viernes, 24 de abril de 2020

Décimas del confinamiento (2)

Estas otras diez son más específicas. Dedicadas a personajes ficticios y que podrían ser encuadrados en aquella coletilla que vemos en los libros cuando se expresa que todo parecido con la realidad se trataría de mera coincidencia. Y es que durante estos periodos de cuarentena y encierro hemos podido contemplar de todo, escuchar cada burrada que te dejó patidifuso y leer hasta lo que no estaba escrito. Son las servidumbres a pagar en este mundo globalizado.  Como el propio virus, por supuesto. ¿La foto? En Ajuy.


Anoche mientras dormía
soñé bendita ilusión,
que un Lepe Tópez cagón
limpiarse el culo quería.
Y en su casa solo había
papel de lija finito,
que se estregó el muy cabrito
pues él no siente dolor;
cuando llegó el escozor,
madre mía, fuerte grito.


Cuánto sabe el enterado,
lenguaraz y vocinglero,
que con léxico rastrero
en todo se ha doctorado.
Y como va de letrado,
con su bramido sentencia
que el insulto es la licencia
para la mugre limpiar:
“porque lo mío es fardar
de mi infinita sapiencia”.


Qué mala hostia destila
el de la lengua zafada,
el de voxiana mesnada
y que la mierda ventila.
Piensa ufano este gorila
que posee la verdad,
aquella que con maldad
arenga con bizarría,
diciendo que España es mía
y abajo la paridad.


Cuando el sesudo erudito
desembucha en La Puntilla,
a media España cepilla
con su léxico exquisito.
Pues se atribuye el cabrito
la sapiencia universal,
sin mirarse el carcamal
a un espejo de soslayo,
donde vería el cipayo
fuerte hocico de animal.


Fernando Simón, señores, 
llamado el sabio tranquilo,
con su reposado estilo
nos disipa los temores.
Por ello me causa horrores
que haya un impresentable,
muy grosero y miserable,
que cuestiona su quehacer,
porque es él al parecer,
el único venerable.


Un trapacero avispado,
doctor en mil trapisondas,
deambula por las ondas
con  aspersor activado.
Porque todos la han cagado
en la crisis del “conora”;
así que llegó la hora
de capar al comité,
y de paso, mire “usté”,
al ilustre me incorpora.


Charlatán impenitente,
consumado tertuliano,
aquel cuya boca es ano
y lenguaraz displicente.
Este voxiano ferviente
que por el éter transita,
no parla sino vomita
a mansalva vituperios
y disfraza sus dicterios
con prédica de monjita.


Desaforados transitan
el Daimiel, Lepe y Vincenzo,
consumiendo mucho pienso
por lo mucho que vomitan.
Y a las armas nos invitan
por la defensa de España,
repartiendo tanta caña,
que luego a su Dios dirigen
plegarias con que transigen
lo argumentado con saña.


No sé cómo Dios permite
al católico creyente,
que injurie tanto a la gente
lanzando tremendo envite.
Y que, al tiempo, él incite
al odio y a la violencia,
pues es tanta su pendencia,
que por sus venas circula
el veneno que inocula
con marchamo de indecencia.


Carrascal, Lepe y Vincenzo,
más que ejemplares señeros
se creen tres pintureros
signando en un negro lienzo
el lodazal más inmenso,
en el que flotan a gusto
con el diserto vetusto
del cochambroso pasado,
en pos del Franco añorado
con la brocha del yo embusto.

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