miércoles, 27 de noviembre de 2019

Si yo fuera rico

¿Acaso creías que yo no lo pienso? Igual que tú. Pero yo lo digo y no me lo callo como un zorro. Y pienso compartir con los familiares más cercanos. Aclaro lo de contiguos, no sea que se apunten hasta los primos segundos, terceros y cuartos que uno ya no conoce sino en el entierro de algún pariente lejano.

Recuerdo aquella película de El violinista en el tejado. En la que se interpretaba la canción que da titulo al presente. Ya que no hago referencia a esta película reciente del director Fernández Armero. Estos ricos más modernos, metidos en líos, no me van. Avaricioso no soy.

Todos hemos soñado en más de una ocasión con la cantinela de turno. Y hemos hecho planes al respecto. Lo mío sería viajar. Me sobraría hasta la casa actual. Con lo que Manolo –cuánto lo siento– no podría cobrarme el incremento en el recibo de la contribución. Es más, regalaría el coche, porque para tenerlo parado en el garaje. Y como no es eléctrico ni híbrido.

Yo tenía que haber sido camionero en vez de maestro de escuela. Y pasarme la vida haciendo kilómetros por esas carreteras. Lo malo es que cuando conduzco durante los periodos vacacionales –que después de la jubilación son todos– suelo ir por carreteras secundarias, o terciarias, porque las autovías me agobian con las prisas. Debe ser la edad. Y cuando te adelanta una guagua cargada de pasajeros, te entran hasta malos pensamientos por si se le revienta un neumático. O un “diosmático”, que decía cierto conocido cuando lo utilizaba para el baño en la playa de Los Roques en aquellos tiempos en que la arena llegaba al rozo. Así mentábamos la unión de la superficie playera con el acantilado que la circunda. Y como deduzco que proceda de rozar o roce, así lo dejo.

Como uno es un observador nato, deduzco que en política también existen muchos ricos. A tenor de las sonrisas –cuando no carcajada limpia– con que nos deleita en cada intervención pública la alcaldesa de Santa Cruz, verbigracia, debe poseer Patricia un caudal inmenso que la hace inmensamente feliz. De igual manera, creo, les pasará a los que ocupan varios cargos (alcalde y diputado, alcalde y senador, presidente de cabildo y diputado…). En todas las formaciones políticas. Incluyan la mía, por favor. Y ponemos el grito en el cielo si una moción de censura, por ejemplo, retira confianzas. Porque resulta que el malvado era un pan de leche unos meses atrás. Un servidor se ha opuesto desde siempre a ese tipo de riquezas. Uno, que ya va de vuelta en la vida –jugamos la prórroga, que sostiene un amigo– entiende que más que una demostración de altas capacidades, implica carencias notorias, amén de ansias de figurar en cuantos más sitios mejor. Como si la cantidad fuera sinónimo de calidad. Y como en mi pueblo lo llevo viviendo desde ha la tira, voy servido.

Ay, si yo fuera rico, dubi, dubi, dubi, dubi, dubi, du. Cuánto viajaría. Pero no me atraen los grandes periplos. Soy de cercanías. Y en este país hay mucho por conocer. Me apena todo aquel que va presumiendo de haber visitado lugares exóticos allende los mares y reconocer, al mismo tiempo, que no ha pisado la isla de El Hierro. Me dan ganas de tupirlo a quesadillas. O rapaduras, si de La Palma se tratase.

Sigo jugando la Primitiva cada semana. La esperanza me mantiene. Lotería de Navidad, ni en pinta. Sólo el décimo que comparto con tres puntales educativos. Por cierto, debo bajar a La Longuera a buscarlo. Y es que, a veces, no tengo tiempo con tanto viaje. ¿Tienes envidia? Ya sabes.

Termino. ¿Habrá o no gobierno? Lo pregunto por si voy a seguir cobrando la pensión. Pa´ La Gomera me da. Ay, si yo fuera rico.

¿La foto? El Duero a su paso por Soria.

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