martes, 5 de septiembre de 2017

Accidente en El Castillo

Bajaban dos microalgas por la carretera de El Castillo, hablando de sus cosas, cuando, de repente y sin previo aviso, cayó una de ellas, la que circulaba por la derecha, en uno de los tantos socavones de la vía. Solícita la otra, ya te puedes imaginar que me refiero a la que transitaba por la izquierda, extendió uno de sus tentáculos para ayudarla a salir del trance; o del pozo, mejor. Orgullosa la recién aterrizada, rechazó la gentil invitación y se dispuso a trepar aquella considerable altura. Debes ponerte en lugar de la susodicha para entender que lo que es para ti un bache de nada, o de mucho, para un ser casi microscópico es todo un mundo, y parte del resto del universo. Como el año luz para nosotros, verbigracia. En su lenguaje, imperceptible para el oído humano, lanzaba imprecaciones a porrillo:
─Me cago (transcripción literal) en Carlos Alonso, Manuel Domínguez, canalizaciones de aguas pluviales y en todos los obstáculos habidos y por haber. Una calzada que debía estar arreglada desde hace años y, por culpa de la ineptitud, deseos, envidias y apetencias de unos cuantos, no solo me hallo en tan difícil tesitura sino que el monopatín se me ha desarmado. Elevaré enérgica protesta ante la autoridad competente y, además, lo denunciaré en cualquiera de esas teles que se privan por activar el ventilador cuando huelen un fisco de mierda apenas.
─Yo en tu lugar me pondría un puntito en la boca no sea que nos echen en cara qué demonios estamos haciendo nosotras dos tan lejos de Los Roques o de Playa Jardín ─le replicó su compañera de viaje, sentada en el borde de aquel precipicio y a la espera de que la accidentada saliera del fonduco por sí sola o se bajara del burro y aceptara el auxilio que antes le había brindado─. Mejor agárrate y sal de ahí antes de que nos descubran o caiga sobre nuestros diminutos cuerpos una rueda de esos monstruos mecánicos que suben y bajan en guineo permanente.
─¡Ah!, fuiste tú la que me invitaste a esta peligrosa excursión y ahora pretendes quedar como una reina, o no te acuerdas de lo de dar un garbeo por esos altos. Anda, tiende el rejo ese y sácame de aquí, que yo sola no puedo.
Dicho y hecho. Subieron ambas cianobacterias en el único monopatín disponible y a la altura del Iván Ramallo hicieron nuevo alto en el camino para echar una visual a la instalación deportiva, donde cuatro señoras de edad algo avanzada, como exclusivas usuarias, daban vueltas al recinto. A la tercera o cuarta, la aún renqueante lesionada no pudo aguantar más aquel volteo al que no le encontraba significado alguno:
─Vámonos.
El descenso por El Burgado, tras una travesía placentera por la zona de La Longuera y El Toscal, fue espectáculo digno de haber sido contemplado por Fernando Alonso. Cuánta envidia hubiera sentido. Hasta los ferraristas, como el amigo Juan José, habrían firmado aquella puesta a punto tan increíble. A tal velocidad bajaron que ni tiempo tuvieron para saludar a Gabriel, el cura del barrio, con el que se cruzaron por el campo de béisbol y que venía de resolver unas diligencias en el Puerto. Y la celeridad fue su perdición, porque no hubo opción para que tomaran la curva de la depuradora. Ni derrape ni ocho cuartos. Recto venían y recto siguieron. Fueron a dar con sus esmirriados cuerpos en la piedra más gorda del callao. Justo en el instante que una ola bañaba las cuatro lapas que habitaban en la zona. Y en la resaca, dos microalgas (el monopatín quedó perfectamente encajado entre las rocas) se sumaron a la tradicional mancha marrón que puede vislumbrarse en los aledaños marinos de Punta Brava.
Días más tarde de este desagradable suceso, y merced a contactos, amén de sesudas investigaciones periodísticas, pude colegir que en otros lugares del Valle hubo asimismo invasiones terrestres. Fue la jornada en la que el muelle portuense, el de toda la vida, quedó limpio como una patena, tras una aciaga jornada de aspecto lamentable y color medio raro. Este redactor está plenamente convencido de que las causas del cierre de la carretera de La Luz, a la altura de La Playita, y el consiguiente aislamiento del núcleo de la Cruz de los Martillos, fue por algo bien diferente a la excusa que puso Linares: ruidos sospechosos, que inmediatamente relacionó con aquel episodio de expulsión de gases en Benijos años atrás.
Ayer por la mañana, desde la zona de La Cooperativa, por donde el rabo de gato ha extendido su particular campo de batalla, pude observar cómo la mancha avanzaba hacia el este en la mar océana.
Cuando de regreso alcancé la bajada de El Castillo antes citada, por donde estuvo la fábrica de Melocotón Realengo, me senté un rato. Pero solo vislumbré esta vez un camino de cabras por el que los vehículos ponían a prueba sus amortiguadores. Y me congratulé de que se hayan licitado las obras de asfaltado de la carretera de Icod el Alto. Que también uso con frecuencia en mis visitas rambleras y guancheras…
No, no fue un sueño. Recurso manido. Es mi corto homenaje a científicos y políticos, a cada cual más técnico. De todas maneras, estoy contento porque en unos días el misterio va a quedar resuelto en Teobaldo Power. Deprisita, señores parlamentarios, pues nos vamos para La Gomera. Donde manda Casimiro, quítese Cristóbal Colón.

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