Estuve ayer domingo, tras una ausencia de unos veinte años,
en el Casino de La Dehesa, en la Sociedad Valle de Taoro, fundada el 8 de abril
de 1922, por lo que a la vuelta de la esquina nos encontraremos celebrando el
centenario, desde que aquellos entusiastas deheseros (expresión de unos de sus
mentores, Florencio Sosa) hicieran realidad este proyecto para un barrio
portuense en el que comenzaban a bullir las inquietudes ciudadanas.
Me llevé una muy desagradable impresión. Las instalaciones
están de pena, cayéndose a trozos, vamos. Pero, como contrapartida, tropecé con
un entusiasta grupo de personas –la mayoría socios desencantados que fueron
abandonando el barco a medida que se hundía– que se enfrentaba a la situación (o
cogía el toro por los cuernos, que se menta) y decidía reflotar la nave. La
tarea que hay por delante se antoja dura.
Todos –me incluyo– nos preguntábamos cómo era posible que
los dirigentes de estos últimos años hubiesen dejado de la mano lo que tanto
sacrificio supuso durante décadas para mantener viva la llama de la cultura y
el entretenimiento. La oficina que guardaba la documentación presenta un estado
lamentable. La suciedad impera y se extendió el temor de que hubiesen desaparecido
libros contables y de actas. Cristóbal Díaz Tena y un servidor, secretarios en
épocas pasadas, nos tirábamos de los cada vez más escasos pelos ante tanta
desidia. A medida de que se vayan abriendo armarios, ayer cerrados a cal y
canto sin que se supiese dónde demonios estaban las llaves, quisiera pensar que
vayan apareciendo las anotaciones que configuran la historia de este núcleo de población.
Se cuantificaron, a vuelapluma, las deudas que el Casino
tiene contraídas en la actualidad. La mayoría en gastos corrientes, como luz,
agua, teléfono, la contribución (IBI) y otros. Y se arbitraron fórmulas para ir
enjugando estos compromisos más perentorios, antes de que los cortes supongan
mayores inconvenientes. Para luego pasar a reparar los daños, más que patentes,
que el edificio presenta.
Mucho ánimo y grandes dosis de compromiso se necesitan. Por
ello, la comisión gestora, desde ayer por la mañana constituida en nueva junta
directiva de la entidad por el voto unánime de los presentes en la reunión que
se cita, tiene ante sí una ardua tarea. Y se recurrió a la medida que tanto ha
caracterizado a esta sociedad en su ya larga trayectoria y que no es otra que
apelar a la generosidad de los socios para que abonaran por anticipado y en un
solo pago la cuota anual. Fue la versión moderna de lo que en los inicios se
denominó empréstito y que fue la base para adquirir la sede social.
Por mi parte, y dado que en el mueble que alberga los libros
donados vislumbré un buen puñado –calculo que algo más de cuarenta ejemplares–
de “75 años en la historia de un barrio: El Casino de Las Dehesas”, publicación
que salió adelante en el año 2000 gracias a la colaboración, entre otros, de
tres empresas, cuyos responsables se hallaban presentes en la mañana
dominguera, a saber, Rubén Cabrera, Elicio Díaz y Ernesto Martín, quedó
brindado el ofrecimiento para que dejen un par de ejemplares para la biblioteca
y vendan el resto, que al menos unos euros aliviarán cualquiera de las deudas
existentes. Al menos en esa compilación se halla la constancia de los aconteceres
habidos en los tres primeros cuartos de siglo (1922-1997).
Como no hay señales de vida del registro de socios, esta
nueva singladura arranca con casi setenta nuevas altas. Por denominarlo de
alguna manera, pues la mayoría son –somos– tripulantes de antaño que bajamos a
dar una vuelta. Y visto el sentir de los
presentes es probable que el número se incremente de manera satisfactoria.
Entiendo que bastaría recuperar a mucho desencantado. Si en una de las primeras
reuniones (19 de abril de 1922) se acordó solicitar a los socios un préstamo de
150 pesetas para cubrir los gastos de instalación (legalización del Reglamento,
alquiler del local, 17 kilos de carburo, algunos muebles…), ahora no va a ser
menos. Se saldrá adelante, porque ni en los peores tiempos de la guerra hubo
hecho alguno que cerrara las puertas. Mi humilde colaboración la tienen.
Concluyo con dos notas históricas: la relación de prestamistas
de esa primera derrama social y la de los socios fundadores. Si ellos lo
hicieron posible en 1922, cómo nos vamos a quedar detrás. Cerremos estos últimos
años de negra etapa, corramos tupido velo y miremos el futuro con optimismo.
Prestamistas (entre paréntesis la cantidad, en
pesetas, aportada): Marcelino Sosa (10), Antonio Pérez (10), Cristóbal García
(10), Florencio Sosa (10), José Afonso (10), Peregrino Cabrera (10), Ángel
Hernández (5), Antonio Hernández (5), Agustín Marrero (5), Andrés Alvarado (5),
Cristóbal Medina (5), Domingo Yanes (5), Diego Suárez (5), Francisco Pérez (5),
Francisco Hernández (5), Isidro Díaz (5), José Hernández (5), José Rodríguez
(5), José Yanes (5), Luis García (5), Pedro Cabrera (5), Pedro Rodríguez (5), Vicente
Monterrey (5), Narciso Cabrera (3), Antonio García (1) y Domingo Hernández (1).
Socios fundadores (ordenaban alfabéticamente por
nombre, y no siempre bien, y no por apellidos): Antonio Pérez Correa, Ángel Hernández
Hernández, Antonio Rodríguez Ramón, Antonio García Rodríguez, Agustín Marrero
Cabrera, Antonio Felipe Ruiz, Benito Luis Yanes, Cristóbal García Cabrera,
Domingo Yanes García, Elicio Díaz González, Felipe García Bravo, Francisco
Hernández Díaz, Florencio Sosa Acevedo, Francisco Hernández García, Isidoro
Díaz García, José Afonso Pérez, José García Cabrera, José Yanes Barreto, José
Hernández Martín, Juan Suárez Sánchez, José Rodríguez Acevedo, Manuel Delgado
Ramón, Manuel Fernández Fuentes, Manuel García Acevedo, Miguel García Acevedo, Marcelino
Sosa Acevedo (primer presidente), Peregrino Cabrera González, Pedro Rodríguez
Acevedo, Santiago Sosa Acevedo, Tomás Martín García y Vicente Monterrey.
Como hoy, 22, es día de fiesta en mi pueblo, me permití la
licencia de darme un salto y cruzar La Frontera (así se llamaba donde actualmente
se ubica una gran superficie comercial). Pedro Sosa sabe algo de eso.
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