–Me encuentro de los nervios que me subo por las paredes.
Esto es un sinvivir. Agotador y sin mayor beneficio. Y en cada rincón del pueblo
crecen los comentarios mientras me conocen como el alcalde decretado.
–Anda que yo, si me arriman un fósforo, ni los fuegos de la
Calle El Medio. De Arriba, que hay mucho piojo pegado.
–Cuánta ironía. Como todo se adhiere.
–¡Ah!, ¿Tú también?
–Pues yo le seguiré. Soy la voz que nunca le dirá que no…
–Maldita Nerea.
–¿Cómo?
–No, nada, tarareaba.
–Hola, chicos.
–Ya empezamos.
–Tranquila, Noelia. Sentido genérico, que yo no entro por
las diferenciaciones estúpidas. Pasen a mi despacho. [Pausa]. Cierra la puerta,
Adolfo. Te noto tenso.
–¿Tenso? ¿Teensoo? ¿Teeensooo? ¿Me vacilas, Manolo? Estoy
hasta el surtidor de Benito.
–Qué símil. Qué paralelismo. Te ganaste otra delegación,
porque me marcho a otra Ejecutiva Nacional. Mariano necesita todo el apoyo del
Partido en estos momentos difíciles en los que la unidad patria se halla en
tela de juicio por culpa de unos irresponsables y arbitrarios.
–Se me importa un bledo, por no decir un carajo, lo que
ocurra en Cataluña. Ahora mismo me paso al Madrid y que les den… la
independencia.
–¡¡¡Adolfo!!! Te conmino a que retires esas palabras, fruto,
quizás, de la impericia. Tranquilízate. Te dejaré a ti más tiempo que a Noelia,
pues imagino que el enfado vendrá por ahí, ¿no?
–¡Y una mierda! El hecho de aguardarte los dos se debe,
precisamente, a todo lo contrario. Se nos ha llenado la cachimba. Tú, la fama,
la imagen, el sueldo…
–Bueno, del dinero no habíamos dicho nada –se excusó la segunda
teniente de alcalde–, eso lo añades, Adolfo, de tu cosecha.
–¡Ah!, ¿ya te estás echando para atrás? ¿Ahora reculas
cuando hace un momento me diste la razón en todo? Falsa, que eres una falsa. Tú
lo que quieres es que yo me sitúe a un lado y te deje el puesto cuando este [señala
a Domínguez] abandone el pueblo definitivamente.
Una lágrima, solo una, rodó mejilla abajo por el rostro de la
concejala de Realejo Alto. El alcalde se frotó las manos, esbozó irónica
sonrisilla y cuando se disponía a intervenir…
–¿Y saben una cosa? Me marcho. Pediré el alta en el PSOE y
cumpliré aquel deseo de mis años mozos cuando a punto estuve de seguir los
sabios consejos de Vicente, el rizo. He abierto los ojos, por fin. Gracias,
Virgen del Carmen, por liberarme de esta cruz.
Dicho y hecho. Con el estampido que le dio a la puerta vibraron los mismísimos cimientos del edificio inteligente. El alcalde se levantó
e hizo ademán de salir en pos del prófugo.
–Déjalo –casi suplicó la edila–. No vale la pena. Quise yo
convencerlo, y por eso me presté al juego de esta pantomima, pero fracasé en el
intento. Sabes que puedes contar conmigo. Te seguiré siendo fiel hasta el
infinito y más allá. Además, delega en mí cuantas veces entiendas conveniente.
Asumiré con responsabilidad ese inmenso honor y para qué negarlo: me encanta
ejercer de alcaldesa, Manolo. Me siento tan realizada cultivando lo de primera
dama…
–Vale, pero baja de la higuera; perdón, de la nube,
despierta, coño. Ve al baño y refréscate la cara, que estás muy colorada. Luego
convoca una reunión urgente del grupo para la una y media. Llama también al
siguiente de la lista.
–Siempre a tus órdenes.
Cuando ya en su despacho cumplía a rajatabla las instrucciones
del jefe, se asomó a la ventana que da para la Avenida de Canarias y vio cómo
Adolfo corría calle abajo rumbo a San Agustín. Tras él, y sudando la gota
gorda, un descompuesto Marrón que, sin soltar el teléfono móvil de la oreja
(derecha, of course), le hacía señas
ostensibles para que se parara o, al menos, disminuyera la loca carrera. Pero
González Pérez-Siverio, levantando el puño y con una rosa roja en la mano (izquierda),
y a mucho más de 40 km/h, caso omiso. De ahí la persecución el jefe de
seguridad. Y por no hallarse un policía disponible, que todo hay que decirlo.
Tanto se alongó la telefonista para no perderle la pista a la altura de la
fuente de Correos, que casi pierde el equilibrio. Menos mal que no fue así y no
se le sumó al presidente insular del PP un nuevo conflicto…
Por la villa se escuchan comentarios de que no es oro todo
lo que reluce. Frase que acuñó meses atrás un desencantado popular de un barrio
‘alto’. Hecho que yo me permito edulcorar con un fisquito de humor. O, a lo
peor, no. ¿Mareas del Pino? No, persiste la mar de fondo.
Si pensaste otra cosa cuando leíste el título (aunque la
foto delataba), siento haberte defraudado. No pensaba en Los Panchos ni en Las
Azores. Mucho menos en ese otro para el que ya no tengo edad (Gigliola
Cinquetti). Me paso. Pero es que mi Realejos norteño (Tigaray) continúa dando
mucho juego. Tengan todos un muy feliz fin de semana. Y sigan siendo fieles. Si
el aplauso es el alimento de los artistas, las numerosas visitas al blog me
animan a seguir al pie del cañón. Tres dígitos de manera permanente, con picos
de cuatro, reconocidísimo.
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