martes, 8 de septiembre de 2020

De capa caída

Claro que no soy objetivo. El emitir opiniones conlleva estos riesgos. Y como en marzo de 2018 –ya lo he comentado alguna que otra vez– decidí, motu proprio, solicitar el reingreso en el partido con el que ostenté, en un pasado ya muy lejano, algún cargo de responsabilidad (PSOE), pues mucho menos. Otra cosa no puedo manifestar. Pero si efectuamos un repaso por la extensa colección de artículos que un servidor ha publicado a través de diferentes canales, se puede observar que no he andado con papas en la boca a la hora de cuestionar procederes socialistas que no me parecieron adecuados o correctos.

No piso el local de la agrupación socialista en Los Realejos desde junio de 2019. También te digo que no me han convocado desde ese entonces a reunión de ningún tipo. Ignoro qué dicen los estatutos con respecto al periodo de mandato de las ejecutivas. A lo peor es como en algunas asociaciones vecinales, cuyos cargos parecen ser vitalicios.

Si hacemos la salvedad del grupo municipal, que con sus cinco concejales intenta capear el temporal llamado Manuel Domínguez (vulgar copia de la denominación de los huracanes tropicales) y se harta de proponer iniciativas –sistemáticamente rechazadas por la mayoría popular y luego copiadas de manera vulgar y sin recato alguno por los abundantes bien pagados–, me da que no soy el único en manifestar abiertamente que el PSOE en la Villa de Viera no existe. No hay vida orgánica y la implicación en el tejido social es prácticamente nula. Está muerto. Fiambre.

No sé si el local de La Cascabela es propio o alquilado. Pero como nos encontramos en época –por el maldito virus– de reinventarnos, mejor montamos una churrería y creamos uno o dos puestos de trabajo, que, a lo mejor, están haciendo falta y siempre habrá gente necesitada.

Si desconozco lo que se cuece –más bien poco o nada– en mi agrupación, mayor es mi ignorancia con respecto a lo que ocurre en otros municipios. Pero de ser la situación similar, me temo que en aquellos pueblos en que la suerte electoral nos ha sido esquiva, muy larga se antoja la travesía del desierto.

Echo en falta los arrestos de tiempos idos. De cuando las carencias eran suplidas con imaginación, voluntad y ganas. Ilusión, en suma. De cuando la militancia significaba compromiso. A cambio de nada. Mejor, a cambio de penas y sacrificios y de restar tiempo al tiempo para dedicarte a mil quehaceres. Y no exagero un tanto así. La comodidad nos ha invadido y el figurar se ha convertido en leitmotiv. Se está más al acecho de lo que pueda caer, que de volcarse en las necesidades ciudadanas. Criticamos abiertamente los andares de quienes gobiernan, pero vivimos de espaldas a la realidad sin transmitir a las gentes propuestas y medidas de cambio. En suma, no existimos. Somos invisibles a los ojos de nuestros vecinos.

Seguro que los viejos que aún quedamos en el colectivo –seres inútiles que chochean sin remisión– añoramos otros mimbres. Que por razones obvias de edad ya trascienden nuestras posibilidades. Dejemos paso a los jóvenes, dijimos. Qué bien. Y aplaudimos la loable medida. ¿Para esto? Maldita la gracia.

De capa caída, titulé. A lo peor me equivoco por benévolo. Porque ni siquiera se aprovecharon varias oportunidades para incrementar los índices de participación en la agrupación. Parece que molestábamos. Eso sí, nos sacaron una foto. Se atrajo gente que fue parte muy activa, que se fue retirando por diversos motivos, y… nada de nada. Mierda espichada en un palo. Con perdón. Vuelta a la rutina, a la monotonía al laissez faire, laissez passer.

Cuando uno se mete en algo es para moverte, para intentar aportar en la medida de tus posibilidades. De lo contrario, siéntate ante la tele y ráscate el ombligo. Y si no puedes porque tus otras ocupaciones –bajo enchufe o no– no te lo permiten, un paso al lado.

Como los órganos insulares, o regionales, se hallan en análogas condiciones –pues son los mismos en (supuestas) responsabilidades públicas y orgánicas– lo mismo me abren un expediente por díscolo. Y es que, con total seguridad, las verdades escuecen. Que conste que fui yo el que agarró el teléfono el 3 de marzo de 2018 (sábado) y llamó a la federal para firmar el contrato. Como no hay cláusula de rescisión que me impida el procedimiento contrario, no les voy a dar el gusto de que ni me llamen a capítulo. Confío, no obstante, que exista alguien en este pueblo –el optimismo que no falte– que agarre el timón de un barco que aún  está a tiempo de no convertirse en un pecio para siempre jamás. Si fuese mujer, mejor. ¿Por qué? Porque ya toca. Y están mejor preparadas. Y tienen más agallas. Y…

Y el resto me lo guardo. Por ahora.

4 comentarios:

  1. Y como esta situación, otras muchas. Sin iniciativa, sin ganas y sin entusiasmo. Y no vale con decir que los demás andan igual o peor. La política local no se hace como antes, de acuerdo. Pero es que antes sí se hacía política: con los veteranos siendo leales y enseñando.

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  2. El monte nos impide ver el bosque,las elecciones están aún lejos y los reyes colocados,todo a su tiempo y al que no le interese la estrategia ya sabe lo que puede hacer, salud maestro

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  3. Las elecciones están lejanas aún y los reyes colocados, cada cosa a su tiempo, y al que no le convenga ya sabe lo que tiene que hacer, salud maestro

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