Como Una odisea del espacio, la ya lejana (1968) película de
Stanley Kubrick. Arrancamos con otra aventura. Nos proyectamos al infinito sin
rumbo predeterminado. Y en esto de lanzarse soy ya un experto. Sin paracaídas
ni parapente. Aunque me haya costado una rehabilitación prolongada. Pero
salimos y aquí estamos.
Quedan atrás gratos recuerdos de las dos criaturas que me
acompañaron en la anterior singladura. Pepillo y Juanillo ya son Pepe y Juan.
Quítales el don porque preferirán, a buen seguro, un empleo digno. Eran chicos
de platanera y ahora son jóvenes de mundo. Transitarán solos a partir de ahora.
Creo que la vida los ha puesto a prueba y sabrán desenvolverse. No me
defraudarán. Si por un casual el destino los encauza (que no encausa) hacia la
política, un consejo: No dejen jamás de ser ustedes. Cuando atisben que
elementos coyunturales externos intentan hacerles cambiar señales identificativas,
arranquen la caña. La honra y el prestigio antes que los sinsabores causados
por las negras fauces de la ambición.
Me horrorizaría que copiaran procederes de figuritas de
porcelana (de esas vacías en su interior). Las que nos inundan en redes
sociales y otros medios al uso con vídeos y fotos (estilo Franco de caza y
pesca) que solo pretenden alimentar egos, superegos, autoestimas y vanidades
(sin hogueras).
Por muy insignificante que sea la actuación, la foto es seña
de identidad del político que vive con el único afán de figurar. Y como ya el
pueblo, la isla, el archipiélago y, por qué no, la nación entera son espacios
pequeños para su desarrollo personal (egolatría a la enésima), qué menos que
una espinela para quien la reposición de un bombilla fundida acabará por ser
motivo suficiente para la millonésima foto del álbum mil novecientos setenta y
cuatro:
Le gusta tanto un retrato
a mi alcalde, que es Manolo,
que pedirá para él solo,
a Correos en un rato,
un sello en cualquier formato;
y que todo realejero,
desde principios de enero,
deba sentirse obligado
al pertinente estampado
en cartas al
extranjero.
Es lo que hay. Priman las boberías. Contemplas imágenes de
reuniones políticas en cualquier institución y ahí están todos jugando con el
móvil, la tableta o la madre del cordero. Y cobran por ello pasta gansa. Y
cuando deben contestar a interpelaciones o dar cuenta de supuestas gestiones,
sacan los papeles y a leer lo que los asesores tuvieron a bien escribir.
Pero vamos a comenzar con el ánimo algo más positivo. Y te
cuento que este jueves pasado estuve con los amigos de la Agrupación Folclórica
de Higa. Echándonos unas perras de vino, un mucho de condumio (cuándo bajaré
estos kilos de más que el parón provocado por el accidente y el cúmulo de
fiestas han ido haciendo bien patente en barriga y aledaños) e intercambiando
opiniones. Entre las que destaca que este año sí caerá el décimo. Lo malo,
añado, es que aún no sabemos dónde.
Casi al final aparecieron Linares y Eduardo. En los
discursos de rigor se concentraron en la organización de la Cabalgata de Reyes,
que desde hace muchísimos años organiza Higa en La Perdoma. Y cuando hablaron
del plan de seguridad me acordé de un bien pagado en mi pueblo. Yo creo que
aquel no era el momento adecuado para ese mensaje, pero doctores tiene la
iglesia. Como el cura, que un rato antes estuvo desatascando acequias y
tuberías. Tienen todos un don de la oportunidad. Pero como iba invitado, punto
en boca.
Con Chicho, quien también fuera componente del grupo, y con
Juan, el de la imprenta, hablamos de todo y más: de pateadas en La Gomera, de
tiempos lejanos en la política, de los dichos y modos de hablar que los
modismos ahogan… Lo pasamos bien, qué quieres que te diga. Y salimos con la
barriguita llena (ya buscaremos la manera de que se rebajen los centímetros de
excesos) y el corazón contento.
Cuando llegué a casa vi que en Facebook me habían dejado
varios comentarios acerca del cierre de Pepillo y Juanillo. E inmediatamente me
puse manos a la obra. Decidí, motu proprio, no alargar la espera y no dejar muchos
días para volver a embarcarme. Con un fin de semana será suficiente. Por ello,
se atraca el 9 de diciembre y el 12 estamos soltando amarras.
Tampoco me trazaré metas. Iremos partido a partido, que diría
el Cholo. Eso sí, cuando surjan viajes, lo siento. Te compensaré con alguna
foto que traiga, porque dinero no tengo como para llevármelos a todos conmigo.
Al menos físicamente. Soy consciente de que en espíritu no es lo mismo.
Principiamos. ¿Me acompañas? Dadas sean las gracias.
Y aclaro, por si acaso. Nada tengo de monárquico. La Corona
es un paraje maravilloso ubicado en el Macizo de Tigaiga. Y desde lo alto
estaremos vigilantes. Y daremos fe, día a día, estimado amigo Álvaro, de
aquella copla: Yo me subí a La Corona / por ver los vientos pelear, / agua y
sol en el Realejo / y en El Guindaste la mar.
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