Eso, según la RAE, sin detenerme a meditar mucho, sin
pensármelo dos veces. Porque la situación actual nos tiene demasiado nerviosos
y parece que el resorte del trasero se halla más activo que nunca; saltamos que
da gusto. Y el periodismo, como sosteníamos en el artículo de ayer, no es ajeno
a la movida. Así que hoy, y quizás mañana, no voy a profundizar en los contenidos.
Unas pinceladas apenas y dejo el resto a tu consideración. Lo mismo te libro de
un tostón y te alivio la lectura.
Debo estar en posesión de algo de razón cuando el mismo
Raphael –ese, el de yo soy aquel– me sorprende con esta sentencia: “El periodismo
afronta un papel importantísimo: informar profunda y objetivamente”. Que no
constituye –no debería– una novedad. Máxime para quienes a esto se dedican.
Aunque, desgraciadamente, existe un selecto grupo de… garbanzos negros.
Cuando leí lo de colocar un salvaslip en la mascarilla para una mayor protección, me planteé
una duda existencial: ¿Usado o no? Ni te rías ni me llames cochino, porque,
quizás, aunque te pueda provocar cierto grado de repugnancia, lo mismo el virus
también se lo piensa a la hora de iniciar el ataque y con el tufo desiste.
“Sánchez no da entrevistas desde enero”. Qué calado, qué profundidad
la del medio que lanza el envite. Como si el presidente del Gobierno no tuviese,
en estos momentos, mejor asunto que resolver. Ni que fuera Antonio Alarcó,
polifacético personaje que, según El Baifo Ilustrado, se halla inmunizado
porque ha sido capaz de entrenar a sus guardaespaldas para que rechacen de
inmediato los continuos ataques de ego que sufre cada tres por dos. Y cuando el
entrevistador padece idéntica enfermedad, vaya cóctel.
Como somos muy dados a los datos –siempre recuerdo a
Cayetano Barreto cuando preguntaba por el presupuesto de todo proyecto– bien
haríamos en no establecer odiosas comparaciones. Porque el coronavirus ha
provocado tal tsunami, que no resulta muy ortodoxo el que nos machaquen con
incremento del paro, movimiento en los aeropuertos, llegada de turistas y un
amplio etcétera. Pues en situaciones excepcionales –y esta lo es– las varas de
medir no se pueden sujetar a criterios de normalidad.
Es tal la locura desatada a la hora de fijar los titulares
de enganche, no solo por la feroz competencia entre los medios, sino, además,
porque aparte de arrimar el ascua a su sardina (normalmente grupos
empresariales que aportan la pasta), cada cual eleva el listón del reclamo, que
ya nada me extrañaría levantarme un día de estos con algo así: “Doce de cada diez
españoles creen que la crisis pasará factura a Sánchez”.
Muy relacionado con el deseo periodístico de ser el primero
en conseguir alcanzar la fama universal, va esta perla: “Según un estudio –menos
mal que no fueron dos o más, se me ocurre– el último contagio en España será el
28 de noviembre”. Como escribí unas semanas atrás, faltó concretar la hora. Y
al día siguiente, en las vísperas de San Andrés, nos vamos todos a correr el
cacharro en señal de regocijo a la Plaza del Charco, como hacíamos en los años
mozos.
Te juro que lo sentí pasar. Fue en la hora de la siesta.
Estaba echado en la cama viendo las noticias –las que después me repiten por la
noche– cuando me percaté de cómo se movía la almohada. Pegué un brinco y aún retumbada
en mis oídos el zumbido del asteroide, con forma de mascarilla, que casi rozó
la Tierra en su deambular espacial. Y es que solo estuvo a una distancia de 6
millones de kilómetros de nosotros. Vamos, que estiramos la mano y nos cepilla
los dedos, porque van como locos, a una velocidad endiablada. Me da que después
de la riada santacrucera del 31 de marzo de 2002, nos pasamos cuatro islas a la
hora de decretar alarmas y alertas. Es preferible que no nos asusten y si la roca
nos da un estampido, a buen seguro que formaremos parte de los futuros libros
de historia. Como el asunto de los dinosaurios. Y eso, lo vires para donde lo
vires, es un final de éxito. ¿O no?
Bueno, mañana, y ya estaremos en mayo, aunque sea festivo,
haremos una excepción contándote la segunda parte. Hasta luego.