Harto sabido es el significado de esta expresión. Por lo menos
no debe entrañar mayores secretos para los que ya tenemos cierta edad. Porque
los jóvenes de ahora se rigen por otros patrones. Pero no va por tales
derroteros el asunto que hoy nos concita en el encuentro diario en La Corona.
A un año justo de la próxima cita electoral (por lo pronto,
ayuntamientos, cabildos y autonómicas; si no es que cualquier revés imprevisto
nos haga cargar con más papeletas), los movimientos se hacen patentes. Con
mucha preocupación se afrontan porque sondeos y encuestas no dejan a nadie
satisfecho. La tarta se presenta apetitosa y los aspirantes a darse el festín
se multiplican. Con lo que el electorado tiene ante sí una muy difícil
decisión.
Algunos pueden morir de éxito antes de que se inicie el
recuento. Y como a un servidor le preocupa lo cercano, y como conoce a mucho
aprovechado que se ha ido acomodando en el echadero que por ahora le da un poco
más de calor, teme que salgamos de Guatemala para meternos en Guatepeor. Sé de
varios ciudadanos, de los guapitos y del nuevo cuño, escindidos, por
descontentos con otras formaciones políticas,
que agüita conque lleguen a tener poder decisorio; mando en plaza, que
se dice. Si ya con algunas corporaciones populares nos hemos llevado tremendo
chasco porque a poco que les vayas quitando caretas no hallas diferencias
(aunque persistan en disimularlas) con los que dirigen el cotarro a nivel
nacional y pringados hasta las orejas en componendas de todo tipo, solo nos
falta que nuevas hornadas respondan con apetencias mayores.
No se presenta el horizonte muy diáfano para CC en las
islas. Demasiadas orejas se asoman en el tortuoso camino. Los mensajes de
tender puentes proliferan. Cariños y arrumacos destilan las entrevistas que los
medios de comunicación, siempre tan dependientes, lanzan a diario. Las ideas
han pasado a mejor vida, la preocupación por el bienestar de la población ya
ocupa lugar más que secundario y priman los números, los escaños, las
poltronas, los acomodos.
Surgen voces corteses y los llamados a unir fuerzas (¿o
intereses?) inundarán nuestras vidas en los próximos doce meses. Es más lo que
nos une que lo que nos separa, le susurra al oído Carlos Alonso al mismísimo
Antonio Morales. Qué cosas. El de allá, el de la isla de enfrente, siempre en
su onda grancanaria, no le concede a Román Rodríguez, ni al pluriempleado Pedro
Quevedo, ni siquiera el beneficio de la duda. Tomás Padrón aparece dando
vueltas en uno de los molinos de Gorona del Viento. Mario Cabrera rememora
andanzas izquierdosas de Asamblea Majorera. Fernando Clavijo, por si acaso, se
postula para que Paulino Rivero no siga ostentando el récord de permanencia.
Están nerviosos, sí, y mucho. Y en este Norte, más. En mi pueblo,
demasiado. Las órdenes de la superioridad son cumplidas a regañadientes. Máxime
cuando el futuro se presenta más negro que los sobacos de un grillo. Es tal el
desbarajuste orgánico (¿o inorgánico?) que se puede reproducir la batalla interna
de 2015. Ni aun en La Orotava, feudo tradicional, las tienen todas consigo. Ya
no les basta con cambiar a los peones jóvenes, que saltan cada cuatro u ocho
años como piezas desechables de un lego que se resquebraja hasta en Benijos. En
el Puerto, qué contarte, los amores de Sandra y Juan Carlos a la vista están.
Y en tal tesitura se imponen las apañadas. Hay que meter en
el redil a todo el ganado sin control. La primera recogida (no creas que es la
única barredora) viene de la mano del ínclito José Miguel Bravo de Laguna y su
juguete de Unidos por Gran Canaria. Quien muy al estilo de lo que ha mamado
(con dobles londinenses) en su dilatada trayectoria se atreve, incluso, a
reservar un puesto para su hijo Lucas, que jugará el papel que deba jugar
(reminiscencias dialécticas marianiles).
Los tejos gomeros ni se escuchan en el ático del profesor Casimiro, el
prohombre de las encíclicas dominicales.
Como los realejeros sabemos mogollón de malabarismos (aunque
no dispongamos todavía de Mueca: qué gran éxito) no nos extrañan los postureos.
Ya forman parte de nuestra vida cotidiana. Este fin de semana, por ejemplo, los
dirigentes populares se olvidaron de pasados no tan lejanos en el organigrama
gubernamental autonómico (Consejería de Sanidad, verbigracia) y se fueron a
Icod de los Vinos para apoyar una justa reivindicación: protestar y reclamar
para que se repongan las urgencias pediátricas en el mal denominado Hospital
del Norte. En la web oficial de partido cuelgan unas fotos y el siguiente
texto: “Si con algo no se puede jugar es con la Salud (así, con mayúscula), y
mucho menos si hablamos de la atención sanitaria que se merecen nuestros hijos.
El consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias, Coalición Canaria en
definitiva, nos está tomando el pelo incumpliendo sus promesas en un asunto tan
importante para tantas familias norteñas”.
Uno podría echar mano de otros programas electorales, de
repasar hemerotecas, de acudir a los fondos audiovisuales de radios y televisiones
y, en fin, de restregar en alguna cara capítulos enteros de quebrantos. Pero es
tan importante el fondo de la convocatoria icodense que podría conceder el
beneficio de la duda. Aunque si se contempla con detenimiento las fotografías
que ilustran este artículo, no le queda a uno más remedio que barruntar falsedades
a mansalva.
En una, cuando el alcalde de la Ciudad del Drago lee el
manifiesto, podemos observar cómo todos los congregados muestran un semblante
(la cara es el reflejo del alma, se comenta) acorde con la situación del
momento. Mas si nos vamos a la otra, a la que encabeza este post de hoy martes,
nuestro gozo en un pozo. Ahí se hallan los miembros del PP en la instantánea
del bien quedar. Y esas caras tan sonrientes indican bien a las claras cuán
cínico se puede ser. La misma que mostraba unas semanas atrás Lope Afonso
cuando, pala en ristre, reía a mandíbula batiente ante el grave problema
sanitario de las toallitas en las redes de saneamiento. ¿No pudo el fotógrafo,
o el asesor correspondiente, señalarles a estos figurines que ante la
complejidad, seriedad y enjundia del objeto del encuentro no se podía expresar
alegría alguna, como se vislumbra en el retrato, con carteles incluidos, sino
más bien todo lo contrario? ¿O es que, en el fondo, solo se pretendía el minuto
de gloria, ya que los medios económicos de los bien pagados permiten desvíos a
la sanidad privada de sus vástagos sin problema alguno?
Hipocresías, las justas. No nos quedan tejos que aguantar.
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