jueves, 30 de abril de 2020

A vuelapluma (1)

Eso, según la RAE, sin detenerme a meditar mucho, sin pensármelo dos veces. Porque la situación actual nos tiene demasiado nerviosos y parece que el resorte del trasero se halla más activo que nunca; saltamos que da gusto. Y el periodismo, como sosteníamos en el artículo de ayer, no es ajeno a la movida. Así que hoy, y quizás mañana, no voy a profundizar en los contenidos. Unas pinceladas apenas y dejo el resto a tu consideración. Lo mismo te libro de un tostón y te alivio la lectura.

Debo estar en posesión de algo de razón cuando el mismo Raphael –ese, el de yo soy aquel– me sorprende con esta sentencia: “El periodismo afronta un papel importantísimo: informar profunda y objetivamente”. Que no constituye –no debería– una novedad. Máxime para quienes a esto se dedican. Aunque, desgraciadamente, existe un selecto grupo de… garbanzos negros.

Cuando leí lo de colocar un salvaslip en la mascarilla para una mayor protección, me planteé una duda existencial: ¿Usado o no? Ni te rías ni me llames cochino, porque, quizás, aunque te pueda provocar cierto grado de repugnancia, lo mismo el virus también se lo piensa a la hora de iniciar el ataque y con el tufo desiste.

“Sánchez no da entrevistas desde enero”. Qué calado, qué profundidad la del medio que lanza el envite. Como si el presidente del Gobierno no tuviese, en estos momentos, mejor asunto que resolver. Ni que fuera Antonio Alarcó, polifacético personaje que, según El Baifo Ilustrado, se halla inmunizado porque ha sido capaz de entrenar a sus guardaespaldas para que rechacen de inmediato los continuos ataques de ego que sufre cada tres por dos. Y cuando el entrevistador padece idéntica enfermedad, vaya cóctel.

Como somos muy dados a los datos –siempre recuerdo a Cayetano Barreto cuando preguntaba por el presupuesto de todo proyecto– bien haríamos en no establecer odiosas comparaciones. Porque el coronavirus ha provocado tal tsunami, que no resulta muy ortodoxo el que nos machaquen con incremento del paro, movimiento en los aeropuertos, llegada de turistas y un amplio etcétera. Pues en situaciones excepcionales –y esta lo es– las varas de medir no se pueden sujetar a criterios de normalidad.

Es tal la locura desatada a la hora de fijar los titulares de enganche, no solo por la feroz competencia entre los medios, sino, además, porque aparte de arrimar el ascua a su sardina (normalmente grupos empresariales que aportan la pasta), cada cual eleva el listón del reclamo, que ya nada me extrañaría levantarme un día de estos con algo así: “Doce de cada diez españoles creen que la crisis pasará factura a Sánchez”.

Muy relacionado con el deseo periodístico de ser el primero en conseguir alcanzar la fama universal, va esta perla: “Según un estudio –menos mal que no fueron dos o más, se me ocurre– el último contagio en España será el 28 de noviembre”. Como escribí unas semanas atrás, faltó concretar la hora. Y al día siguiente, en las vísperas de San Andrés, nos vamos todos a correr el cacharro en señal de regocijo a la Plaza del Charco, como hacíamos en los años mozos.

Te juro que lo sentí pasar. Fue en la hora de la siesta. Estaba echado en la cama viendo las noticias –las que después me repiten por la noche– cuando me percaté de cómo se movía la almohada. Pegué un brinco y aún retumbada en mis oídos el zumbido del asteroide, con forma de mascarilla, que casi rozó la Tierra en su deambular espacial. Y es que solo estuvo a una distancia de 6 millones de kilómetros de nosotros. Vamos, que estiramos la mano y nos cepilla los dedos, porque van como locos, a una velocidad endiablada. Me da que después de la riada santacrucera del 31 de marzo de 2002, nos pasamos cuatro islas a la hora de decretar alarmas y alertas. Es preferible que no nos asusten y si la roca nos da un estampido, a buen seguro que formaremos parte de los futuros libros de historia. Como el asunto de los dinosaurios. Y eso, lo vires para donde lo vires, es un final de éxito. ¿O no?

Bueno, mañana, y ya estaremos en mayo, aunque sea festivo, haremos una excepción contándote la segunda parte. Hasta luego.

miércoles, 29 de abril de 2020

Nueva comparecencia

Después de la comparecencia de Pedro Sánchez (¿cuántas van ya?), tras la celebración del Consejo de Ministros que ha aprobado el plan que de manera gradual y asimétrica irá poniendo fin a la etapa de confinamiento, me siento con el ánimo predispuesto para teclear unos párrafos. Pero siguen dando vueltas en la cabeza –diría, más bien, que me persiguen– las preguntas de los nueve periodistas que en cada aparición ante las cámaras de los responsables políticos, más que intentar resolver dudas relacionadas con los asuntos puestos sobre el tapete, se lanzan a demostrar sus amplios conocimientos sobre la problemática de rigor y se erigen en protagonistas –vamos, lo intentan– durante una purriada (gran número de personas, animales o cosas) de minutos a base de marear todas las perdices aún existentes en España (incluyan Canarias) y siempre encaminadas hacia el más allá. Si el presidente ha explicado que la primera fase consistirá en tal o cual cosa, el plumilla necesita saber que ocurrirá después de la cuarta. A pesar de que el compareciente ha dejado sentado, por activa y por pasiva, que los pasos de la una a la otra se harán en función de los cumplimientos de las normas que se dicten en las correspondientes órdenes que dicte el Ministerio de Sanidad. Y como cada uno debe lanzar un mínimo de cuatro interrogantes, la buena costumbre de informar y dar la cara ante la ciudadanía, se convierte en un tostón de campeonato.

