A Casimiro Curbelo se le calentó el pico. Y no es que
estuviese ejercitando sus músculos en cualquiera de las obras públicas de La
Gomera (abandonadas o no) con un instrumento formado por una barra de hierro de
unos 60 centímetros de largo y 5 de grueso, algo encorvada, aguda por un
extremo y aplanada en el otro, con un agujero (ojo) en el centro para enastarla
en un mango de madera, con el que se suele cavar tierra duras o remover piedras
(acepción 5ª del DRAE), sino que se pasó de frenada en unas declaraciones en la
COPE y soltó por el susodicho (coloquialmente, boca de una persona, acepción
15ª) algo más de lo que debió.
Manifestó el gomero de Vegaipala que los funcionarios son
unos vagos de campeonato y que si se les exige diligencia en sus trabajos, te
amenazan con pedir la baja. Siempre me ha llamado la atención esta sentencia.
Porque como uno estuvo en el gremio hasta el otro día, piensa que de producirse
tal hecho, y si él lo afirma deberá tener más conocimiento de causa que yo,
habría que exigir responsabilidades al galeno que la firma. Ya que sería, en
tal supuesto, al menos tan golfo como el funcionario escaqueado.
Son los inconvenientes de generalizar sin ton ni son. Claro
que debe haber funcionarios que se rascan durante las horas de curro. Claro que
hay garbanzos negros calentando la silla. ¿Y no existen en el resto de
profesiones? ¿Están los políticos, verbigracia, exentos de tales
consideraciones?
Se refería Curbelo a la escasa movilidad de los mismos en
estos momentos en que son necesarios efectivos en determinadas áreas de la
administración autonómica. Por ejemplo, personal para atender la tramitación de
los múltiples expedientes de regulación de empleo sobrevenidos a consecuencia
de la pandemia. Pero olvidó felicitar a los que desde su casa, con sus propios
medios y recursos, siguen prestando sus servicios para que la máquina no se
pare.
Como presumo de conocer La Gomera, también en la faceta
humana, quisiera pensar que no incluyó en la lista negra a los que trabajan en
el Cabildo o en alguno de los seis ayuntamientos (en el de Alajeró algo menos).
Porque el vivero de votos que le permiten seguir aupado (¿cuántos años van ya,
Casimiro?) y controlando a su antojo todo lo que se mueva desde La Villa a La
Dama y desde Los Órganos a La Cantera, es mucho más importante que estas
nimiedades radiofónicas. Seguro que en la isla se baten el cobre para que todo
transcurra plácidamente. Pero se olvida de que ahora mismo –inconvenientes de
los pluriempleos políticos– ese puñado de votos le ha posibilitado ampliar sus
dominios. Por lo que, deduzco, se referirá los que ejercen sus labor en las
islas capitalinas. Que somos los culpables de todos los males que asolan el
territorio, incluyendo el precio de los combustibles.
Son los inconvenientes de generalizar sin medir
consecuencias. Hace unos días tenía un intercambio de opiniones con alguien que
sostenía que todos los políticos son iguales –un clásico–, que no van sino a
enriquecerse y que se les importa un pimiento la ciudadanía. Todo es una basura
y una mierda, sentenciaba. Intentar hacerle ver que eso no es así, y que la
inmensa mayoría de cargos públicos están ostentados por gente honrada, fue
completamente vano. No hubo manera. Cuando la cerrazón te convierte en
excluyente –táctica de VOX para ganar adeptos– la mente se bloquea cual secta
al uso.
Te pasaste, Casimiro, unos buenos cuantos pueblos. Casi
llegas a La Graciosa. ¿No crees que esos vilipendiados funcionarios, en justa
compensación, bien podrían preguntarte cuál es la agenda de los parlamentarios
autonómicos en estos momentos de confinamiento? Aplicando tus reglas, ¿no
llevan más de un mes rascándose lo que les pica? ¡Ah!, vale, están
teletrabajando. Ellos, sí; los otros, los funcionarios, no.
Soy consciente de que el coronavirus nos tiene nerviosos. Le
ocurre hasta la alta cúpula. Lo comprobamos hace unos días con el plan
específico de Canarias para la salida de este atolladero. Cuando se lanzaron
las campanas al vuelo sin percatarnos de que el estado de alarma imposibilita
actuaciones individuales. Y como la alteración nos corroe, guardamos ciertas
semejanzas con los saltapericos. No nos hace falta un fósforo para encendernos.
Se supone que es en los instantes de zozobra cuando debamos medir el nivel de quienes
dirigen el cotarro. Y si Lluis Serra no contó hasta diez cuando tildó de
ineptitud la postura de los dirigentes nacionales (algo a lo que se sumó el
también pluriempleado Pedro Quevedo), lo tuyo, Curbelo, con la experiencia que
se te presupone (insisto, ¿cuántos años van ya?), marca otro jalón a sumar a la
lista negra, que se incrementa de manera alarmante. Y este particular de los
funcionarios te puede causar más de un quebradero de cabeza. Algo que no se
cura ni con una buena sauna. O un garbeo por Las Mimbreras.
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