El Manual de resistencia de Pedro Sánchez, libro que relata
sus andares políticos previos a la moción de censura (sí, no mezclen los
ingredientes), ha levantado en el derechío
mediático, amén de la consabida invasión en las redes sociales, todo tipo de
análisis. Desde que se implantó la moda audiovisual de las tertulias, harto
sabido es que todos entendemos de todo. Y nos lanzamos a la piscina, aun a
sabiendas de que puede estar vacía, pero nada nos importa el hipotético estampido.
Lo nuestro es sentar cátedra y en ello hemos volcado cuanto intento se halle a
nuestro alcance. Paradigmático el proceder de Pablo Casado. Quien se nos
muestra tan eufórico con el uso de cierto órgano bucal, que cree poder tapar con
semejantes dislates todo el arsenal de porquería que tiene en su partido y, si
me apuran, en su expediente académico personal. Pertenece, y a sus procederes
me remito, a ese tipo de Ciudadanos que lanzan su Vox al viento y se reúnen en
Colón para protestar porque necesitan más 155, declaraciones de independencia,
fugas a Bruselas y otras menudencias. Menos diálogo y más palo y tentetieso.
Convertimos opiniones
en dogmas de mucha fe,
y aquí por lo que se ve
somos doctos en lecciones.
Con pareceres ramplones
de facto pontificamos
y al infinito elevamos
supinas incongruencias,
que demuestran las carencias
por mucho que lo finjamos.
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