El periodismo está necesitado de otros mimbres. No sé si sería pertinente una revisión completa de los planes de estudio. Pero me da que vamos por el camino equivocado. Y la vuelta a la senda del sentido común se antoja complicada. Casi mucho más que la consecución de la normalidad cuando este estado de zozobra pase a ser un episodio histórico más. Lo malo es que si al moderador se le ocurriese proponer una pregunta por cabeza, rodaría la “ídem” de más de uno por coartar libertades. Como también pregonan los que demandan gobiernos de salvación o intervenciones monárquicas para poner orden en el gallinero. Hay cada quíquere (y quícara) por ahí portando mascarillas nacionales (otros se encasquetan gorras verdes), que… ¡déjalo quieto!

Y cuando estos afanes de protagonismo se producen en los denominados profesionales del gremio, ¿cómo ha de extrañarnos los comportamientos en las redes sociales? Donde cada cual se considera el rey del mambo. Hago mío el siguiente texto extraído de un artículo de Jorge Franganillo, profesor de la Facultad de Información y Medios Audiovisuales en la Universidad de Barcelona. Y si alguien quiere darse por aludido, permiso concedido. Ahora que sigo con la limpieza de ‘amigos’ en Facebook, hasta bien me vendría que así ocurriese. Y, al contrario, si alguno entiende que los enlaces al blog, y muy poco más, que suelen ser mis apariciones en dicha red social, repercuten seriamente en su salud, actúe en consonancia:

“Incluso sin la protección del anonimato, tras la pantalla podemos ser más antipáticos que en la vida real. Está comprobado que la falta de contacto visual provoca un efecto tóxico: nos desinhibe demasiado. Y también que el uso de medios sociales produce un aumento momentáneo de la autoestima que nos reduce el autocontrol y nos nubla la percepción  de la realidad.

De repente, muchos usuarios se creen con licencia para matar, dueños de la verdad, con derecho a todo. Cada cual quiere proteger su punto de vista, que considera el único correcto, y se enfrenta con fuerza contra quien no lo comparte. Esta conducta, casi disociativa, ilustra que no actuamos igual en línea que cara a cara”.

Clarito, clarito, clarito. Valdría, asimismo, para los pesados. ¿Bordes? Que los hay. Como si uno tuviese todo el tiempo del mundo para vivir enganchado.

Acabo. No estoy de acuerdo con la utilización del término desescalada. Como tampoco con el denominado distanciamiento social, porque con esto de las nuevas tecnologías, ya lo estábamos antes de la crisis. Del tiburón aparecido en un solar de Los Afligidos (La Zamora), qué te voy a contar. Como me dice siempre un amigo: este mundo se va al carajo.

Perdón, me olvidaba: Tiembla, Patricia, porque Linares ha dicho que CC descarta una moción de censura en Santa Cruz. Bueno, más que tú, los enchufados, porque aun pasando a la oposición, me imagino que en las grandes ciudades habrá cargo liberado para ti. Pero los otros…

martes, 28 de abril de 2020

El pico de Curbelo

A Casimiro Curbelo se le calentó el pico. Y no es que estuviese ejercitando sus músculos en cualquiera de las obras públicas de La Gomera (abandonadas o no) con un instrumento formado por una barra de hierro de unos 60 centímetros de largo y 5 de grueso, algo encorvada, aguda por un extremo y aplanada en el otro, con un agujero (ojo) en el centro para enastarla en un mango de madera, con el que se suele cavar tierra duras o remover piedras (acepción 5ª del DRAE), sino que se pasó de frenada en unas declaraciones en la COPE y soltó por el susodicho (coloquialmente, boca de una persona, acepción 15ª) algo más de lo que debió.

Manifestó el gomero de Vegaipala que los funcionarios son unos vagos de campeonato y que si se les exige diligencia en sus trabajos, te amenazan con pedir la baja. Siempre me ha llamado la atención esta sentencia. Porque como uno estuvo en el gremio hasta el otro día, piensa que de producirse tal hecho, y si él lo afirma deberá tener más conocimiento de causa que yo, habría que exigir responsabilidades al galeno que la firma. Ya que sería, en tal supuesto, al menos tan golfo como el funcionario escaqueado.

Son los inconvenientes de generalizar sin ton ni son. Claro que debe haber funcionarios que se rascan durante las horas de curro. Claro que hay garbanzos negros calentando la silla. ¿Y no existen en el resto de profesiones? ¿Están los políticos, verbigracia, exentos de tales consideraciones?

