jueves, 28 de junio de 2018

Convivencia

La verdad es que he estado más preocupado por la cortada que me hicieron la pasada semana en el ombligo para poner la tripa en su lugar (hernia umbilical), con las molestias consabidas, que de seguir el ritmo de inscritos en la merienda-cena de esta tarde-noche. Tampoco he tenido oportunidad de contactar con viejos conocidos para que, de estimarlo oportuno, acudieran a la finca del amigo Luis (el rana). Ese lugar en La Cruz Santa, Viña María, donde celebra diferentes eventos. Espero, y deseo, que en esta misma mañana desaparezcan los puntos de sutura que, cuando redacto estas líneas, aún siguen ahí como testigos mudos de un rato en el quirófano. En el que, por cierto, hacía un frío de tres mil demonios. O yo estaba asustado, que también. Pero me dormí –me durmieron– y se me quitó.
Y el nuestro lo va a hacer. Será una primera toma de contacto en plan distendido. Un punto de inflexión, el inicio de una aventura. A buen seguro que luego se irán sumando activos. O pasivos, que habemos muchos que disfrutamos del feliz estado de la jubilación. Sí, ese colectivo que cuesta un buen montón de millones cada mes a la alcancía que Rajoy dejó más vacía que la Presa de Tahodio. Y en este junio, doble, sin dar gongo. ¿No sientes sana envidia?
Me hizo mucha gracia leer hace dos días unas declaraciones de la candidata popular Santamaría, una de las muchas (y muchos, vaya gilipollez) en liza en la campaña sucesoria, fenómeno harto extraño para el PP, tan acostumbrado a la designación digital, que hasta los ochocientos mil militantes (no te rías) han quedado reducidos a un puñado tan escaso que ni siquiera suman los cargos, públicos y orgánicos, de la (de)formación, fenómeno que conducirá a unas primarias de muy andar por casa. No van a necesitar urnas, con cuatro bacinillas será suficiente. Jesús, cómo me enrollo. A lo que iba. Dijo la exvicepresidenta, viendo el follón electoral, que iba a proponer que los afiliados sin trabajo y los jubilados fuesen eximidos del pago de las cuotas. Pero, cristiana, si ya no paga ni Dios (síntoma inequívoco de existencias de cajas B surtidas de espléndidas donaciones empresariales, o porcentajes del tanto por ciento; mejor, tanto pa´ti, tanto pa´mí), cómo se le ocurre semejante planteamiento. Menos mal que es tanta su ignorancia del aparato (orgánico) que meter parados y pensionistas en el PP es como creer que un servidor pueda alguna vez en su vida votar a Manuel Domínguez. Quita, quita esos malos pensamientos; cruz perro maldito.
Los viejitos que nos encontraremos esta tarde en La Cruz Santa arrastramos una trayectoria que no ha podido borrar los cantos de sirena de algún bluf (persona revestida de un prestigio falto de fundamento). Y que, ahora y tras profunda meditación, hemos dado un paso al frente para aunar esfuerzos y no seguir dando la guerra cada uno de manera individual. ¿Utopía? ¿Y por qué no?
La villa de Los Realejos, a pesar de muchas seducciones perversas, vive aletargada. Cree un sector poblacional, desencantado con ciertos procederes políticos, que el salvador de los besos y zalamerías está llevando a cabo una gestión satisfactoria. Y nada más lejos de la realidad. Aparte de engañarnos con sus reiteradas ausencias, sin que se le vea el detalle de renunciar a la parte proporcional del sueldo que percibe del ayuntamiento, es decir, de todos nosotros, me gustaría que los realejeros hiciéramos la comparación pertinente entre las realizaciones alcanzadas en los doce años que el actual alcalde llevará en el Consistorio cuando concluya este mandato (mayo de 2019) y todo lo ejecutado con anterioridad.
No se trata de diferentes ópticas, sino de constatar una realidad. Aquellos que hemos tenido la oportunidad de vivir de manera directa (por razones obvias de edad) los aconteceres habidos desde 1979 en la gestión municipal –aun asumiendo las cuotas de responsabilidad que pudiera correspondernos en los errores cometidos–, contemplamos atónitos cómo han variado los procedimientos. Ahora nos venden como logros, con profusión vomitiva en el capítulo publicitario, hasta el mantenimiento de los servicios a los que cada ayuntamiento está obligado por ley. Y para tal esfuerzo no es necesario el despilfarro que supone el séquito de concejales y cargos de confianza liberados. Hecho que se visibiliza de manera nítida en el cargo del llamado jefe de seguridad. Personaje que no solo ha venido a aportar un miligramo de nada, sino que, debido a su elevada remuneración, no ha hecho sino sembrar la discordia entre la propia plantilla de la policía local, amén de los colectivos de voluntarios que colaboran en este apartado (bomberos, protección civil, etc).
Unos van con fotos, poses y fingimientos (mercadotecnia pura y dura), mientras en la mochila del haber habitan más sombras que luces. Otros iremos con datos, con hechos irrefutables. Sin medias tintas, con la verdad por delante. Y siendo capaces de aceptar opiniones que difieran de nuestros planteamientos. Porque estamos abiertos a la discrepancia. Y como ya estamos en edad de discernir con ecuanimidad, pretendemos desmontar chiringuitos del bien quedar, giras del bocadillo de mortadela (cuando no chorizo), despilfarros de los dineros públicos en campañas de autopromoción. Predicaremos con el ejemplo. Si nos echamos unos vasos de vino y un puñado de chochos, cada cual aportará la parte alícuota correspondiente. Como en esta convivencia que nos concita.
Como, a buen seguro, los jóvenes (también me incluyo; coño, no te pierdes una) pondrán alguna muestra de la cuchipanda en las redes sociales, te ruego que no te centres en contar cuántos nos reunimos. Es la primera, reitero. Y debe pagarse el peaje de muchas imprecisiones. Justificadas quedaron algunas ausencias. Pero resta gente por tocar, que se dice. Y convencidos estamos de que seguirán sumándose al proyecto. El pasado 18 de los corrientes publicaba en este mismo blog el artículo ‘Corren nuevos aires’. Eso mismo, que sigan circulando para que se ventile bien el ambiente.
Termino con un llamamiento a las agrupaciones locales socialistas: A ponerse las pilas, aquí no sobra nadie. No solo he dicho, escrito queda.

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