¿Acaso creías que yo no lo pienso? Igual que tú. Pero yo lo
digo y no me lo callo como un zorro. Y pienso compartir con los familiares más
cercanos. Aclaro lo de contiguos, no sea que se apunten hasta los primos
segundos, terceros y cuartos que uno ya no conoce sino en el entierro de algún
pariente lejano.
Recuerdo aquella película de El violinista en el tejado. En
la que se interpretaba la canción que da titulo al presente. Ya que no hago
referencia a esta película reciente del director Fernández Armero. Estos ricos
más modernos, metidos en líos, no me van. Avaricioso no soy.
Todos hemos soñado en más de una ocasión con la cantinela de
turno. Y hemos hecho planes al respecto. Lo mío sería viajar. Me sobraría hasta
la casa actual. Con lo que Manolo –cuánto lo siento– no podría cobrarme el
incremento en el recibo de la contribución. Es más, regalaría el coche, porque
para tenerlo parado en el garaje. Y como no es eléctrico ni híbrido.
Yo tenía que haber sido camionero en vez de maestro de
escuela. Y pasarme la vida haciendo kilómetros por esas carreteras. Lo malo es
que cuando conduzco durante los periodos vacacionales –que después de la
jubilación son todos– suelo ir por carreteras secundarias, o terciarias, porque
las autovías me agobian con las prisas. Debe ser la edad. Y cuando te adelanta
una guagua cargada de pasajeros, te entran hasta malos pensamientos por si se
le revienta un neumático. O un “diosmático”, que decía cierto conocido cuando
lo utilizaba para el baño en la playa de Los Roques en aquellos tiempos en que
la arena llegaba al rozo. Así mentábamos la unión de la superficie playera con
el acantilado que la circunda. Y como deduzco que proceda de rozar o roce, así
lo dejo.
Como uno es un observador nato, deduzco que en política
también existen muchos ricos. A tenor de las sonrisas –cuando no carcajada
limpia– con que nos deleita en cada intervención pública la alcaldesa de Santa
Cruz, verbigracia, debe poseer Patricia un caudal inmenso que la hace
inmensamente feliz. De igual manera, creo, les pasará a los que ocupan varios
cargos (alcalde y diputado, alcalde y senador, presidente de cabildo y
diputado…). En todas las formaciones políticas. Incluyan la mía, por favor. Y
ponemos el grito en el cielo si una moción de censura, por ejemplo, retira confianzas.
Porque resulta que el malvado era un pan de leche unos meses atrás. Un servidor
se ha opuesto desde siempre a ese tipo de riquezas. Uno, que ya va de vuelta en
la vida –jugamos la prórroga, que sostiene un amigo– entiende que más que una
demostración de altas capacidades, implica carencias notorias, amén de ansias
de figurar en cuantos más sitios mejor. Como si la cantidad fuera sinónimo de
calidad. Y como en mi pueblo lo llevo viviendo desde ha la tira, voy servido.
Ay, si yo fuera rico, dubi, dubi, dubi, dubi, dubi, du.
Cuánto viajaría. Pero no me atraen los grandes periplos. Soy de cercanías. Y en
este país hay mucho por conocer. Me apena todo aquel que va presumiendo de haber
visitado lugares exóticos allende los mares y reconocer, al mismo tiempo, que
no ha pisado la isla de El Hierro. Me dan ganas de tupirlo a quesadillas. O
rapaduras, si de La Palma se tratase.
Sigo jugando la Primitiva cada semana. La esperanza me
mantiene. Lotería de Navidad, ni en pinta. Sólo el décimo que comparto con tres
puntales educativos. Por cierto, debo bajar a La Longuera a buscarlo. Y es que,
a veces, no tengo tiempo con tanto viaje. ¿Tienes envidia? Ya sabes.
Termino. ¿Habrá o no gobierno? Lo pregunto por si voy a
seguir cobrando la pensión. Pa´ La Gomera me da. Ay, si yo fuera rico.
¿La foto? El Duero a su paso por Soria.
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