Se refería Curbelo a la escasa movilidad de los mismos en estos momentos en que son necesarios efectivos en determinadas áreas de la administración autonómica. Por ejemplo, personal para atender la tramitación de los múltiples expedientes de regulación de empleo sobrevenidos a consecuencia de la pandemia. Pero olvidó felicitar a los que desde su casa, con sus propios medios y recursos, siguen prestando sus servicios para que la máquina no se pare.

Como presumo de conocer La Gomera, también en la faceta humana, quisiera pensar que no incluyó en la lista negra a los que trabajan en el Cabildo o en alguno de los seis ayuntamientos (en el de Alajeró algo menos). Porque el vivero de votos que le permiten seguir aupado (¿cuántos años van ya, Casimiro?) y controlando a su antojo todo lo que se mueva desde La Villa a La Dama y desde Los Órganos a La Cantera, es mucho más importante que estas nimiedades radiofónicas. Seguro que en la isla se baten el cobre para que todo transcurra plácidamente. Pero se olvida de que ahora mismo –inconvenientes de los pluriempleos políticos– ese puñado de votos le ha posibilitado ampliar sus dominios. Por lo que, deduzco, se referirá los que ejercen sus labor en las islas capitalinas. Que somos los culpables de todos los males que asolan el territorio, incluyendo el precio de los combustibles.

Son los inconvenientes de generalizar sin medir consecuencias. Hace unos días tenía un intercambio de opiniones con alguien que sostenía que todos los políticos son iguales –un clásico–, que no van sino a enriquecerse y que se les importa un pimiento la ciudadanía. Todo es una basura y una mierda, sentenciaba. Intentar hacerle ver que eso no es así, y que la inmensa mayoría de cargos públicos están ostentados por gente honrada, fue completamente vano. No hubo manera. Cuando la cerrazón te convierte en excluyente –táctica de VOX para ganar adeptos– la mente se bloquea cual secta al uso.

Te pasaste, Casimiro, unos buenos cuantos pueblos. Casi llegas a La Graciosa. ¿No crees que esos vilipendiados funcionarios, en justa compensación, bien podrían preguntarte cuál es la agenda de los parlamentarios autonómicos en estos momentos de confinamiento? Aplicando tus reglas, ¿no llevan más de un mes rascándose lo que les pica? ¡Ah!, vale, están teletrabajando. Ellos, sí; los otros, los funcionarios, no.

Soy consciente de que el coronavirus nos tiene nerviosos. Le ocurre hasta la alta cúpula. Lo comprobamos hace unos días con el plan específico de Canarias para la salida de este atolladero. Cuando se lanzaron las campanas al vuelo sin percatarnos de que el estado de alarma imposibilita actuaciones individuales. Y como la alteración nos corroe, guardamos ciertas semejanzas con los saltapericos. No nos hace falta un fósforo para encendernos. Se supone que es en los instantes de zozobra cuando debamos medir el nivel de quienes dirigen el cotarro. Y si Lluis Serra no contó hasta diez cuando tildó de ineptitud la postura de los dirigentes nacionales (algo a lo que se sumó el también pluriempleado Pedro Quevedo), lo tuyo, Curbelo, con la experiencia que se te presupone (insisto, ¿cuántos años van ya?), marca otro jalón a sumar a la lista negra, que se incrementa de manera alarmante. Y este particular de los funcionarios te puede causar más de un quebradero de cabeza. Algo que no se cura ni con una buena sauna. O un garbeo por Las Mimbreras.

lunes, 27 de abril de 2020

Libertades

Aunque haya tratado este particular en más de una ocasión en Desde La Corona (y antes en Pepillo y Juanillo), las derivas actuales, debidas a la pandemia que sufrimos, aconsejan el oportuno repaso, porque, esa impresión da, siguen siendo demasiados los que necesitan unas clases de apoyo antes de verse abocados a la convocatoria de septiembre. Y a pesar de que uno lleva ya unos buenos cuantos cursos en feliz estado jubiloso, no puede, ni debe, desembarazarse de la etiqueta de docente. Así que, y con carácter gratuito, vamos allá:

Expresa de manera clara y contundente el apartado d) del artículo 20 de nuestra Constitución que “se reconoce y protege el derecho a comunicar libremente información VERAZ por cualquier medio de difusión”. Y para recalcar lo verdaderamente importante de la cuestión, aclaro que lo de poner mayúsculas, negrita y subrayado es mera táctica recordatoria, ya que, desgraciadamente, aún restan ejemplares de la fauna humana que o son más cerrados de mollera que un ladrillo de la construcción o pretenden pasarse de listos en determinadas interpretaciones.

Por lo tanto, libertad de expresión, sí. Siempre y sin ambages. Pero derecho a mentir, no. Y derecho al insulto, mucho menos. Porque algunos, afortunadamente pocos, piensan que esa libertad es como un elástico que se puede estirar hasta extremos insospechados. Y no, pues el abuso puede producir colisiones con derechos ajenos. Que son al menos tan válidos como los que te asisten. Aquellos que cargamos a nuestras espaldas unas cuantas primaveras (y resto de estaciones), hemos escuchado que un respetito es muy bonito. Pues eso, ni más ni menos. Lo malo es que algún osado tira de su carreta en plan bruto y cree que el camino a recorrer es de su exclusiva propiedad. Y las vías de la vida no siempre cuentan con el espacio suficiente como para que cada cual campe a sus anchas. ¿Tan difícil es entender este sencillo planteamiento?

