13 minutos, ni uno más ni uno menos. Para que luego lo
llamen el número de la mala suerte. Médicos, psicólogos, enfermeros y
terapeutas (un total de 50), miembros de la Sociedad para la Terapia y la
Investigación Sexual, han sido encuestados por un equipo científico de la
Universidad de Pensilvania para elaborar un estudio al ‘respecto’. Espera y no
seas impaciente que ya te explicaré luego que significa ese respecto.
Han caído los mitos que hemos podido ‘disfrutar’ en
películas cuyo principal argumento era el dalequetepego
durante sesiones interminables, agotadoras. Tanto que finiquitaban en medio de
unos sudores (espectadores y protagonistas) que rayaban el infarto. Menos mal
que se nos ha ido quitando la fiebre.
Este medio centenar de profesionales encuestados pusieron en
común sus experiencias (grandes, pequeñas y de todo color y tamaño) y
aprovecharon para establecer una elevado número de opiniones sobre diferentes
categorías, modalidades y formas. Teniendo en cuenta, además, que la asincronía
(falta de coincidencia temporal en las vicisitudes) es la causa del exceso de
trabajo, lo que provoca un desgaste innecesario y a todas luces
insatisfactorio.
No es tanto culpa de los docentes, siempre en el candelero,
sino del sistema educativo que solo explica la cuestión muy por arriba, muy por
el aire, sin hacer hincapié en la posibilidad de que se puedan transmitir
enfermedades, así como las posibles alternativas para la resolución de la
problemática planteada.
El estudio de la Universidad de Pensilvania establece tres
situaciones: adecuada (entre 3 y 7 minutos), deseable (entre 7 y 13) y
demasiado larga (todo lo que exceda de ese límite, aludido al principio, de
13). Aspectos que deben tenerse en cuenta si no se quiera terminar padeciendo
serios problemas de autoestima u otros que afecten a la manera de
desenvolverse. Si uno se marca un objetivo demasiado ambicioso puede acabar con
la insatisfacción de no haber cumplido las expectativas esperadas, con síntomas
evidentes de frustración.
Por otra parte, el intento de retrasar el instante del
desenlace, de la solución definitiva, provoca una respuesta fisiológica con
resultados que no son, precisamente, deseables. Y como en todo pistón al uso,
el prolongado bombeo termina por producir una falta de lubricación con el consiguiente
peligro de un calentón inoportuno. Mucho más mental que fisiológico. Y es que
todo exceso acaba por pagarse.
Como siempre se ha estilado, en el término medio está la
virtud. Algo que es de sentido común. Y es que, en este particular, como en otras
tantas facetas de la vida, y a pesar de la abundante literatura (mucha de ella
con dibujos ilustrativos), nada está escrito. Y no hay manual de instrucciones
que sirva de guía y modelo para todo bicho viviente.
Si el cuerpo pide guagua, que decía cierto individuo, hay
que darle guagua. Y la cogía en La Dehesa y se iba hasta La Guancha. Allí no se
bajaba siquiera, sino que esperaba tranquilamente sentado hasta el viaje de
retorno. Pagaba y hacia el Puerto de nuevo.
Cuando fue a abonar el billete (el tique, que se decía) por tercera vez,
el cobrador, intrigado, le preguntó el porqué de aquella actitud. A los que el
viajero le respondió con suma parsimonia lo que al principio del párrafo quedó
reseñado.
Así que, amigos, el tiempo es siempre relativo y convertir
cualquier ejercicio en una competición. Y darle al reloj una capacidad de
presión innecesaria, contraproducente.
Como presupongo adulto a todo el que echa una visual a este
blog de pueblo (ya se sabe que en estos sitios somos más inocentes) concluyo
con la reflexión de uno de los que participaron en el estudio: “El sexo consiste
en mantener intimidad con alguien y no en intentar establecer un récord. Así
que, menos presiones y más disfrute”.
Y para terminar, va la explicación del respecto que había quedado
pendiente. El titular de El Periódico, que dio lugar al presente comentario, es
el siguiente: “La ciencia ya sabe cuál es la duración ideal de un polvo”.
Sean felices, disfruten (moderadamente) y hasta mañana.
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