Ayer, aprovechando que celebrábamos el Día de Canarias y a
todos se nos llenó el espíritu de sentimiento patrio, los medios de comunicación
daban a conocer, con todo lujo de detalles, lo que nos costará a partir de ahora
un billete para viajar entre las islas. Y nos sorprendían con un sinfín de
cálculos tras el correspondiente recorrido por la página web de dos compañías:
Binter y Fred Olsen.
Todo ello en base al acuerdo que Nueva Canarias firmó con el
Partido Popular para que el voto número 176, el del señor Quevedo, haga posible
que los Presupuestos Generales del Estado se aprueben en el Congreso de los
Diputados. He escuchado a otros comentaristas que ya esta medida estaba casi
consensuada por la otra diputada nacionalista (esta de derechas), que viene a
ser la que marca la mitad exacta de la composición del hemiciclo (175).
Comprenderán que se tratan de las clásicas disputas entre las denominadas
clases influyentes de Las Palmas y Santa Cruz y que se encargan de mantener
vivos los rescoldos del pleito insular para general regocijo del cuarto de
millón de parados y de quienes hacemos demagogia barata con artículos pueblerinos.
Como uno se halla en estado felizmente jubilado y viaja
cuando le apetece –y cuando los cuartos de pensionista se lo permiten– sabe
algo de husmear a la búsqueda y captura de billetes baratos. Y en muchas
ocasiones lo ha hecho con precios aun inferiores a los que se comentan ahora y
una vez se aplique la bonificación de las tres cuartas partes del pasaje.
Lanzamos con alegría las campanas al vuelo y no pensamos que
esa subvención a través de los dineros públicos va íntegramente a las arcas de la
aerolínea o de la naviera que opera en el archipiélago. Y el mercado
interinsular no está sujeto a demasiada competencia. Por lo que, y no sería la
primera vez, las empresas, cuando los pagos gubernamentales se demoran, aducen
cualquier motivo, casi siempre relacionados con los combustibles, para
modificar los precios. Incremento que deberá soportar, única y exclusivamente,
el viajero. Quien al final verá cumplido, inexorablemente, aquel dicho de mi
gozo en un pozo.
Es lo que se refleja en la información casi al final de toda
la perorata: “Todo esto ocurrirá si las compañías no aprovechan el descenso de
tarifas, y el previsible aumento de la demanda que eso conlleva, para a su vez
incrementar el precio de los billetes”. Con lo que la contundencia del
argumento se ve amortiguado con la condicional pertinente. Para lo que ya
Fernando Clavijo tiene la receta adecuada. Y es que el Ministerio de Fomento
debe “vigilar que las compañías no quieran subir artificialmente el precio de referencia”.
Dado que los cargos públicos de allá (Madrid) y de aquí no están sujetos a los
vaivenes del mercado porque les sonríe la fortuna en modo de viajes gratis, sin
esperas ni overbooking, estos buenos deseos quedan en meros propósitos, en otro
capítulo a añadir al índice de las intenciones del bien quedar.
Había que aprovechar la minoría de Rajoy. Y sacamos pecho
por ello. Como canario, al menos tanto como el que más, no me siento satisfecho
con estas operaciones de mercadeo. Y no deberíamos olvidar, no obstante, que se
ha firmado un acuerdo con el mayor incumplidor que ha existido desde que Franco
pasó a vivir bajo una losa. No es conveniente olvidar que se está negociando
con una Obligación de Servicio Público (OSP) y si no se fija un tope al precio
máximo de los pasajes, ya se pueden imaginar quiénes serán los únicos
beneficiarios de esta nueva medida.
El disputado voto, con cuya compra el PP se asegura una
legislatura algo más cómoda, se cuantificó en bastantes más millones que los
que al final se plasmaron en el documento. Y si ya antes de coger el bolígrafo se
había cedido en apreciable cantidad, la coletilla de si la economía lo permite
penderá cual espada de Damocles. De tener que compensarse el conflicto catalán
echando mano a la caja del turrón, entiendo que no va a ser el Barça quien
corra con los imprevistos.
No vayan a pensar que puedo estar triste por la noticia. Qué
va. Me contrarían las formas, las maneras, el proceder mercantilista. Si
Canarias debe ser compensada por su lejanía, esta no es la forma adecuada.
Porque hemos quedado una vez más como el mendigo que acude a que papá estado lo
compense con los mendrugos de rigor. Y ante los ojos del resto de españoles
como aves de rapiña. Porque lo que nos conceden va en detrimento de otros. Y
así no se gobierna, así no se administra una comunidad.
Yo, canario, señores nacionalistas de un lado y otro, no
saco pecho. Y menos utilizo el Día que nos representa para esperpentos de tal
calibre. La dignidad no se vende por un plato de ropa vieja. El respeto se gana
en noble lid y no rapiñando. Así no me siento orgulloso de ser autóctono.
Fue ayer un día agridulce. Espero, por último, que lo
ajustado del panorama político no sea excusa para justificar ausencias de
duelos o para hacer valer sacrificios y abnegaciones. Y, por supuesto, viajar a
la Península, y no de vacaciones, nos seguirá costando un ojo de la cara, y
parte del otro. Por no ser chabacano y utilizar de ejemplo una glándula
ovalada.