He leído las declaraciones de cierto magistrado: “La libertad de expresión ampara opiniones subjetivas y críticas, pero no ampara el derecho a mentir”. Yo hubiese matizado algo. Lo de subjetivas sobra. Todas las opiniones lo son. Lo de mentir, y añado insultar, sería, en todo caso, un supuesto derecho.

Ya ha habido algún juez que se ha encargado de poner las cosas en su sitio. Mas no es suficiente para aquellos que nadan en la porquería con facilidad pasmosa. A lo que se han arregostado y ya se sabe lo complicado que es quitarle una golosina a los críos. Porque esto es lo que son, niños malcriados en traje de adultos.

Bueno, si la lección no resultó fructífera, no me quedará más remedio que matricular a los padres para impartirles unos cursillos de buenos modales. Espero que no sea tarde y es que junio está a la vuelta de la esquina. ¿Y las fotos?

Se vienen suspendiendo, como muy bien saben ustedes, todos aquellos actos que supongan aglomeraciones. Y entre los muchos festejos, los del mayo realejero. Que por aquello de reinventarse, pasarán a ser virtuales. Perfecto. Aunque no sabrán igual los perritos calientes ni los turrones de Tacoronte adquiridos y degustados por Facebook.

Me gustaría hacerte una pregunta. Imagina que en la situación actual –estado de alarma– fuésemos mi mujer y yo a sacarnos una foto por fuera de la Biblioteca Municipal Viera y Clavijo. Y lleváramos a un nieto con nosotros. Además del fotógrafo que nos inmortalizara. Y que en la confluencia de las calles Godínez con El Medio de Arriba nos trincara la policía. ¿Cuál podría ser mi disculpa? ¿No sería merecedor a que me cayera una buena sanción por incumplidor de las normas dictadas?

Vale, gracias por tu sincera respuesta. Pero me quedan preguntas. Si las fiestas van a ser virtuales, ¿por qué los retratados en la foto que se adjunta debieron hacer la exposición de manera presencial? ¿No piden ellos mismos que me quede en casa? ¿Constituye esta nueva movida fotográfica de Domínguez un servicio indispensable, prioritario? ¿No se expuso la romera –me imagino que será la del año pasado– al contagio? ¿No había guantes para ella o no pegan con esa vestimenta?

No me engañen. Prediquen con el ejemplo. ¿O es que las libertades de los unos son de categoría superior a las de los otros?

Y, para terminar, te adelanto una primicia. Llevo años desapareciendo del pueblo el 3 de mayo. Este año me quedo. Y el día 4 no tendré que limpiar la azotea. Me temo que en 2021, con ración doble, no me queda nada.

viernes, 24 de abril de 2020

Décimas del confinamiento (2)

Estas otras diez son más específicas. Dedicadas a personajes ficticios y que podrían ser encuadrados en aquella coletilla que vemos en los libros cuando se expresa que todo parecido con la realidad se trataría de mera coincidencia. Y es que durante estos periodos de cuarentena y encierro hemos podido contemplar de todo, escuchar cada burrada que te dejó patidifuso y leer hasta lo que no estaba escrito. Son las servidumbres a pagar en este mundo globalizado.  Como el propio virus, por supuesto. ¿La foto? En Ajuy.


Anoche mientras dormía
soñé bendita ilusión,
que un Lepe Tópez cagón
limpiarse el culo quería.
Y en su casa solo había
papel de lija finito,
que se estregó el muy cabrito
pues él no siente dolor;
cuando llegó el escozor,
madre mía, fuerte grito.


Cuánto sabe el enterado,
lenguaraz y vocinglero,
que con léxico rastrero
en todo se ha doctorado.
Y como va de letrado,
con su bramido sentencia
que el insulto es la licencia
para la mugre limpiar:
“porque lo mío es fardar
de mi infinita sapiencia”.


Qué mala hostia destila
el de la lengua zafada,
el de voxiana mesnada
y que la mierda ventila.
Piensa ufano este gorila
que posee la verdad,
aquella que con maldad
arenga con bizarría,
diciendo que España es mía
y abajo la paridad.


Cuando el sesudo erudito
desembucha en La Puntilla,
a media España cepilla
con su léxico exquisito.
Pues se atribuye el cabrito
la sapiencia universal,
sin mirarse el carcamal
a un espejo de soslayo,
donde vería el cipayo
fuerte hocico de animal.


Fernando Simón, señores, 
llamado el sabio tranquilo,
con su reposado estilo
nos disipa los temores.
Por ello me causa horrores
que haya un impresentable,
muy grosero y miserable,
que cuestiona su quehacer,
porque es él al parecer,
el único venerable.


Un trapacero avispado,
doctor en mil trapisondas,
deambula por las ondas
con  aspersor activado.
Porque todos la han cagado
en la crisis del “conora”;
así que llegó la hora
de capar al comité,
y de paso, mire “usté”,
al ilustre me incorpora.


Charlatán impenitente,
consumado tertuliano,
aquel cuya boca es ano
y lenguaraz displicente.
Este voxiano ferviente
que por el éter transita,
no parla sino vomita
a mansalva vituperios
y disfraza sus dicterios
con prédica de monjita.


