Lo prometido es deuda. Aquí estamos de nuevo. A sabiendas de
que los destinatarios de los dardos, y presuntos implicados a consecuencia de
los denominados efectos colaterales, preferían el mutismo, mi silencio. Que siguiera
agostado, como en este mes de julio que hoy concluye. Pero uno es consciente de
que alongarse Desde La Corona constituye sano ejercicio para quienes son
capaces cada día de perder unos minutos en la lectura de unos párrafos que,
peor o mejor pespuntados, pretenden despertar conciencias. ¿Llamadas de
atención? ¿Aldabonazos? Vale. Y a ellos me debo. Y por ellos escribo. Y a
quienes se pican (qué verbo más rico en acepciones) sin motivo aparente y
recurren a la vieja táctica de mezclar churras con merinas, el consejo de que
cuenten hasta diez. O más, si por un casual han creído atisbar negros
nubarrones que se ciernen sobre conciencias obnubiladas. Porque, y no es
conveniente olvidarlo, Jesús se responsabiliza de lo que escribe, no de
cuentos, dimes y diretes. Mucho menos del me dijeron que. O del interpreto que
quisiste plasmar. O si no lo pensaste, que te conozco.
Por lo tanto, situados todos en el platillo de la balanza
que hayan estimado menester, procede emitir opiniones por escrito. Y como estas
son libres, y consagradas por precepto constitucional, tras haber redactado
varios millares de artículos, que fueron publicados en diferentes foros,
mientras la razón siga acompañando mis pasos, me siento en la imperiosa
necesidad de teclear criterios, juicios. Como aquellos que se refugian en la
nicotina. Cada cual se droga con lo que crea conveniente.
Ya de preámbulo está bien. Es más, he pecado por exceso. Que
pareciera que deba justificar algo. Vamos al meollo. Que es cuestión de seso.
Estuve en Lanzarote hace dos semanas. Y observé, al tiempo
que padecí, las colas para acceder a lugares emblemáticos como Jameos del Agua,
Cueva de los Verdes, Jardín de Cactus, Montañas del Fuego… A pesar de visitas
anteriores, era oportuno que los nietos disfrutaran de tan maravillosos
parajes. Y cuando uno se sumerge en la vorágine, le invade el escepticismo.
Porque no es normal que se hable de déficits en instalaciones que deben suponer
inmensa satisfacción para los encargados de hacer caja cuando se echa el cierre
cada tarde. Que son una mina, vamos. Aunque no sé yo si la exclusiva
dependencia de dicha industria (turística) no podría conducir a la isla a un
cataclismo de consecuencias imprevisibles si cualquier imprevisto diera al
traste con la gallina de los huevos de oro. Con el añadido, y a la numerosa casuística
me remito, de que la gestión de las administraciones públicas no ha brillado
por su excelencia. Y han campado por sus respetos la corrupción, las
trapisondas y el meter la mano donde no se debía. Ha habido momentos en que la
guardia civil cambió sus acuartelamientos por determinadas sedes
institucionales. César no estaría contento.
La foto es de La Graciosa. Tomada el 11 de julio próximo
pasado. Escenas habituales en Caleta de Sebo. Ya escribí un artículo tiempo
atrás en el que expresaba mi visión de la avalancha. De cómo se exprime un
territorio frágil hasta extremos insospechados. Y todo en aras del progreso. De
unos avances (supuestos) de los que más tarde o más temprano los propios
gracioseros se lamentarán. Porque la isla no puede aguantar la presión a la que
se halla sometida. La devoran sin remisión. Ni siquiera se ha sido capaz de
desarrollar adecuadamente el Plan Rector de Uso y Gestión del Archipiélago
Chinijo (Parque Natural).
Escuchaba a Manrique en un documental que se ofrece el
visitante en el auditorio de Los Jameos. De su intento de proteger Lanzarote de
los aludes urbanísticos. De su visión horizontal del planeamiento. De sus
principios estéticos. En suma, del buen gusto. Hace 25 años se nos fue en un
desgraciado accidente en la rotonda de Tahíche, bien cercana a la actual
Fundación. Los solares cedidos a los hijos de La Graciosa fueron vendidos al
mejor postor en los años en que el dinero corría fácil. Y las utopías fueron
enterradas con el ideario estético manriqueño: arte/naturaleza. No basta con
echar la mirada a los adefesios que hormiguean por Canarias. Y copiamos errores
para general regocijo. En La Graciosa se ha dado sepultura al diálogo
respetuoso con el medio natural.
Alguno de los asiduos veraniegos me saltó a la yugular cuando
trasladé al blog mi comentario de meses atrás. Se me argumentaba que los
habitantes de la octava merecían idéntico tratamiento al resto de ciudadanos
canarios. A costa, reitero mi idea, de cargarse un entorno privilegiado. Y
cuando se desvanezca el sueño y los billetes se volatilicen, reclamaremos con
urgencia otro cerebro bien amueblado que recomponga el entramado. Y al pie de
las ruinas lloraremos amargamente.
Mañana será agosto. Si a bien lo tienen, aquí estaremos. Ya
mis vacaciones pasaron.
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