanentes incoherencias en las que tropieza el pluriempleado –deberá ser por eso– sin que sea consciente –y de ahí la gravedad del problema– de que mete la pata (o las dos) con pasmosa facilidad.

Viene a cuento la ilustración gráfica (Diario de Avisos), con la que complemento este artículo, porque se ha descolgado el presidente insular tinerfeño del PP (y a ratitos escasos, alcalde de Los Realejos, y a otros más raquíticos, consejero del Cabildo) y vocal de la Comisión Ejecutiva Nacional, con unas declaraciones en las que solicita dimisiones a troche y moche porque las carreteras están de pena. Y no hay derecho a soportar colas interminables. En resumen, que lo está haciendo rematadamente mal ese presidente (no olvidemos que se pasó del PP a CC) que, como contrapartida, está salvando los muebles a muchos ayuntamientos del Norte, aunque sigamos embarcados en la dinámica de que estamos abandonados. Si no fuera por el Cabildo, y puede ser uno de los tantos ejemplos, Puerto de la Cruz se moriría de asco. Puesto que si esperamos a que se le encienda la bombilla a Lope (y compañía), aviados vamos.

Nos indica la reseña informativa que, con cargo al Programa Insular de Mejora y Acondicionamiento de Instalaciones Deportivas, se va a invertir más de un millón de euros en Los Realejos. El montante más importante de la cuantía económica de los proyectos en el Pabellón Basilio Labrador y en el estadio Iván Ramallo corre a cargo de la institución que preside Carlos Alonso.

Parece olvidar el señor Domínguez cuando arremete (ahora y para subirse a la ola de las protestas que han hecho acto de presencia, fundamentalmente, en las redes sociales) contra colapsos y retenciones –la coyuntura de que el Partido Popular no forma parte en la actualidad de los gobiernos de Canarias y de Tenerife viene como anillo al dedo– que la historia de esta Comunidad es muy corta. Y con estas estocadas también embiste contra cargos de su formación que en un pasado reciente tuvieron tanta responsabilidad en sus cometidos como estos otros para los que demanda un cese fulminante.

Aunque a los realejeros nos duele, molesta y cabrea la dificultad para trasladarnos a la zona capitalina, también nos enerva que la Avenida de Canarias lleve cerrada ni se sabe. O que la carretera de El Castillo, de competencia municipal, se parezca a cualquier cosa menos a una vía que debe soportar un tráfico notable. Y de los asuntos más caseros, don Manuel Domínguez, no sabe o no contesta. Los obvia, pues es consciente (¿o ya no?) de que él está cometiendo idéntico pecado al que denuncia.

Transcribo literalmente dos pasajes de sus declaraciones: “Al menos en los dos últimos años, aunque este es un debate que dura ya tres décadas, lo único que ha hecho el Cabildo de Tenerife ha sido echar balones fuera, porque sus dirigentes solo asumen responsabilidades cuando le interesan, es decir, cuando tiene rédito electoral”. Y esta otra perla: “Se ha utilizado para montar el numerito de subirse a una guagua, dar rueda de prensa y hacerse fotos, pero cero soluciones hasta el momento”.

Sr. Antona, en el supuesto caso de sentirse capacitado (tengo mis dudas), haga algo, mueva ficha. Don Manuel no se encuentra bien. Le pueden los celos que siente cuando sale de su territorio. Es como el gallo expulsado de su corral que se ve como uno más ante la competencia que se le echa encima. El rey de las fotos, de montar numeritos, de buscar réditos electorales, hasta cuando la mujer lo manda a comprar a Mercadona de La Gañanía, se descuelga con afirmaciones que deberán aplaudir sus numerosos asesores del amplísimo espectro de mercadotecnia de que se rodea, pero que al más común de los mortales que se halle en su sano juicio le provoca vergüenza ajena. Ya me pregunto cómo demonios pudo licenciarse en Wyoming.

Por los mismos hechos que pone en solfa, señor Domínguez, usted se ha erigido en tan acreedor en Los Realejos, como Alonso en Tenerife, para que presente la dimisión ipso facto. No tiene legitimidad alguna para exigir a nadie lo que usted incumple en el pueblo que le paga tan generosamente. Siempre que la cabeza le esté funcionando adecuadamente. Asunto que dudo cada vez más, pues los desdobles de personalidad le juegan malas pasadas con intervalos cada vez más cortos. Y el particular no se arregla con eliminarme de Facebook. Como algún catalán. No esconda la testa como el avestruz. Esto es como el amor, ciego para el afectado, pero los demás lo notamos muchísimo. Cada vez que le hagan una entrevista o usted realice cualquier declaración, yo estaré al acecho. Y como diga o critique algo que usted contraviene en el pueblo, ahí me tendrá para echárselo en cara. Y hay muchos que me siguen directamente en el blog sin pasar filtro alguno. Como usted, o alguno de sus asistentes.

Pida la dimisión de Carlos Alonso, de Fernando Clavijo (al que va a apoyarle en los presupuestos) y de quien le venga en gana. Pero sea consecuente y dimita usted también por delitos similares. ¿Le sonaría la frase de ‘váyase, señor Domínguez’?

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