Desaforados transitan
el Daimiel, Lepe y Vincenzo,
consumiendo mucho pienso
por lo mucho que vomitan.
Y a las armas nos invitan
por la defensa de España,
repartiendo tanta caña,
que luego a su Dios dirigen
plegarias con que transigen
lo argumentado con saña.


No sé cómo Dios permite
al católico creyente,
que injurie tanto a la gente
lanzando tremendo envite.
Y que, al tiempo, él incite
al odio y a la violencia,
pues es tanta su pendencia,
que por sus venas circula
el veneno que inocula
con marchamo de indecencia.


Carrascal, Lepe y Vincenzo,
más que ejemplares señeros
se creen tres pintureros
signando en un negro lienzo
el lodazal más inmenso,
en el que flotan a gusto
con el diserto vetusto
del cochambroso pasado,
en pos del Franco añorado
con la brocha del yo embusto.

jueves, 23 de abril de 2020

Décimas del confinamiento (1)

No son todas, claro. Solo una decena a modo de aperitivo. Las más light, que uno también tiene sus prontos. Y las que surgen en momentos hipertensos se dejan en la gaveta. Que tiempos vendrán mejores. Que ya peores tenemos bastantes. Como los dos viajes del Imserso previstos para esta temporada quedaron cancelados por culpa del “conora”, estoy a la espera de la respuesta (manda y ordena don dinero) para embarcarme en lo primero que salga. Ya de encierros voy servido. De ahí las fotos de hoy y mañana. Llámalo añoranza, si te place, y no te quitaré la razón.

En esto llega Casado
bien altivo y arrogante
–un echadito pa´lante–
y suelta con desenfado
cómo Sánchez la ha cagado
por apoyarse en la ciencia,
pues él tiene la creencia
de que al virus se combate
con un  dialéctico ataque
y no con tanta docencia.


Puede que sea mejor
olvidar redes sociales,
para no ver animales
despidiendo mal olor.
Madre mía, cuánto horror
al divulgar disparates,
pero de tantos quilates
que sería conveniente
fumigar de forma urgente
para frenar los embates.


No sé qué será peor,
si el virus o el dislate;
abramos, pues, el debate,
pero pronto, por favor.
Si todo el mundo es doctor
con su mágica receta,
se va al carajo el planeta,
pues cada cual por su lado
nada habrá solucionado
para llegar a la meta.


No es necesario políticos,
para qué las elecciones,
cerremos instituciones…
que nos gobiernen los críticos,
profundamente analíticos,
que por las redes pululan
y cuyas tesis anulan
a conspicuos tratadistas;
al poder, protagonistas,
los que por feisbuc circulan.


Lo saben perfectamente
cómo funciona Muface,
pero mucho más daño hace
el engañar a la gente.
Que algún periodista intente
la polémica avivar,
le permite cultivar
morbos, egos y descréditos,
pues interesan los réditos
mucho más que el informar.


Yo no  sé cómo el Gobierno
no recurre al doctorado
que en las redes ha plasmado
bien clarito su cuaderno.
Y derechito al infierno
que se vaya el comité
de expertos en no sé qué,
peritos en no sé cuántos,
culpable de los espantos
del bicho que no se ve.


Ha surgido un paladín,
a saber, Pablo Casado,
que los mares ha surcado
del uno al otro confín.
Se ha convertido en delfín
de otro ínclito zurriago
–por el que un euro no pago
ni en epidemia viral–
que se apellida Abascal
y cuyo nombre es Santiago.


Leña al mono, que es de goma,
cantaron los populares
y por todos los lugares
a Pedro le han dicho: ¡Toma!
Por una esquina se asoma
también la tropa “voxiana”,
que con cariño se afana
en aplaudir al gobierno,
mandándolo pa´l infierno,
eso sí, de mala gana.


Un Gobierno de emergencia
demandan ciertos sectores
y ante terribles actores:
¡Ay, Señor, danos paciencia!
Ellos tienen la creencia
–el pasado bien añoran–
de que en pandemias afloran
sentimientos encontrados
y esperan confiados
en clientes que fervoran.


Gobierno de salvación
es otra nueva ocurrencia
de aquellos que, con pendencia,
aprovechan la ocasión
para agarrar el bastón
y comenzar la molienda
de palos en la contienda,
que acabe con el poder
para poder ascender
desde su oscura trastienda.

miércoles, 22 de abril de 2020

Ser del PSOE

Somos la escoria  universal. Los mayores tarugos (personas de rudo entendimiento) que ha podido parir madre. Feos, deformados, grotescos, en suma, bazofia. Bípedos por azar. Embriones de homínidos abortados en la glaciación anterior al surgimiento del primer australopitecus. Mejunjes de espermatozoides descabezados. Esperpentos sifilíticos y merecedores, a lo sumo, de que nos arrojen por El Penitente. O desde lo alto del Roque Grande. Espantapájaros andrajosos en superficies yermas. Disonancias de inarmónica combinación acústica, a saber, meras cacofonías. Ventosidades y eructos psicodélicos.

