Ya está aquí 2018. Atrás quedaron deseos, parabienes y
felicitaciones. Otra vez la rutina marcará derroteros y vericuetos. Nos
sumergiremos en la vorágine y vuelta a las andadas. Olvidaremos promesas,
haremos tabla rasa con las frases del bien quedar y retornaremos a la senda de
lo cotidiano. Apagaremos las luces, desmontaremos chiringuitos navideños y
cerraremos el grifo de los plácemes y cumplidos. ¿Escéptico? Puede, pero la
vida (el mundo) me ha hecho así. Eso, soy rebelde.
Saben de mi debilidad por los asuntos políticos. Mejor, de
los políticos. Porque cargo público se me va quedando corto. Y se ha convertido
en profesión lo que debería ser matiz coyuntural de entrega a una causa noble,
la de consagrar un tiempo prudencial a servir, que no a servirse, a gestionar
recursos de todos para todos. Pero no solo han eternizado echaderos, sino que
los han impregnado de un barniz de falsedad que adquiere tintes alarmantes.
“Los tiempos en política deben acortarse a dos o tres
legislaturas máximo”, manifiesta con total rimbombancia una Belén Allende que
cogió la guagua en 1995, allá en la encantadora Villa de Valverde, alternándola
con el avión para sus traslados a Teobaldo Power, y con seis convocatorias
electorales a sus espaldas sin haber tocado el timbre en las múltiples paradas
halladas en tan dilatado recorrido, contagiada, quizás, por el espíritu
destilado en el mítico Garoé, imita a otros tantos (verbigracia, el alcalde time sharing de mi pueblo) y recurre en
fechas tan señaladas al estribillo del yoloqueenelfondoquierodeciresquemegustaríaseguirpara...
Así, al trafullo, por si conviene cambiar la versión. Que tampoco implicaría
mayores esfuerzos. El pueblo es olvidadizo por naturaleza e idiota de
nacimiento. Me incluyo y asumo la parte alícuota de culpa cada vez que voy a
votar.
Es la cantinela de los que, al parecer, no saben hacer otra
cosa. Que no, hombre, que no, que tienen, incluso, su carrera universitaria.
¿Sí? ¿Y por qué se reenganchan? ¿No será porque estos asideros son menos
esforzados y mejor retribuidos? ¿O es que, acaso, se contemplan estas dádivas
en otro tipo de empresas? Un arregosto es muy difícil de quitar, sostuvo mi
padre siempre. Y cuánta razón tenía. Les invito a que lleven a cabo, cuando
dispongan de un rato libre, un somero recorrido por las instituciones canarias
y elaboren un listado (conjunto de listos o avispados) de concejales, alcaldes,
consejeros y otros ejemplos varios de la fauna política que lleven cobrando de
la hucha comunitaria al menos una década. Te vas a sorprender con elementos de
ese conjunto que duplican y triplican el requisito que te señalé. En fin, nada
nuevo.
Algo que, asimismo, deberían cuidar las formaciones
políticas, sobre todo aquellas que son oposición en las corporaciones, es
cerciorarse de si aquello que demandan de los gobernantes de su ámbito es
cumplido a rajatabla por los compañeros que ostenten responsabilidades en otros
lugares, y puede que no demasiado lejanos.
El grupo popular del ayuntamiento de La Oliva, en
Fuerteventura, ha votado en contra de los presupuestos municipales porque el
alcalde (de CC) se ha subido el sueldo y, al tiempo, ha incrementado el número
de asesores. Este aumento significa que “la única política de empleo que le
interesa impulsar al grupo de gobierno sea la del enchufe. Coalición Canaria ha
demostrado en todas las instituciones que gobierna que colocar a los suyos es
la prioridad”.
Casualidades de la vida, viene a resultar que estoy
completamente de acuerdo con tales afirmaciones. Porque la agilidad de CC para
reubicar a los que apeados de sus poltronas se quedan con una mano delante y la
otra detrás es asombrosa. En Lanzarote, para no irnos más lejos, raya el
escándalo. Pero a los populares majoreros les recomendaría que se dieran una
vuelta por mi pueblo. A ver si aquí se atreven a sostener idéntico argumento
con respecto al sueldo del alcalde y al número de cargos de libre designación.
A lo que añadiríamos el “cuponazo” de Marrón. A quien deberemos aguantar los
realejeros hasta el final de los siglos para general contento de la plantilla
de la policía local, cuyo montante de agentes se halla más congelado que la
pensión de un jubilado.
Se me ocurre demandar coherencia. Puede que sea tarea
imposible. Porque cuando el PP realejero se empeña en vendernos que su
militancia no es semejante a la nacional, para que los efectos colaterales de
Rajoy, quien persiste en sus deslices, no dañen la imagen de niños buenos y
coral de voces blancas, bastante complicado se antoja solicitar que se pongan
de acuerdo.
Yo seguiré echando mano de la ecuanimidad. No pienso cambiar
después de viejo. Y aunque navegue por las procelosas aguas del año
pornográfico, cuidaré de no meter la gamba mucho más allá de los estrictamente
necesario. Siquiera sea por lo de que meter a estas alturas de la vida pueda significar
una proeza en toda regla.
Desde La Corona, mis más cordiales elogios. Si ustedes son
capaces de aguantarme otro año, desde esta atalaya otearemos el horizonte. Que
el 2018 nos sea, como mínimo, llevadero.
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