martes, 2 de enero de 2018

Año nuevo, nada nuevo

Ya está aquí 2018. Atrás quedaron deseos, parabienes y felicitaciones. Otra vez la rutina marcará derroteros y vericuetos. Nos sumergiremos en la vorágine y vuelta a las andadas. Olvidaremos promesas, haremos tabla rasa con las frases del bien quedar y retornaremos a la senda de lo cotidiano. Apagaremos las luces, desmontaremos chiringuitos navideños y cerraremos el grifo de los plácemes y cumplidos. ¿Escéptico? Puede, pero la vida (el mundo) me ha hecho así. Eso, soy rebelde.
Saben de mi debilidad por los asuntos políticos. Mejor, de los políticos. Porque cargo público se me va quedando corto. Y se ha convertido en profesión lo que debería ser matiz coyuntural de entrega a una causa noble, la de consagrar un tiempo prudencial a servir, que no a servirse, a gestionar recursos de todos para todos. Pero no solo han eternizado echaderos, sino que los han impregnado de un barniz de falsedad que adquiere tintes alarmantes.
“Los tiempos en política deben acortarse a dos o tres legislaturas máximo”, manifiesta con total rimbombancia una Belén Allende que cogió la guagua en 1995, allá en la encantadora Villa de Valverde, alternándola con el avión para sus traslados a Teobaldo Power, y con seis convocatorias electorales a sus espaldas sin haber tocado el timbre en las múltiples paradas halladas en tan dilatado recorrido, contagiada, quizás, por el espíritu destilado en el mítico Garoé, imita a otros tantos (verbigracia, el alcalde time sharing de mi pueblo) y recurre en fechas tan señaladas al estribillo del yoloqueenelfondoquierodeciresquemegustaríaseguirpara... Así, al trafullo, por si conviene cambiar la versión. Que tampoco implicaría mayores esfuerzos. El pueblo es olvidadizo por naturaleza e idiota de nacimiento. Me incluyo y asumo la parte alícuota de culpa cada vez que voy a votar.
Es la cantinela de los que, al parecer, no saben hacer otra cosa. Que no, hombre, que no, que tienen, incluso, su carrera universitaria. ¿Sí? ¿Y por qué se reenganchan? ¿No será porque estos asideros son menos esforzados y mejor retribuidos? ¿O es que, acaso, se contemplan estas dádivas en otro tipo de empresas? Un arregosto es muy difícil de quitar, sostuvo mi padre siempre. Y cuánta razón tenía. Les invito a que lleven a cabo, cuando dispongan de un rato libre, un somero recorrido por las instituciones canarias y elaboren un listado (conjunto de listos o avispados) de concejales, alcaldes, consejeros y otros ejemplos varios de la fauna política que lleven cobrando de la hucha comunitaria al menos una década. Te vas a sorprender con elementos de ese conjunto que duplican y triplican el requisito que te señalé. En fin, nada nuevo.
Algo que, asimismo, deberían cuidar las formaciones políticas, sobre todo aquellas que son oposición en las corporaciones, es cerciorarse de si aquello que demandan de los gobernantes de su ámbito es cumplido a rajatabla por los compañeros que ostenten responsabilidades en otros lugares, y puede que no demasiado lejanos.
El grupo popular del ayuntamiento de La Oliva, en Fuerteventura, ha votado en contra de los presupuestos municipales porque el alcalde (de CC) se ha subido el sueldo y, al tiempo, ha incrementado el número de asesores. Este aumento significa que “la única política de empleo que le interesa impulsar al grupo de gobierno sea la del enchufe. Coalición Canaria ha demostrado en todas las instituciones que gobierna que colocar a los suyos es la prioridad”.
Casualidades de la vida, viene a resultar que estoy completamente de acuerdo con tales afirmaciones. Porque la agilidad de CC para reubicar a los que apeados de sus poltronas se quedan con una mano delante y la otra detrás es asombrosa. En Lanzarote, para no irnos más lejos, raya el escándalo. Pero a los populares majoreros les recomendaría que se dieran una vuelta por mi pueblo. A ver si aquí se atreven a sostener idéntico argumento con respecto al sueldo del alcalde y al número de cargos de libre designación. A lo que añadiríamos el “cuponazo” de Marrón. A quien deberemos aguantar los realejeros hasta el final de los siglos para general contento de la plantilla de la policía local, cuyo montante de agentes se halla más congelado que la pensión de un jubilado.
Se me ocurre demandar coherencia. Puede que sea tarea imposible. Porque cuando el PP realejero se empeña en vendernos que su militancia no es semejante a la nacional, para que los efectos colaterales de Rajoy, quien persiste en sus deslices, no dañen la imagen de niños buenos y coral de voces blancas, bastante complicado se antoja solicitar que se pongan de acuerdo.
Yo seguiré echando mano de la ecuanimidad. No pienso cambiar después de viejo. Y aunque navegue por las procelosas aguas del año pornográfico, cuidaré de no meter la gamba mucho más allá de los estrictamente necesario. Siquiera sea por lo de que meter a estas alturas de la vida pueda significar una proeza en toda regla.
Desde La Corona, mis más cordiales elogios. Si ustedes son capaces de aguantarme otro año, desde esta atalaya otearemos el horizonte. Que el 2018 nos sea, como mínimo, llevadero.

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