Y como me saltes, aún sé algo más. O mucho, según me pinches. Sí, elementos distorsionadores de un gobierno socialcomunista (los de Podemos que lean esto, eleven el conjunto a la enésima; no, al Penitente no vayan ustedes que ya está lleno de mastuerzos), que, aunque nombrado siguiendo los dictados constitucionales, ilegítimo a todas luces. Usurpador, arribista, oportunista, incompetente, mono de feria. Rojo, como la sangre de los miles de muertos. Sembrador de ataúdes. Nulo gestor ante la que se avecinaba. Que yayoloveíavenir. Menos mal que me quedan las décimas.

Por mucho que pueda desgañitarse Bruce Aylward, una eminencia en el campo de la epidemiología y responsable del grupo de emergencia sanitaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS), quien califica de respuesta verdaderamente heroica el supuesto español en esta pandemia, seguirán erre que erre aquellos que utilizan el dolor ajeno para hurgar en las heridas con política panfletaria al más puro estilo de regímenes bien señalados en la historia de un pasado todavía reciente. Los que evocan personajes de nefastos recuerdos y que me traen a la memoria pasajes del libro que ahora leo: El dios de la lluvia llora sobre Méjico, del húngaro László Passuth, y que relata las aventuras de Hernán Cortés. No entro a valorar la secuenciación histórica ni el enfoque más o menos sesgado de la que se denominó conquista de aquel país, sino que me centro en cierto pasaje en el que se describe a Moctezuma: el hombre más alto, más excelso, el Único, el Colérico, el Terrible. Aquel que se guiaba por los signos con que se marcaba su existencia. Años felices y preñados de victorias. En los que sus ejércitos regresaban con miles de prisioneros y contribuciones generosas. Donde jamás se apagó la luz en el altar de los dioses porque tomaba más fuerza con cada gota de sangre derramada.

Más tarde, mucho más tarde, casi ayer, todo ello derivó en el volverán banderas victoriosas… Cantado por vez primera en el Cine Europa (qué incongruencias en el devenir histórico) unos meses antes de que comenzara (in)cierto conflicto bélico, que concluyera unos años después con un explícito cautivo y desarmado el Ejército Rojo.

Porque es así es como se afronta la lucha contra el coronavirus (¿o conoravirus, eminencia?) y no con esta táctica pusilánime del okupa monclovita. Váyase, señor Sánchez, y deje paso a quien le corte sus atributos al invasor chino. Tome ejemplo de los dirigentes británico y estadounidense. Quienes han plantado cara al bicho con políticas dignas de enmarcar y que, a buen seguro, pasarán a formar parte de los anales de la historia. No, pensaste mal. Anales nada tiene que ver con la narración de acontecimientos pretéritos y cuya etimología nos conduce al vocablo latino annus. Si vas al diccionario podrás comprobar que un servidor se fue por el otro camino y echó mano de lo perteneciente o relativo al ano. Que va más en consonancia con una extensa retahíla de locuciones en torno a su sinónimo culo, y que por razones de economía lingüística paso a citarte algunas que vienen como anillo al dedo para estos individuos casposos:

El prototipo de semejante ejemplar vendría a ser un ‘culo apretado’ (individuo –el DRAE señala persona, pero me niego a ponerle esa etiqueta– presuntuoso), o ‘culo de mal asiento’, (no requiere traducción), que aprovecha cualquier ‘coge culo’ (alboroto, desorden) y piensa que España es el ‘culo del mundo’. En consecuencia, el interfecto en cuestión ‘aprieta el culo contra el taburete’ (hace o planta cara al meollo) y, ‘confundiendo el culo con las témporas’ (o velocidad con el tocino), suele ‘quedarse con el culo al aire’ (meridianamente claro). El muy ‘tonto del culo’ (no tanto como el que es del PSOE) ‘pierde el culo’ (procurar algo afanosamente), aunque en realidad, y muy en el fondo (del aparato digestivo), no le gusta ‘mojarse el culo’ (comprometerse) y sí ‘lamer el culo’ (suelen ser dóciles y serviles ante el jefe de la manada). Como pretenden ‘darnos por el culo’ (fastidiar) de manera reiterada (para gustos), mejor sería ‘pasarnos por el culo’ (despreciar, desdeñar) sus diatribas o, mejor, que ‘te den… morcilla”. Vale, por donde te apetezca.

Respetuosamente, y siempre prestando la máxima obediencia a los dictados de la Real Academia de la Lengua, vaya para esta caterva de lenguaraces, desde un activo (bueno, medio pasivo) del colectivo que engloba a los reflejados en el titular de este post, un elocuente a tomar por culo. Este último, para variar, sin comillas.

De estos sujetos existe alguna que otra espinela. Tranquilo, a su debido tiempo. Ser del PSOE conlleva retrasos, algo típico en los apocados. Que no todos podemos ser lumbreras ni cabalgar en níveos corceles. En fin, a perdonar el huero discurso de hoy.

Y una apostilla: Qué cruel lo de Hart Island (New York) con enterramientos masivos de cadáveres que nadie reclama. Para mí que eso es ‘ir de culo’. Qué modelo de país.

martes, 21 de abril de 2020

Empacho

Y no me refiero a la embostada (de embostar: tomar comida hasta la saciedad) alimenticia de los días de clausura. Hecho al que se vio abocado más de uno de los que acapararon a mansalva (también papel higiénico) antes de que le caducara la atiborrada despensa. Es que semos lo que nos merecemos.

