¿Ataque de celos? También. Es lo que se trasluce del
artículo de opinión publicado ayer en El Día, firmado por Manuel Domínguez (los
míos, palabrita del niño Jesús, son escritos por quien estas líneas plasma en
Desde La Corona), y en el que arremete contra el presidente del Cabildo
tinerfeño con idénticos argumentos a los que cada vez más numerosos realejeros
le echamos en cara en el pueblo.
Cínico hasta decir basta. Desfachatez a la duodécima.
Descaro e insulto a la más común de las inteligencias. Y puede que ello ocurra por
encargar a otros que se sitúen frente al teclado. O por no leer antes de
publicar. O por remitir esos pareceres escritos a las redacciones de los
periódicos con la personalidad cambiada. Porque de situarse en el papel a
interpretar de La Higuerita para allá, deberá ser consciente de que en su haber
no podrá incluir el cargo de alcalde, ya que cualquier desliz le resta
credibilidad cuando deba asumir el otro rol. Es complicada la tesitura, pero
quien juega con fuego acaba por chamuscarse. Idéntica posición a cuando se
tienen demasiados calderos al fuego.
Los realejeros que le votaron en 2015 ya sabían que, de
salir elegido, no iba a ser mandatario full-time.
Y como yo no lo hice, el médico me lo prohibió por problemas de salud (mental),
entendí que su dedicación se quedaría en part-time.
Ahora resulta –cada vez se comenta más en los mentideros políticos– que muchos
de quienes fueron simpatizantes, y acudieron a las urnas con la gaviota (o
charrán) por delante, se hallan en periodo de retractación. Hecho que intenta
minimizar el señor Domínguez con frecuentes apariciones mediáticas (cumpleaños
centenarios, velatorios, metopas a porrillo, carteles informativos en varios
idiomas –y con errores que nos debemos tragar porque si lo advertimos se
enfadan–, ingentes inversiones (8.000 euros) en rehabilitar Rambla de Castro…),
pero que pone el grito en el cielo cuando Alonso juega con idénticas armas.
Yo no quería, te lo juro, mas si el susodicho me lo pone a
huevo, ¿me callo? Jamás, porque no sería buen ciudadano si no denuncio estas incongruencias.
Más por su salud que por la mía. Y sin alzar la voz. Ni gritar como algunos
energúmenos, de su cuerda, que siguen repartiendo estopa al ladrido limpio.
Como si la razón guardara proporcionalidad con el tono empleado o con los
decibelios escupidos. Ladran, luego cabalgamos.
“El Grupo Popular elevó al pleno una propuesta de resolución
para incrementar en diez millones de euros la dotación del próximo Plan de
Cooperación Municipal. Y la respuesta de los grupos de gobierno [expresión con
muy mala milk, aclaro, y que no sería
capaz de sostenerla en el cercano caso del pacto portuense] fue negar esa
partida extra”. ¿Y no se le cae la cara de vergüenza (si es que alguna vez la
tuvo –la política, que dirían los telepredicadores–) cuando en cada sesión
plenaria del ayuntamiento de la Muy Noble Villa de Viera rechaza de manera
sistemática todo aquello que la oposición plantea? ¿Cómo se atreve a escribir
(o a firmar) semejante sentencia si debe contar por cientos los ninguneos en la
Avenida de Canarias, con el desprecio más absoluto y escudándose tras la ya
tristemente coletilla de ‘estamos trabajando en ello’? Cuánta falsedad.
“Aprobar nuestra propuesta habría sido predicar con el
ejemplo. Negarla fue un claro ejercicio de hipocresía por parte del grupo de
gobierno”. ¿Hipocresía? ¿Grupo o grupos, en qué quedamos? Predicar con el
ejemplo porque parte de ti. Y cuando Miguel Agustín, Jonás, o el resto de
concejales que no son de tu grupo, elevan ruegos, preguntas y mociones porque quizás
(o sin quizás) quieran y sientan el pueblo más que tú, ¿qué? ¿Te repito el argumentario?
Espero que alguien dé traslado de mi preocupación a tu jefe Antona y este te
recomiende la visita urgente a un psiquiatra, porque no bastará con la consulta
al médico de cabecera.
“Gobernar es priorizar. Y a veces también significa tomar
decisiones impopulares”. Yo no te hubiese escrito ese llamativo impopulares por
razones obvias. Como ayer estuve hablando con un amigo de la maravillosa obra
que ejecutaste en Los Barros (incluye la rotonda), y de cómo se lamenta uno que
viva en Realejo Alto y baje a trabajar a La Longuera (échale media hora larga),
y de cómo hace dos días contemplé las peripecias de una ambulancia para
recorrer el trayecto de las farolas tipo Mazinger Z, y de cómo se ha colapsado
el municipio porque no hay escapatorias (menos mal que mis microalgas no
subieron tan arriba), y muchos más inconvenientes que no cito para que la
redacción no me corte, prioriza y busca soluciones (¿añado Los Cuartos?),
porque cuando Marrón deba ejecutar su famoso plan de seguridad, nos matamos
saltando los unos por encima de los otros (o de las otras). Y si acaso crees
que soy el único que tiene esta visión diferente, comienza a desconfiar de
tanto adulador, en vivo y en redes sociales.
“Gobernar es ser serio y responsable y eso significa, en
muchas ocasiones, renunciar al continuo protagonismo en la farándula política y
mediática”. Madre mía del Rosario, de los Afligidos y de los Remedios. Quita
pa´llá que me tiznas. Mejor, Jesús, Jesús, Jesús. ¿Tendrás cura? ¿Me salvaré
padre?, preguntó la pecadora. Sí, te salvas porque tengo misa dentro de cinco
minutos, que si no…
Y la traca final de la calle que prefieras: “En Tenerife es
bien conocido y muy comentado el afán de Carlos Alonso por ser el niño del
bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro de todo lo que se cuece
en la Isla”. Yo te hubiese escrito guisa, es más autóctono. Pero si cambiamos
Tenerife por Los Realejos, Carlos Alonso por Manuel Domínguez e Isla por pueblo,
clavado, un selfie del diez coma
nueve. Háztelo mirar, alcalde. O cómprate un buen par de espejos. Y ve al
oculista. A partir de los cuarenta, los problemas de presbicia se agudizan. Y tú
estás en un fase que podría ser recuperable, pero “ese pecadillo de soberbia
que te (le, en el original) domina y que te (ídem a la aclaración precedente)
pasará factura” lo hacen bastante complicado.
Te felicito porque yo no hubiera explicado mejor en mis
clases de lengua el autorretrato. También es verdad que uno estudió en la vieja
Escuela Normal, ya que mis padres no pudieron enviarme a cursar carrera en el
extranjero.
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