Llevo toda la vida bebiendo agua del chorro. Y aquí estoy.
Es más, la que contiene la botella de plástico que pongo en el coche para
echarme un trago después de la caminata de rigor, procede de idéntico lugar. A
pesar de las reiteradas llamadas de atención para que no caigamos en esa
tentación so pena de morir envenenados por contaminación severa. Jolines, la
que tengo en el escritorio al lado del ordenador (envase de Solán de Cabras)
lleva conmigo casi un mes y tanto ella como yo seguimos tan campantes. No se
ganan la vida con mis aportaciones las empresas embotelladoras del líquido
elemento. Corren igual suerte que las operadoras de telefonía móvil. Y cuando
se me mete una cosa en el magín, el cambio se antoja complicado. Soy, en esos aspectos,
de mentalidad alemana. Vale, cabeza cuadrada.
Cuando uno era menudo no existía la mayoría de los
denominados adelantos tecnológicos que hoy nos supeditan hasta el extremo de
habernos convertido en autómatas (iba a escribir idiotas). Hemos alcanzado un
estado de dependencia brutal. En todo, no creas que pienso solamente en el smartphone. Suplíamos carencias con
imaginación. Una garapa de la bellota de una piña de plátanos se convertía en
elegante transatlántico que navegaba por los mares de la poceta en los días de
riego. O en lancha rápida que aprovechaba los desniveles de las atarjeas.
Cuando no de cacharro (los de aluminio vinieron después, que uno posee cierta
edad) para el agua que bebíamos de los canales que cruzaban las inmediaciones
para saciar la sed de poblaciones cercanas. Los más viejos del lugar se
acordarán perfectamente de la “tajea honda”.
Todos los estudios al respecto nos señalan que el agua que
nos llega a nuestras casas es potable. Sin discusión alguna. De manera unánime
lo certifican los análisis correspondientes. Pero la avalancha de botellas de
plástico nos ha comido el coco. ¿Agua del chorro? Ni que estuviera loco, tiene
un gusto raro. Y en la escuela nos dijeron que debía ser insípida. Y ahí
salimos de la gran superficie con el carro hasta los topes. El 90% del importe
que hemos dejado en caja se corresponde con el envase, al continente. Puede que
el contenido le haya salido enteramente gratis al proveedor.
No es necesario dar muchas vueltas para tropezar con
basureros en los que predomina el plástico. Porque gran cantidad de los
recipientes adquiridos no concluyen su singladura en el contenedor amarillo.
Ojalá. Vamos hacia un mundo de mierda, y seguimos en el empeño de cargarnos la
naturaleza. Los mares dan pena. Barrancos o cualquier oquedad valen de excusa
para ocultar los adelantos de un progreso que acabará con la Tierra sin que
seamos capaces de poner remedio a tanta sinrazón.
Por si fuera poco, en Tasmania ya se envasa el zumo de nube.
En mi pueblo no íbamos a ser menos. Y en el propio edificio consistorial
(Avenida de Canarias) ya puedes adquirir, a módico precio, unos sugerentes y
elegantes frascos bien repletos de humo. Azules y con un charrán dibujado a la
altura de El Guindaste. Fuente del Teide, consta en su partida de nacimiento. En
ellos puedes encontrarte desde promesas incumplidas hasta acuerdos que duermen
el sueño de los justos. Unos pocos traen música incluida. Así, cuando lo
destapas, se escucha una voz que se aleja (melodía de Despacito) al ritmo de ‘Estamos
en ello’.
Como no tengo claro que bebiendo agua embotellada vaya a
disfrutar de mejor salud –y hasta ahora no me he vacunado jamás contra la gripe–
continuaré con mi particular cruzada: el agua del chorro sabe a pastillas. Y si
noto que baja la calidad, acudiré, como tantos otros, a la fuente de La Vega
(foto), pues me queda de camino a Las Abiertas, con el coche lleno de garrafas
a surtirme para el abasto de al menos una semana. Nadie me podrá acusar del
deterioro del medio ambiente.
Son tantos los carros repletos de modismos a los que nos
queremos subir, que un día de estos nos vamos a olvidar de caminar. Yo creo que
nos hemos vuelto demasiado mimosos. Y de ello se aprovechan los que se empeñan
en que el sueldo no llegue al final de mes. A saber: espera sentado. O mejor:
abre el chorro, cámbate la cabeza un fisquito para un lado, y succiona.
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