Hago alusión al cúmulo (des)informativo habido durante los días que permanecimos en estado de alarma. Que derivó en todos los medios de comunicación audiovisuales –en los impresos, menos– en un descarado ejercicio de autocomplacencia. Algo que este casi viejito jamás había percibido en estas siete décadas que ya uno lleva a sus espaldas. Tendré que ponerme al día, y cerciorarme bien, para matricularme en esa universidad en la que se incluye en el plan de estudios de periodismo, ese pasaje que señala como auténtico protagonista a quien le corresponde, llana y simplemente, ser el vehículo de transmisión entre el hecho informativo y el receptor del mensaje. A no ser que ahora se haya implantado la moda de que telediarios y “partes” radiofónicos (¿te acuerdas del término, no?) sean una secuencia más de cualquier película o novela, estilo Simplemente María, y que proceda solamente valorar el papel de los actores. Como cuando salíamos del cine dominical en los años mozos y pasábamos toda la semana siguiente contando las peripecias de romanos o los miles de flechas disparadas por los indios sin que ninguna alcanzase al patoso de John Wayne (Juan Vaina, para los amigos).

Estuve confuso durante el confinamiento. Mejor, lo sigo estando. Porque cuando algo tan serio como la crisis sanitaria sufrida se convierte en espectáculo por parte de quienes deben ser espejos de comportamientos, los esquemas se me atrofian. Y es preciso, a pesar de los supuestos avances sociales, no olvidar que “el lo vi por la tele” sigue aún vigente en el día a día de mucha gente. Por lo que se antoja primordial el respeto en lo que se expone y en el cómo se explica.

El empacho se tradujo en la restricción al máximo, a partir de la segunda semana de encierro, de ver teles o escuchar radios. Porque ya no informan. Cansan. Provocan hartazgo. Y te da cierta cosa contemplar una y otra vez, machaconamente, idénticas imágenes. Y como ni siquiera son capaces de advertir que son de archivo la mayoría de las veces, observas cómo dos policías, por ejemplo, recorren la misma calle unas quinientas veces cada dos minutos.

Los más contentos con las prórrogas del estado de alarma son los perros. Aquellos que habían permanecido confinados meses en la azotea de la casa en años anteriores, están que no se lo creen. Aunque, según me contaron, parece que uno murió de la impresión cuando vio a su dueño con la correa en la mano. No debió superar el infarto fulminante.

Y los titulares también se llevaron la palma (y resto de islas). Van unos ejemplos:

Ya hemos superado a Italia. Reducción del número de pensionistas. Del desprecio al ninguneo. Vox tiene razón; el Gobierno se equivocó. Un 75% de los españoles atribuye el elevado número de muertos a 4 errores del Gobierno. El coronavirus no pasa factura a Sánchez y el PSOE volvería a ganar con holgura las elecciones. Los canarios suspenden a Sánchez y a la Consejería de Sanidad. La normalidad se alcanzará el 27 de octubre…

Ya cuando leí, en cierto periódico isleño, el último reseñado no seguí. Porque ya puestos, eché en falta que indicara la hora y minuto exactos de la buena nueva. Manda testículos. Estos portentos del periodismo deberán pertenecer a la hornada de los que se han rebelado contra las comparecencias gubernamentales. Cuando uno escucha el nivel de las preguntas que se dirigen a Sánchez, nada extraña estas pueriles actitudes. Máxime cuando después de que conteste el presidente –da lo mismo el sentido de la respuesta– cada cual escribirá en su medio lo que le dé la realísima gana. O lo que dicten los superiores.

Menos mal que me entretuve sacando algo de chispa a las esperpénticas situaciones vividas. Y plasmadas quedaron en décimas. Ante tanta gilipollez, cada cual se consuela como mejor crea conveniente. Debo tener ya para varios libros. Quizás algún día la cultura no muerda en este pueblo ni se vete a los díscolos. Espero que esta crisis nos deje la moraleja de que no amanece más temprano para el que mucho besuquea. Como muchos no presentaron síntomas, lo mismo alguien contribuyó a la expansión más de lo que te puedes imaginar.

¡Ah!, se me olvidaba. Cuando en un determinado día se producen casi el mismo número de altas que de contagios, otro medio de estos contornos basa su titular en los cinco nuevos muertos. ¿Cómo me puede extrañar tal hecho cuando el nivel de las preguntas en las comparecencias de los responsables políticos y técnicos –jamás en la historia tantas como ahora– alcanza el más espantoso de los ridículos? Qué altura de periodismo. Y de periodistas.

Salud, ánimo y a viajar, que son dos días.

lunes, 20 de abril de 2020

Un rayo de esperanza

Nada he publicado durante este periodo de confinamiento. Las décimas pergeñadas, y alusivas a situaciones vividas en los días de ineludible retiro, quedan almacenadas en la correspondiente gaveta. Salvo las dos o tres excepciones de rigor. Ya se abrirá, vaya usted a saber cuándo, si antes no se me extravía la llave.

