Comienzan a elevarse voces por el tratamiento informativo que
los medios de comunicación prestan ante situaciones complicadas. Como puede ser
la actual del coronavirus. Es tal el empacho provocado por los excesos, que
flaco favor se presta al ciudadano. Y son tantos los canales por los que nos
llega la avalancha, que me atrevo a poner en tela de juicio muchos principios.
El problema, pienso, viene, en muchas ocasiones, de la mano
de aquellos supuestos comunicadores que pretenden erigirse en protagonistas. El
hecho de “retransmitirse por Facebook” muchos programas radiofónicos, ha
provocado que no solo se pierda la esencia de este medio, sino que se margina
el contenido informativo en favor de la presencia destacada de quienes son
meros conductores. Se peca gravemente cuando alguien que se dice periodista
olvida, por ejemplo, que en una entrevista su papel debe limitarse, y no es
poco, a procurar que se luzca el personaje invitado. A quien tenemos el
compromiso ético de “sacarle todo el jugo”. Y se reitera tanto el afán de ostentación
de quien interroga, que conviniera con más frecuencia negarse a responder el
entrevistado o espetarle, en todo caso, al que dirige el cuestionario aquello
de “si ya usted lo ha dicho todo, ¿para qué me pregunta?; ¿para qué vine yo
aquí si el loro, o cotorra, que tengo delante no para de opinar, y debiera ser
yo el que asuma ese papel?”.
Pero volvamos al trance actual. La FAPE (Federación de
Asociaciones de Periodistas de España) recuerda a los periodistas que “nuestro Código
Deontológico nos reclama que, sin perjuicio del derecho de los ciudadanos a la
información, se respete el derecho de las personas a su propia intimidad e
imagen, sobre todo en el tratamiento informativo de los asuntos en que medien
elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas”. Cuántos tristes
ejemplos hallamos por estas cercanías de aquellos que han catapultado un
hipotético derecho al insulto. Donde el respeto brilla por su ausencia y donde
se da rienda suelta a los más bajos instintos mediante una ingente diarrea
verbal.
Sigue poniendo de relieve el comunicado de la FAPE que “la
función social que protagoniza el periodismo en provecho de la comunidad tiene
su máxima expresión en las crisis y conflictos. Reconocida nuestra
influencia en la formación de la opinión pública, debemos ser conscientes de
que los titulares y las noticias alarmistas, sensacionalistas o amarillistas
siembran la desconfianza y pueden crear un estado de alarma que no se
corresponda con la realidad”. ¿Te pongo ejemplos? No creo que sea necesario.
En el periódico El País me tropecé con este párrafo: “En
tiempos de ruido, cuando tanta propaganda o bulos se hacen pasar por
información, cuando cualquier ciudadano está sometido a un bombardeo de
estímulos, el lector exigente sabe dónde encontrar el periodismo que le aporta
valor. El que le ayuda a entender el mundo, a conocer lo que se le esconde, a
tener los elementos que necesita para formar su propia opinión, tomar sus
decisiones y participar en el debate público”. Y que, con demasiada frecuencia,
se tiende a pensar que el consumidor lo traga todo. Porque minimizamos su
preparación y lo rebajamos a la categoría de potencial analfabeto. Sin conceder
siquiera el beneficio de la duda. Ocurre lo que en el campo de la política,
cuando los dirigentes no son capaces de pensar que estamos tan capacitados en
ignorancia como ellos.
No me resisto, para terminar, a reproducir dos comentarios
que vieron la luz en mi muro de Facebook cuando días atrás aludía a la
utilización de esta red social por parte de, prácticamente, todas las emisoras de
radio:
El primero: “La magia de la radio se pierde cuando deja de ser
radio. La radio se creó para escuchar; escuchar historias que no podemos ver,
pero sí imaginarlas; y sobre todo la voz, la voz radiofónica, la voz que
reconoces sin haber visto nunca la cara de su protagonista, que incluso te
imaginas cómo será ese locutor o locutora que acompaña cada día a tanta gente.
No soy partidario de quitarle a la Radio su magia”.
El
segundo: “Se está perdiendo el ‘encanto’ no por las redes sociales, no por las
nuevas tecnologías, ni por el desapego de las nuevas generaciones a este medio.
El declive de este medio está producido por el propio medio en sí, radio
basura, seudoperiodistas titulados que solo tienen de profesionalidad ese
título universitario (el que lo tiene); radio tan ‘independiente’ que lo que
pasa en la calle no entra en sus estudios tan correctamente insonorizados y
aislados. Los grandes medios de comunicación, en general, están perdiendo su
encanto y magia porque ni comunican, ni informan, ni reflejan nada que
realmente importe al ciudadano en su día a día. Realmente solo hay un par de
personas que deciden, dirigiendo estos medios de una manera dictatorial, qué
será noticia y qué no, lo que le tiene que preocupar al carnicero o al parado
para que ‘sus intereses’ prosperen”.
Menos
mal que aún quedamos unos cuantos utópicos que intentamos ir más allá del
“felicidades por el pograma” y de
quienes pagan sueldos, siempre los (las) mismos (mismas), a golpe de teléfono. Así,
hasta este rebenque de la platanera podría adherirse la etiqueta de periodista.
Habrá que proponer a las farmacias la venta de grandes dosis de sentido común.
Porque, como concluía otro amigo: “Lo que se ha perdido es el periodismo. De
vergüenza y sentimiento”. A las redes sociales les echamos de comer aparte.
Nota
del dueño: Los entrecomillados –opiniones respetables todas– pueden, o no, ser
compartidos. Y no tengo especial obligación en fijar mi posición respecto a
ellos. Que ya constituye otra opinión.
Brillante.
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