jueves, 10 de mayo de 2018

Clavijo versus Rajoy

O a la viceversa. Sí, amigos, echo la vista atrás y me pregunto si progresamos en ese mal tan necesario llamado política. Dudo –y soy consciente de la comisión de grave pecado mortal– de la eficacia de parlamentos. Mejor, de las prácticas de quienes nos representan en esos absurdos debates que solo insultan la inteligencia del más común de los mortales. No superarían la más elemental prueba de comprensión en cualquier examen de lenguaje al uso. Tú les puedes preguntar por la acentuación de las palabras llanas, que ya ellos se encargarán de explicarte cómo se conceptualiza y calcula el mismísimo logaritmo neperiano. Y un máster de regalo.
Sostiene el presidente autonómico canario que la pobreza infantil en estas islas no es debida a los gobiernos de Coalición Canaria. Los proclamados nacionalistas, pero en realidad infelices mendigos madrileños, tras veinticinco años encaramados en El Teide o el Roque Nublo –a conveniencia y según gire la veleta–, reparten culpas (o a lo peor ya mentan lo de hostias, porque todos se pega) a diestro y a siniestro. Estos centristas del acomodo saltan como los baifos. Qué responsabilidad van a tener ellos de que en Canarias existan familias (vaya eufemismo lo de pobreza infantil) que las pasan canutas. Ni saben ni contestan. Pero son curritos. Basta con mirar a la Moncloa para cargar tintas con los que, al minuto siguiente, serán aplaudidos por inyecciones millonarias. Y en un cuarto de siglo han visto inquilinos de todos los gustos. No es despropósito, que ojalá, es impudencia, sin más.
Han visto las orejas al lobo, o presa canario, en todas las encuestas y sondeos habidos y se proponen acometer la enésima campaña publicitaria –bien tienen perras para cartelitos– a base de más promesas para incumplir. Parece que lo del cochinito también se pega. Como contribuyente en estas ínsulas baratarias me apena sobremanera que, de un lado, se presuma, en caso de que Mariano logre aprobar los presupuestos del Estado, de ordeñar de la teta lechera nacional no sé cuántos millones de euros, y, de otro, se vayan a retratar con supuestas bajadas de impuestos, cuando la sanidad, por ejemplo, continúa con las carencias de siempre. Y no menciono más insuficiencias, porque lo mismo se anima algún dirigente popular y se sube a la guagua. Como el aún alcalde de mi pueblo, quien, junto a la pléyade de liberados y asesores, procederá a la venta de las primeras diez toneladas de productos agrícolas obtenidos en los flamantes huertos urbanos de El Toscal el próximo día 15, festividad de San Isidro Labrador. O el de su homólogo portuense, y también alto jerarca del organigrama popular, que muestra su preocupación, a mandíbula batiente, por los problemas que causan las toallitas en la red de alcantarillado. Qué yuntas para la feria de ganado.
Pero no crean ustedes que a niveles superiores pintan mejor las ocurrencias. Cuando los enanos ya le alcanzan al gallego los dos metros de altura, cuando el PP se encamina al mayor estampido electoral de su corta historia, cuando la esperanza de Cifuentes se teatralizó en agua, azucarillos y aguardiente, sube Rajoy al estrado y comienza a repartir mandobles al más puro estilo del Capitán Trueno para colegir que su formación política ni está tan mal ni es tan corrupta como algunos medios nos quieren vender. Los socialistas, según él, caen en la irrelevancia, los de Podemos están ‘enrejonados’ perdidos, los naranjitos pueden morir de éxito, y del resto… ¿qué resto?
Lamentables, esperpénticos, grotescos, estrafalarios, extravagantes, ridículos, caricaturescos, bufones… Ilógicos, en suma. Ni manifestaciones contra sentencias judiciales que ponen en entredicho muchos fundamentos de un estado de derecho, ni masivas protestas de jubilados que llevan muchos años sufriendo brutales recortes para rescatar bancos, ni ese largo etcétera que hace posible que Wyoming (El intermedio, La Sexta) siga sacando partido a ese otro modo de compartir las noticias. Va de largo.
Para este país, para esta región (y si me apuran, para este pueblo) sí existe solución. Pero hasta que no nos percatemos de que pasa por nosotros, y no por ellos, continuaremos asistiendo a los consabidos sainetes. Como el de Muñoz Seca, La casa de la juerga, 1906, donde en la escena primera del cuadro segundo el autor pone en boca del personaje Antoñito un pasaje titulado Tengo un borrico canelo. Anda, búscalo tú con la ayuda de San Google, que siento mucha vergüenza si lo reproduzco aquí. Un siglo después, y sin variantes, siguen existiendo.
¿Cómo? Y tú más.

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