Al grupo de gobierno en el ayuntamiento realejero (PP) no le
ha gustado que “personas vinculadas al PSOE” se hayan sumado a la protesta
habida en La Cruz Santa, tras el reciente atropello (calle Puldón Natero) en el
que, desgraciadamente, se produjo el fallecimiento de una persona. Los vecinos
allí congregados se limitaron a reclamar mejoras en la seguridad vial y que los
políticos dejaran de tirarse la pelota (suele ocurrir con demasiada frecuencia
en las vías insulares que atraviesan núcleos de población importantes, como es
el presente caso) en el conflicto competencial. Porque debe primar la
integridad física muy por arriba de cualquier otra consideración. El contenido
de la demanda puede leerse perfectamente en la pancarta que ilustra este
comentario, y que fue publicada en el periódico El Día.
Don Manuel Domínguez no es muy dado a que le lleven la
contraria. Y le molesta –cuando no se cabrea– que sean otros los que tomen la
iniciativa. Es más, entiende que solo él está en poder de la verdad absoluta.
Ya realizó jugada parecida con la carretera de El Castillo –obra que felizmente
se halla en su ejecución final– donde achacó todo tipo de culpas a la
institución insular, pero obvió el incumplimiento de los requerimientos
técnicos exigidos al consistorio para que pudiese adjudicarse el proyecto.
Proceso que, incluso, sufrió otro considerable retraso por errores en la propia
licitación. Es más, cada vez que puede, porque sus obligaciones orgánicas le
dejan un resquicio, va a hacerse la foto como si fuera el ayuntamiento el
principal promotor (sólo aporta la quinta parte del presupuesto).
Fue nuestro alcalde (a tiempo parcial), no lo olvidemos, cabeza
de lista en la candidatura del Partido Popular al Cabildo Insular de Tenerife.
Y obtuvo menos consejeros que el anterior, Antonio Alarcó. Y como Carlos Alonso
(actual presidente, de Coalición Canaria, y exmilitante popular) decidió
prorrogar el pacto que tenía con el PSOE, y no le tendió la mano para nombrarlo
vicepresidente, Domínguez, desde el minuto 1, inició una campaña de acoso y
derribo que le ha conducido a situaciones que rayan el esperpento, cuando no el
ridículo. Porque acusar a alguien por llevar a cabo lo que él en nuestro pueblo
realiza en las pocas horas libres (aunque cuando se halla ausente –casi siempre–
son sus segundos y terceros de a bordo los que tropiezan en idéntica piedra),
por ejemplo, el empacho fotográfico, solo viene a demostrar la cortedad de
miras, cuando no un desdoble de personalidad bastante inquietante.
En vez de tanta excusa barata, de tanta justificación del
bien quedar, usted, don Manuel, que se dice representante de nuestra Villa
Histórica, debería dejar al margen sus preocupaciones partidarias –máxime ahora
con el espectáculo sucesorio– y sentarse a dialogar con la otra institución
afectada, el Cabildo, y no levantarse de la silla, que no de la mesa, hasta que
los vecinos del importante núcleo poblacional implicado tengan una respuesta
satisfactoria. Pero no lo va a hacer porque le remuerde el orgullo de que otros
puedan colgarse la medalla. Como si este hecho le importase un pimiento a los
vecinos, quienes están en todo el derecho de exigir una solución con carácter
inmediato.
Pero, claro, que “personas vinculadas al PSOE” se pongan del
lado de los perjudicados por la problemática, no es asunto de su agrado. Como
si mañana cualquier concejal de la oposición, tan legítimo representante como
lo puede ser usted, exhibe otra pancarta cruzando cada media hora por el paso de
peatones que vemos en la ilustración gráfica. O le queda muy ancho el cargo o
sus micciones por fuera de la bacinilla son de órdago. Si se encuentra nervioso
porque su formación política no atraviesa buenos momentos (incluya la
corrupción), renuncie a sus cargos orgánicos y dedíquese en cuerpo y alma al
que le proporciona unos buenos euros mensuales. Cuando a uno le sobrepasan las
situaciones, debe ser capaz de replantearse su modo de actuar. Y si no sabe, no
puede o no quiere, dimita.
Los vecinos de Puldón Natero, como cualquier otro del
municipio, están legitimados para exigir todo aquello que coadyuve a corregir
defectos. Y pongo en su conocimiento que un servidor no asistió porque se halla
aún convaleciente de una intervención quirúrgica, porque era mi intención
aportar un granito de arena con mi presencia. Es más, mañana por la tarde-noche
vamos a reunirnos unos cuantos amigos, vecinos todos de este noble pueblo
norteño (ese que usted no sabe apreciar en demasía por sus reiteradas
desapariciones), con ideas y pensamientos mucho más progresistas que su estrecha
visión, y nos hemos citado en un lugar de ese barrio de La Cruz Santa para
compartir pareceres y debatir sobre el futuro de Los Realejos. Y me acabo de
dar cuenta de que no le hemos pedido permiso. A lo peor aprovecha los medios, o
cuartos, a su alcance para arremeter
contra tamaña osadía. Aun así, no me va a amedrentar (no nos va a intimidar) por
muchos ventiladores que ponga a funcionar. Las cataduras morales no se evalúan en
función de los ruidos provocados.
Sí, don Manuel, “no se trata de política, se trata de vidas
humanas”. Y para ello es menester gestión y buenas maneras. No provoque más
enfrentamientos, deje de pasear (entre otras cosas, se lo reitero, porque le
estamos pagando bien para que ejerza de alcalde) y cumpla con la obligación que
contrajo en aquella sesión plenaria de junio de 2015. ¿O ya no se acuerda?
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