lunes, 9 de marzo de 2020

Sentido común

Comienzan a elevarse voces por el tratamiento informativo que los medios de comunicación prestan ante situaciones complicadas. Como puede ser la actual del coronavirus. Es tal el empacho provocado por los excesos, que flaco favor se presta al ciudadano. Y son tantos los canales por los que nos llega la avalancha, que me atrevo a poner en tela de juicio muchos principios.

El problema, pienso, viene, en muchas ocasiones, de la mano de aquellos supuestos comunicadores que pretenden erigirse en protagonistas. El hecho de “retransmitirse por Facebook” muchos programas radiofónicos, ha provocado que no solo se pierda la esencia de este medio, sino que se margina el contenido informativo en favor de la presencia destacada de quienes son meros conductores. Se peca gravemente cuando alguien que se dice periodista olvida, por ejemplo, que en una entrevista su papel debe limitarse, y no es poco, a procurar que se luzca el personaje invitado. A quien tenemos el compromiso ético de “sacarle todo el jugo”. Y se reitera tanto el afán de ostentación de quien interroga, que conviniera con más frecuencia negarse a responder el entrevistado o espetarle, en todo caso, al que dirige el cuestionario aquello de “si ya usted lo ha dicho todo, ¿para qué me pregunta?; ¿para qué vine yo aquí si el loro, o cotorra, que tengo delante no para de opinar, y debiera ser yo el que asuma ese papel?”.

Pero volvamos al trance actual. La FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España) recuerda a los periodistas que “nuestro Código Deontológico nos reclama que, sin perjuicio del derecho de los ciudadanos a la información, se respete el derecho de las personas a su propia intimidad e imagen, sobre todo en el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas”. Cuántos tristes ejemplos hallamos por estas cercanías de aquellos que han catapultado un hipotético derecho al insulto. Donde el respeto brilla por su ausencia y donde se da rienda suelta a los más bajos instintos mediante una ingente diarrea verbal.

Sigue poniendo de relieve el comunicado de la FAPE que “la función social que protagoniza el periodismo en provecho de la comunidad tiene su máxima expresión en las crisis y conflictos.  Reconocida nuestra influencia en la formación de la opinión pública, debemos ser conscientes de que los titulares y las noticias alarmistas, sensacionalistas o amarillistas siembran la desconfianza y pueden crear un estado de alarma que no se corresponda con la realidad”. ¿Te pongo ejemplos? No creo que sea necesario.

En el periódico El País me tropecé con este párrafo: “En tiempos de ruido, cuando tanta propaganda o bulos se hacen pasar por información, cuando cualquier ciudadano está sometido a un bombardeo de estímulos, el lector exigente sabe dónde encontrar el periodismo que le aporta valor. El que le ayuda a entender el mundo, a conocer lo que se le esconde, a tener los elementos que necesita para formar su propia opinión, tomar sus decisiones y participar en el debate público”. Y que, con demasiada frecuencia, se tiende a pensar que el consumidor lo traga todo. Porque minimizamos su preparación y lo rebajamos a la categoría de potencial analfabeto. Sin conceder siquiera el beneficio de la duda. Ocurre lo que en el campo de la política, cuando los dirigentes no son capaces de pensar que estamos tan capacitados en ignorancia como ellos.

No me resisto, para terminar, a reproducir dos comentarios que vieron la luz en mi muro de Facebook cuando días atrás aludía a la utilización de esta red social por parte de, prácticamente, todas las emisoras de radio:

El primero: “La magia de la radio se pierde cuando deja de ser radio. La radio se creó para escuchar; escuchar historias que no podemos ver, pero sí imaginarlas; y sobre todo la voz, la voz radiofónica, la voz que reconoces sin haber visto nunca la cara de su protagonista, que incluso te imaginas cómo será ese locutor o locutora que acompaña cada día a tanta gente. No soy partidario de quitarle a la Radio su magia”.

El segundo: “Se está perdiendo el ‘encanto’ no por las redes sociales, no por las nuevas tecnologías, ni por el desapego de las nuevas generaciones a este medio. El declive de este medio está producido por el propio medio en sí, radio basura, seudoperiodistas titulados que solo tienen de profesionalidad ese título universitario (el que lo tiene); radio tan ‘independiente’ que lo que pasa en la calle no entra en sus estudios tan correctamente insonorizados y aislados. Los grandes medios de comunicación, en general, están perdiendo su encanto y magia porque ni comunican, ni informan, ni reflejan nada que realmente importe al ciudadano en su día a día. Realmente solo hay un par de personas que deciden, dirigiendo estos medios de una manera dictatorial, qué será noticia y qué no, lo que le tiene que preocupar al carnicero o al parado para que ‘sus intereses’ prosperen”.

Menos mal que aún quedamos unos cuantos utópicos que intentamos ir más allá del “felicidades por el pograma” y de quienes pagan sueldos, siempre los (las) mismos (mismas), a golpe de teléfono. Así, hasta este rebenque de la platanera podría adherirse la etiqueta de periodista. Habrá que proponer a las farmacias la venta de grandes dosis de sentido común. Porque, como concluía otro amigo: “Lo que se ha perdido es el periodismo. De vergüenza y sentimiento”. A las redes sociales les echamos de comer aparte.

Nota del dueño: Los entrecomillados –opiniones respetables todas– pueden, o no, ser compartidos. Y no tengo especial obligación en fijar mi posición respecto a ellos. Que ya constituye otra opinión.

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