Y no me refiero a la embostada (de embostar: tomar comida
hasta la saciedad) alimenticia de los días de clausura. Hecho al que se vio
abocado más de uno de los que acapararon a mansalva (también papel higiénico)
antes de que le caducara la atiborrada despensa. Es que semos lo que nos merecemos.
Hago alusión al cúmulo (des)informativo habido durante los
días que permanecimos en estado de alarma. Que derivó en todos los medios de
comunicación audiovisuales –en los impresos, menos– en un descarado ejercicio
de autocomplacencia. Algo que este casi viejito jamás había percibido en estas
siete décadas que ya uno lleva a sus espaldas. Tendré que ponerme al día, y
cerciorarme bien, para matricularme en esa universidad en la que se incluye en
el plan de estudios de periodismo, ese pasaje que señala como auténtico
protagonista a quien le corresponde, llana y simplemente, ser el vehículo de transmisión
entre el hecho informativo y el receptor del mensaje. A no ser que ahora se
haya implantado la moda de que telediarios y “partes” radiofónicos (¿te
acuerdas del término, no?) sean una secuencia más de cualquier película o
novela, estilo Simplemente María, y que proceda solamente valorar el papel de
los actores. Como cuando salíamos del cine dominical en los años mozos y
pasábamos toda la semana siguiente contando las peripecias de romanos o los
miles de flechas disparadas por los indios sin que ninguna alcanzase al patoso
de John Wayne (Juan Vaina, para los amigos).
Estuve confuso durante el confinamiento. Mejor, lo sigo
estando. Porque cuando algo tan serio como la crisis sanitaria sufrida se
convierte en espectáculo por parte de quienes deben ser espejos de
comportamientos, los esquemas se me atrofian. Y es preciso, a pesar de los
supuestos avances sociales, no olvidar que “el lo vi por la tele” sigue aún
vigente en el día a día de mucha gente. Por lo que se antoja primordial el respeto
en lo que se expone y en el cómo se explica.
El empacho se tradujo en la restricción al máximo, a partir
de la segunda semana de encierro, de ver teles o escuchar radios. Porque ya no
informan. Cansan. Provocan hartazgo. Y te da cierta cosa contemplar una y otra
vez, machaconamente, idénticas imágenes. Y como ni siquiera son capaces de
advertir que son de archivo la mayoría de las veces, observas cómo dos
policías, por ejemplo, recorren la misma calle unas quinientas veces cada dos
minutos.
Los más contentos con las prórrogas del estado de alarma son
los perros. Aquellos que habían permanecido confinados meses en la azotea de la
casa en años anteriores, están que no se lo creen. Aunque, según me contaron,
parece que uno murió de la impresión cuando vio a su dueño con la correa en la
mano. No debió superar el infarto fulminante.
Y los titulares también se llevaron la palma (y resto de
islas). Van unos ejemplos:
Ya hemos superado a Italia. Reducción del número de
pensionistas. Del desprecio al ninguneo. Vox tiene razón; el Gobierno se
equivocó. Un 75% de los españoles atribuye el elevado número de muertos a 4
errores del Gobierno. El coronavirus no pasa factura a Sánchez y el PSOE
volvería a ganar con holgura las elecciones. Los canarios suspenden a Sánchez y
a la Consejería de Sanidad. La normalidad se alcanzará el 27 de octubre…
Ya cuando leí, en cierto periódico isleño, el último
reseñado no seguí. Porque ya puestos, eché en falta que indicara la hora y
minuto exactos de la buena nueva. Manda testículos. Estos portentos del
periodismo deberán pertenecer a la hornada de los que se han rebelado contra
las comparecencias gubernamentales. Cuando uno escucha el nivel de las
preguntas que se dirigen a Sánchez, nada extraña estas pueriles actitudes.
Máxime cuando después de que conteste el presidente –da lo mismo el sentido de
la respuesta– cada cual escribirá en su medio lo que le dé la realísima gana. O
lo que dicten los superiores.
Menos mal que me entretuve sacando algo de chispa a las
esperpénticas situaciones vividas. Y plasmadas quedaron en décimas. Ante tanta
gilipollez, cada cual se consuela como mejor crea conveniente. Debo tener ya
para varios libros. Quizás algún día la cultura no muerda en este pueblo ni se
vete a los díscolos. Espero que esta crisis nos deje la moraleja de que no
amanece más temprano para el que mucho besuquea. Como muchos no presentaron
síntomas, lo mismo alguien contribuyó a la expansión más de lo que te puedes
imaginar.
¡Ah!, se me olvidaba. Cuando en un determinado día se
producen casi el mismo número de altas que de contagios, otro medio de estos
contornos basa su titular en los cinco nuevos muertos. ¿Cómo me puede extrañar
tal hecho cuando el nivel de las preguntas en las comparecencias de los
responsables políticos y técnicos –jamás en la historia tantas como ahora–
alcanza el más espantoso de los ridículos? Qué altura de periodismo. Y de
periodistas.
Salud, ánimo y a viajar, que son dos días.
El porvenir, por tanto, será inquietante.
ResponderEliminarLeído. Buen tanchel!
ResponderEliminarBuen tanchel!
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