lunes, 20 de abril de 2020

Un rayo de esperanza

Nada he publicado durante este periodo de confinamiento. Las décimas pergeñadas, y alusivas a situaciones vividas en los días de ineludible retiro, quedan almacenadas en la correspondiente gaveta. Salvo las dos o tres excepciones de rigor. Ya se abrirá, vaya usted a saber cuándo, si antes no se me extravía la llave.

El ser dueño de mis silencios me ha permitido, como contrapartida, observar la inmensa generosidad del pueblo. En su práctica totalidad. Los unos, obedeciendo las normas impuestas durante la crisis. Los otros, prestando impagables servicios para que la vida continúe.

Pero ahora que un rayo de luz nos inyecta nuevos halos de esperanza, uno no puede, ni debe, silenciar la súbita aparición de tanto investigador que, de la noche a la mañana, ha puesto en el mercado millones de vacunas para luchar contra el coronavirus. El “conoravirus”, al decir del más eminente doctor de estos contornos isleños. Porque abogados y médicos brotaron debajo de las piedras, cual babosas que se arrastran por el inmundo lodazal, para expandir el yayoloveíavenir. Hasta en los instantes que se requiere solidaridad y entrega, no cejan estos indecentes en sus ínfulas de poner el contrapunto más abyecto.

Tampoco puedo, ni debo, permanecer callado, ahora que otros horizontes se abren a nuestra vista, ante un variopinto elenco de hijos de puta (ver pertinente acepción en el DRAE; no voy a ser yo menos que Pérez Reverte, verbigracia) que pulula por redes y medios de comunicación convencionales y que vierte su mala bilis en unos momentos en los que se demanda mesura y comedimiento. Que se erige en salvapatrias con diatribas que rayan la indecencia más absoluta, más vil, ruin y soez. Que busca réditos de protagonismo escupiendo bichos más peligrosos aún que el maligno expandido por cualquier confín de la Tierra. Que se aprovecha de plataformas, incluso ilegales, para disparar indiscriminadamente contra quienes han dedicado su vida a nobles causas. Abogados de secano que baten récords nadando en piscinas de mierda. La bazofia más indecente que añora retornos inquisitoriales.

¿Ejemplos? ¿Para qué? Son tantos que, quizás, no merite la pena. Aunque, ya puestos, va uno. Puede que no sea el más ejemplar, pero pone de manifiesto el sublime nivel de… los que no tienen vergüenza.

Emisora de radio, carácter público. Una de las tantas que se sostienen con dineros tuyos y míos. A la que llama una de esas paisanas que se levanta cada mañana con el teléfono en la mano y no tiene otra mejor cosa que hacer sino dar su opinión sobre cualquier asunto a debate. Y, de paso, felicitar al conductor del “pograma” por la bazofia propagada y la estopa repartida. Que la señora se cotiza lo que el más contundente lingote de oro y conoce de ciencias lenguaraces… Sí, llámame machista. Se trata de emitir dictámenes –que el que vale, vale– acerca del asunto en cuestión: el estado de alarma. Que se deriva, al (mal) gusto de las cuatro palmeras de turno y contando con la guía espiritual del otro Padre Apeles, hacia los malvados comunistas, causantes de todas las desgracias humanas. ¿Y quién mejor que Echenique para diana de los emponzoñados dardos? A ese vividor extranjero le quitaba yo la silla –porque vino a España para que se la regalaran– y lo subía a dos tablas para que se arrastrara. Y viva San Andrés, el vino nuevo y la pinas calles de Icod y municipios limítrofes. Risas y asentimientos. Cuán de cándida es la ignorancia. Y cuánta maldad en eso que los creyentes denominan alma. Que se cura con unos golpes en el pecho cuando acuden a los templos a engañar al todopoderoso. Tan lejano, el pobre, que no se entera de que se la están jugando aquí abajo.

Son aquellos –los menos– que protestan si el presidente informa. Pero también si no lo hace. Los que rezongan cuando los miembros del Comité Técnico exponen datos en su comparecencia diaria. Pero que discuten las cifras porque ellos disponen de canales informativos mucho más fiables. Los que añoran épocas del palo y tentetieso y disimulan notorias carencias, incluso académicas, con arengas queipodellano porque la guerra permanece activa. Castigo de la divinidad justiciera que cae cual rayo exterminador desde lo alto del brazo derecho de la cruz vallecaidiana.

Ayer me acordé de esta foto que te adjunto y que nos inyecta un potente haz luminoso a través del ‘fonduco’ abierto entre las nubes. Una metáfora, sí, desde luego. Como la cometa (gometa, la mentábamos antes) que ayer tarde vi volar en los aires libres de mi pueblo y al socaire del majestuoso Macizo de Tigaiga. Y como he aprovechado estos días de clausura para registrar los libros que pueblan viejos estantes, miremos el futuro con optimismo porque la esperanza debe mantenernos. Y, a la sazón, desterremos los miedos ante los que siguen empecinados en añorar silencios amordazados. Porque en una situación de excepcionalidad –estado de alarma– no parece muy razonable para este rebenque de la platanera, aunque sí debe serlo para los sesudos analistas, que se demanden consultas a tutiplén como si se dispusiese de todo el tiempo del mundo (y más) y se requiera la adopción de medidas bajo la óptica de normas estándares. La gestión de una situación inédita deberá conllevar fallos incuestionables. Varitas mágicas, las justas. ¿O es que, para no desviarnos del tema, la obtención de las propias vacunas no supone multitud de pruebas, sujetas, claro, a la casuística dispar de acierto/error pertinente?

Bueno, hasta mañana. Y ya pueden respirar tranquilos los que me añoraron durante la obligada clausura. Que los hubo, por supuesto.

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