El término kamikaze se utilizó originalmente por los traductores
estadounidenses para referirse a los ataques suicidas llevados a cabo por
pilotos japoneses contra embarcaciones de la flota aliada a finales de la
segunda guerra mundial. Luego se ha seguido aplicando a diferentes tipos de
atentados en los que el ‘protagonista’ se sacrifica deliberadamente, o como una
manera metafórica donde el individuo tiene pocas posibilidades de éxito
corriendo, sin embargo, un riesgo considerable. La RAE, en otra acepción, lo
define como la persona que se juega la vida realizando una acción temeraria. Y
pone como ejemplo el del conductor kamikaze.
Llevamos unos días en los que los medios de comunicación (y
algún cuarto, o cuartillo) nos avasallan con el accidente provocado por un
conductor que circulaba en dirección contraria en la TF-5. Al que se califica
inmediatamente de kamikaze. Y las pesquisas de las autoridades se dirigen hacia
el monumental ‘coloque’ que llevaba el susodicho. En las pruebas de alcoholemia
a las que fue sometido presentaba unos índices que sobrepasaban con creces los
límites establecidos. Y la propia guardia civil colige que con estos niveles la
conciencia del que se pone al volante alcanza el punto de no saber siquiera si
va a o no por la calzada que le corresponde. Y que la capacidad de respuesta
ante cualquier imprevisto del tráfico es prácticamente nula.
En conclusión, llámalo borracho sucio, señala que llevaba un
pedo de no te menees, califícalo como mejor creas menester, pero no lo llames
kamikaze, porque este sí que dispone del conocimiento adecuado y sabe qué va a
hacer y a lo que se enfrenta. El otro, para su desgracia y la de aquellos que
son víctimas de las consecuencias de su irreflexión, puede que sea un pobre
enfermo que necesita mucho más que las frías paredes de una celda.
Dicen, eso leí, que ayer fue día del periodista. Bien harían
muchos de los que así se mentan en contar hasta diez antes de teclear lo que no
debieran. Aquello de que los hechos son sagrados se desvirtúa a marchas forzadas.
Y si el informador siente deseos de opinar, que lo advierta previamente y
cambie de sección. O que haga lo que un servidor en este blog.
Kamikaze sí que es, sin embargo, quien tras cuarenta años
(casi) en el machito venga a descubrir ahora que se debe fomentar el sector
primario. Cuando una isla languidece y sus bancales presentan un paisaje
desértico por el abandono sistemático ante la falta de ayudas, toca acordarse
del que ‘jociquea’ la tierra a cambio de incomprensiones y desplantes. Cuando
ni siquiera se ha sido capaz de llevar adelante un plan de recogida selectiva
de residuos, pero se ha botado el dinero, obtenido merced al chantaje de unos votos,
en obras que jamás estuvieron operativas, se nos viene a silbar estribillos al
estilo de ‘el gallo sube’. Por Majona y Enchereda, ayes se escuchan…
Kamikazes son dos presidentes insulares enzarzados en
peculiar pelea de patio de colegio. Y los toletes debemos pagar sus gracias.
Tal para cual. Culo veo, culo quiero. Pulsos estériles para dilucidar quién es
más guapo, quién montará el caballo blanco para quedarse con la chica. Qué película
más chachi. Y los (las) incondicionales aplauden con las orejas. Si uno es crac
(lo recomienda el panhispánico de dudas, aunque el DRAE admite crack), el otro
es más crac. Ambos son cracs.
Aunque CC (Compañía
de Colocación) se halla en horas
bajas en mi pueblo, lo mismo me doy un salto a La Orotava (yendo por dirección
correcta, no en plan kamikaze) y le propongo a Linares que me busque una cita
con Clavijo para estudiar la posibilidad de que me ‘enchufen’ de asesor de
cualquier cosa. Valer no valgo mucho, pero viendo cómo son los movimientos
estratégicos, tampoco soy menos que nadie. Y eso que gobiernan en minoría. ¿Te
imaginas lo que serían capaces de hacer con treinta y un diputados? Y en
Lanzarote, tierra donde harían falta unos diez juzgados más para seguir
desentrañando maniobras orquestales en la oscuridad, se ponen más curritos que
el carajo y son capaces de lanzar bravatas sin antes mirarse al espejo. Bueno,
quizás podría hasta quedarme en La Villa de adjunto en el gabinete de prensa.
Eso sí, mi sueldo quedará sujeto al más estricto control de transparencia.
Dejaría la pensión en excedencia temporal.
Y se acaba la cuesta. Un empujoncito y ya estaremos arriba.
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