Estuve el pasado lunes –próximo a las nueve de la noche, que
decía mi madre– en el que sigue siendo mi barrio. Porque aunque uno lleve 16
años residiendo en la Urbanización Los Príncipes –me vine a lo alto porque el
frío conserva– Toscal-Longuera (cuando vengo del Puerto), o Longuera-Toscal
(cuando bajo por El Castillo) sigue bien retratado en los recuerdos de unas
cuantas décadas. Mucho más de convivencia que de dormitorio. Porque el añadido
de haber trabajado en su colegio una larga etapa te da un plus de compromiso.
Pero como se pierde con pasmosa facilidad la memoria histórica y es el día a
día el que marca improntas, son pocos los capaces de echar la vista atrás para
escudriñar avatares del otro día mismo.
Fui invitado a una reunión de los miembros de la actual
junta de gobierno de la Asociación de Vecinos La Barca con representantes de
cierto partido político. No digo cual, porque no viene al caso. Aunque sí
aclaro que no fue el PP. Ya saben que el médico me tiene prohibido realizar
ejercicios que puedan disparar mi tensión arterial.
Me llevé una muy grata impresión. Y es que, mientras
exponían su argumentario los directivos reseñados, pensaba que a finales de los
setenta, aun sin celebrarse las primeras elecciones democráticas en este país,
se fueron sentando cimientos a base de ilusión, sacrificio y tenacidad. E intuí
en los objetivos que demandan a las instituciones públicas, que no todo está
perdido, que restan aberturas por las que se cuela la esperanza. Un núcleo
poblacional como el de este importante sector de Los Realejos merece algo más,
mucho más, que la presencia de unos políticos que solo buscan reclamos para
intereses espurios. Donde prima la foto y el posible rédito electoral.
Se habló de un centro de salud que no arranca por desidias
de aquí y de allá. Del ayuntamiento, porque sus gobernantes parecen preferir
que en el solar adquirido para la construcción de las tan necesarias
instalaciones alguien obtenga beneficios con plantaciones agrícolas, en vez de demandar con toda la insistencia posible ante el organismo encargado de
ejecutar las obras. Que le den uno de los flamantes huertos urbanos, si es que
me van a salir con la tesis de que hay que potenciar las labores del campo. De
la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, porque llevan haciendo oídos
sordos desde ha tanto y echando tierra sobre el asunto, contando además con el
pasotismo de quienes desde el pueblo tienen el sagrado deber de reclamar con
cuantas armas (democráticas) tengan a su alcance, que se han permitido el lujo,
como demostración de que algo se mueve, de preguntar de dónde podrían tomar la
electricidad. Da la impresión de que los cinismos se pegan.
Parques infantiles, zonas de ocio para una juventud que se
ve abocada a buscar alternativas perniciosas, los mentados anteriormente
huertos urbanos (con una trayectoria que raya el ridículo y el esperpento; y
ahí siguen muertos de risa), la restauración de la Casona de La Gorvorana, unas
urbanizaciones (Románticas) que requieren una actuación integral porque dan
lástima, solares (Calle el Monturrio) y espacios (El Campo) que ponen de
manifiesto una falta de planificación preocupante, un estadio olímpico cuyo
tartán pide a gritos un recambio…
Cuánto me alegré de que el espíritu reivindicativo hubiese
hecho acto de presencia nuevamente. Porque esa es la misión de todo colectivo
que se precie y no el de caer en las redes que extienden los que tienen la
responsabilidad de atender las necesidades ciudadanas para captar adeptos que
adulen y rían gracias con los consabidos besos y poses del bien quedar.
Uno, que por razones obvias de edad viene de vuelta, aplaude
a rabiar iniciativas de tal porte. E invita a la gente comprometida con el
bienestar de sus convecinos a que sigan bregando duro. Tocando en cuantas
puertas sea menester, despertando conciencias y exigiendo el cumplimiento de
los servicios que el barrio demanda.
Pues sí, creí verme en aquellos años en que nada había y
mucho se consiguió arrimando el hombro y no esperando a verlas venir. Pocos
vamos quedando de aquella hornada que, mero ejemplo, observando las lamentables
condiciones del polideportivo, se nos ocurrió “vender” metros cuadrados a
cambio del valor que dicha superficie suponía en piche. O de cómo se valló. O
de cómo se protegieron ventanas con estructuras metálicas. O de cómo se dotó de
material. O de cómo se sembraron jardines incluso más allá de los recintos
escolares a los que, en principio, se debía la Asociación de Madres, Padres y
Amigos de la Agrupación Escolar Mixta Toscal-Longuera. De la adquisición de
libros y material fungible para el desarrollo de la labor docente, otro
capítulo.
Sí, tiempos en los que el compromiso de servir fue
leitmotiv. Y en la noche del pasado lunes volví a revivir esa situación. Mi
felicitación más entusiasta a la actual junta directiva de la Asociación de
Vecinos La Barca y todo el estímulo para que continúen por esa senda. Porque
desgraciados ejemplos de abundante desidia existen en los infrautilizados
locales sociales de muchos barrios de Los Realejos, donde reinan la apatía y el
conformismo. Puede que, y es lo más triste, con el beneplácito, de los que
rigen los destinos municipales, a los que interesa espíritus adocenados y
borregos al uso.
Que navegue esa Barca con donaire y alegría. Y a pesar de
los mares bravos, que el rumbo no se tuerza. Mi agradecimiento por hacerme
pasar una agradable velada. Como diría el humorista, me supo.
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