El ser dueño de mis silencios me ha permitido, como contrapartida, observar la inmensa generosidad del pueblo. En su práctica totalidad. Los unos, obedeciendo las normas impuestas durante la crisis. Los otros, prestando impagables servicios para que la vida continúe.

Pero ahora que un rayo de luz nos inyecta nuevos halos de esperanza, uno no puede, ni debe, silenciar la súbita aparición de tanto investigador que, de la noche a la mañana, ha puesto en el mercado millones de vacunas para luchar contra el coronavirus. El “conoravirus”, al decir del más eminente doctor de estos contornos isleños. Porque abogados y médicos brotaron debajo de las piedras, cual babosas que se arrastran por el inmundo lodazal, para expandir el yayoloveíavenir. Hasta en los instantes que se requiere solidaridad y entrega, no cejan estos indecentes en sus ínfulas de poner el contrapunto más abyecto.

Tampoco puedo, ni debo, permanecer callado, ahora que otros horizontes se abren a nuestra vista, ante un variopinto elenco de hijos de puta (ver pertinente acepción en el DRAE; no voy a ser yo menos que Pérez Reverte, verbigracia) que pulula por redes y medios de comunicación convencionales y que vierte su mala bilis en unos momentos en los que se demanda mesura y comedimiento. Que se erige en salvapatrias con diatribas que rayan la indecencia más absoluta, más vil, ruin y soez. Que busca réditos de protagonismo escupiendo bichos más peligrosos aún que el maligno expandido por cualquier confín de la Tierra. Que se aprovecha de plataformas, incluso ilegales, para disparar indiscriminadamente contra quienes han dedicado su vida a nobles causas. Abogados de secano que baten récords nadando en piscinas de mierda. La bazofia más indecente que añora retornos inquisitoriales.

¿Ejemplos? ¿Para qué? Son tantos que, quizás, no merite la pena. Aunque, ya puestos, va uno. Puede que no sea el más ejemplar, pero pone de manifiesto el sublime nivel de… los que no tienen vergüenza.

Emisora de radio, carácter público. Una de las tantas que se sostienen con dineros tuyos y míos. A la que llama una de esas paisanas que se levanta cada mañana con el teléfono en la mano y no tiene otra mejor cosa que hacer sino dar su opinión sobre cualquier asunto a debate. Y, de paso, felicitar al conductor del “pograma” por la bazofia propagada y la estopa repartida. Que la señora se cotiza lo que el más contundente lingote de oro y conoce de ciencias lenguaraces… Sí, llámame machista. Se trata de emitir dictámenes –que el que vale, vale– acerca del asunto en cuestión: el estado de alarma. Que se deriva, al (mal) gusto de las cuatro palmeras de turno y contando con la guía espiritual del otro Padre Apeles, hacia los malvados comunistas, causantes de todas las desgracias humanas. ¿Y quién mejor que Echenique para diana de los emponzoñados dardos? A ese vividor extranjero le quitaba yo la silla –porque vino a España para que se la regalaran– y lo subía a dos tablas para que se arrastrara. Y viva San Andrés, el vino nuevo y la pinas calles de Icod y municipios limítrofes. Risas y asentimientos. Cuán de cándida es la ignorancia. Y cuánta maldad en eso que los creyentes denominan alma. Que se cura con unos golpes en el pecho cuando acuden a los templos a engañar al todopoderoso. Tan lejano, el pobre, que no se entera de que se la están jugando aquí abajo.

Son aquellos –los menos– que protestan si el presidente informa. Pero también si no lo hace. Los que rezongan cuando los miembros del Comité Técnico exponen datos en su comparecencia diaria. Pero que discuten las cifras porque ellos disponen de canales informativos mucho más fiables. Los que añoran épocas del palo y tentetieso y disimulan notorias carencias, incluso académicas, con arengas queipodellano porque la guerra permanece activa. Castigo de la divinidad justiciera que cae cual rayo exterminador desde lo alto del brazo derecho de la cruz vallecaidiana.

Ayer me acordé de esta foto que te adjunto y que nos inyecta un potente haz luminoso a través del ‘fonduco’ abierto entre las nubes. Una metáfora, sí, desde luego. Como la cometa (gometa, la mentábamos antes) que ayer tarde vi volar en los aires libres de mi pueblo y al socaire del majestuoso Macizo de Tigaiga. Y como he aprovechado estos días de clausura para registrar los libros que pueblan viejos estantes, miremos el futuro con optimismo porque la esperanza debe mantenernos. Y, a la sazón, desterremos los miedos ante los que siguen empecinados en añorar silencios amordazados. Porque en una situación de excepcionalidad –estado de alarma– no parece muy razonable para este rebenque de la platanera, aunque sí debe serlo para los sesudos analistas, que se demanden consultas a tutiplén como si se dispusiese de todo el tiempo del mundo (y más) y se requiera la adopción de medidas bajo la óptica de normas estándares. La gestión de una situación inédita deberá conllevar fallos incuestionables. Varitas mágicas, las justas. ¿O es que, para no desviarnos del tema, la obtención de las propias vacunas no supone multitud de pruebas, sujetas, claro, a la casuística dispar de acierto/error pertinente?

Bueno, hasta mañana. Y ya pueden respirar tranquilos los que me añoraron durante la obligada clausura. Que los hubo, por supuesto.