Estoy confuso. Bogo en un mar de contradicciones. Hállome
espeso. Siéntome indefinido. Navego impreciso por aguas procelosas… Despierta,
tolete, que ya te quedaste dormido nuevamente. La indigestión de prensa digital
(perdona, Javier Lima, si no accedo a las suscripciones de La Opinión ni acudo
a los puntos de venta; en abierto los leo todos) me acarrea impresiones ambiguas.
¿Habrá remedio para el cacao mental? Si me vas a señalar que
la desconexión, desde ya te respondo que nanay (de la China). Sarna con gusto
no pica. No sé si me afectaron las cianobacterias en mi último baño en Playa de
San Juan (Guía de Isora) o me asaeteó cualquier mosquito en alguna de las calurosas
noches veraniegas. Y que conste que no me dormí con aquello destapado.
En la tarde del pasado sábado estuve viendo cómo Contador
coronaba El Angliru (L´Angliru) ─que
no es puerto de montaña, pues no se trata de un paso: acaba allá arriba y ya
está─, y después del esfuerzo caí
rendido. Mentira cochina, porque estaba en la cama; así que me quedé como un
tronco, para qué estar con rodeos. Puede que haya seguido pedaleando con Morfeo,
pero hasta el cogote me duele todavía.
Me gusta el
ciclismo. Deporte en el que se idealiza el esfuerzo. Viento, lluvia, calor,
energúmenos que molestan más que apoyan, pendientes que son auténticas paredes.
Y tremenda voluntad que raya el heroísmo. Cuánta diferencia con los
señoritingos futboleros que se caen cuando un contrario pasa por su lado y se
fracturan, ipso facto, fémur, tibia, peroné y el mismísimo calcáneo.
Pero con toda la
admiración al deportista que ya ha anunciado su retirada (treinta y pocos son
muchos) y sus célebres ataques a sus rivales, con escapadas que han marcado
hitos en el ciclismo profesional, hay ofensivas y huidas hacia adelante que me
plantean serias dudas de procederes políticos. Y todo ello a pesar de la
inmensa ilusión que me hace el tener una cuenta en el extranjero. Los cuatro
euros que se poseen en reserva por lo ‘que pueda pasar’, se hallan bajo el
recaudo de La Caixa.
Tenía casi claro
que era la actitud negativa de Rajoy (y del PP en general) a entablar un
diálogo una de las principales causas del denominado conflicto catalán. Pero
los últimos hechos acaecidos en sede parlamentaria, bajo el tamiz de
nocturnidad y alevosía, me han fracturado demasiados esquemas. Porque ahora dudo, y muy mucho, de quién no
quería hablar, de quién (o quiénes) no querían sentarse para entablar un diálogo
sosegado. Es más, con tales mimbres a la hora de ejecutar acciones, qué me
impide pensar que la fractura social no ahonde el sentimiento de xenofobia con
actos preñados hasta la médula de arbitrariedad y despotismo. No atisbo gran
diferencia entre estos comportamientos excluyentes y totalitarios con los que
surgen allende los mares.
Cuando debería importárseme
un pimiento el resultado final de este partido (echo en falta las opiniones de
mucho culé españolizado), o de esta etapa de alta montaña, debo, no obstante,
manifestar mi total rechazo a la prepotencia de los que se creen no solo por
arriba de cualquier circunstancia, sino que nos toman (al resto de comunidades)
como el pito del sereno. Es el concepto ─y jamás lo había utilizado en mis
artículos─ de godo enterado que bien conocemos los canarios y que refleja la
figura de aquel foráneo que, después de alimentado con gofio y buen condumio de
papas, pretende avasallarnos en este rincón del continente africano. Algunos pretenden ampliar la percepción hacia el resto del territorio patrio, excepción hecha de la franja de rigor.
Los españoles nos
roban. Los Pujol son hermanitas de la caridad. Qué maremágnum (muchedumbre
confusa de personas) de intereses tan contradictorios. A los que parece más
unirle el odio y la eliminación que el propio deseo de independizarse. Porque mira que
es difícil de digerir, y más complicado de explicar, esos matrimonios entre la
derecha burguesa (nacionalista de las ganancias) y ese conglomerado de
izquierdas radicales. Qué democracia más perfecta la de solo lo mío es válido,
solo mis leyes dan garantías… pero puedo conceder, mero ejemplo, la doble
nacionalidad. O condonar pastas a mansalva. Que apoquinen los españoles. Deben
existir manicomios con gente más cuerda.
Desahogado. Este
contador (que cuenta) plasmó otro parecer. Y punto. Es va acabar.
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