jueves, 24 de mayo de 2018

Desprestigiar el folklore

Se me creó ayer tarde un nuevo dilema. Tenía anotados en una cuartilla tantos asuntos que podían ser objeto del comentario de hoy (manía inveterada de cuando voy leyendo los digitales de turno) que, llegado el momento de elegir uno de ellos, no fui capaz. Porque veo ya tan manido el particular de Podemos (la carta de Kichi, el llamado perverso ─puede que conminar, mejor─ a la participación sin marcar tope alguno de lo que sería un porcentaje representativo…), ese conjunto de “personas de las que usted me habla” ─muy populares todas ellas─ que se incrementa hasta niveles de escándalo internacional, la búsqueda desesperada de un administrador único para la radiotelevisión canaria, el que mi coche pasó ayer la ITV y no me percaté de los supuestos cambios que iban a tener lugar, de cómo podría ser un servidor un candidato perfecto para formar parte de esa lista regional que será novedad en la futura ley electoral (¿tú no has visto la cantidad de fotos ‘canarias’ que cuelgo en Facebook?) y tres o cuatro etcéteras, que voy a echar mano de un artículo publicado el 30 de mayo de 1993 en el periódico El Día, bajo el mismo lema que ahora utilizo en este blog: Desde La Corona. Me da que 25 años después no hemos adelantado gran cosa. Y menos mal que dejo de lado el asunto de los denominados bailes de mago, en los que se ha trazado casi como única meta el batir récords de asistencia y acumular toneladas de basura en las calles, sin que se hayan sentado bases de objetivos y contenidos. Allá va:


Hablar ahora de las dos etapas del folklore de nues­tra tierra, antes y después de Los Sabandeños, sería llover sobre mojado. Estudiosos del tema lo han hecho y han dejado claro la revolución que supuso la aparición del citado colectivo, que motivó la creación de infinidad de grupos diseminados por la geografía de nuestras Islas. Es raro el núcleo poblacio­nal de todos y cada uno de los pueblos de Canarias que no se precie por tener una embajada musical. Se ha conseguido con ello que se haya podido recuperar una parte importante de nuestro acervo cultural que se encontraba en peligro de desaparición. Gracias a una paciente labor de rescate, se ha logrado sacar a la luz temas, vestuarios, instru­mentos... que, de no ser así, estaban condenados a dor­mir el sueño de los justos.
Afortunadamente, pode­mos considerar como nor­mal el que en todos los fes­tejos se celebren festivales folklóricos. Y que se realicen encuentros en los que se da a conocer el quehacer de intensas jornadas de tra­bajo. Estimando que el folk­lore está sujeto al progreso que la propia dinámica vital impone, se puede observar la mejora sustancial que se viene produciendo en este campo, tanto en el aspecto musical como en el de voces, sin querer con ello justificar las corales que algunos pretenden realizar.
No obstante, y algo hemos referenciado en ante­riores comentarios, se sigue dando una falsa imagen a los numerosos visitantes que tienen a bien acudir por estos peñascos, ya que lo que se les ofrece en gran canti­dad de establecimientos turísticos no es, ni por aso­mo, una muestra de nuestro verdadero, rico y variado folklore. No es de recibo que cuatro o cinco amigos se reú­nan y formen un grupo que recorre media ciudad en un par de horas. Y, al final, ni están cansados. A veces, incluso se acompañan con un cuerpo de baile formado por... ¡una o dos parejas! Asom­broso.
Tal vez, toda la culpa no sea de ellos. Quizás se hayan visto obligados a recurrir a tales menesteres porque el mercado se lo demandaba. Las cuatro perras que se están ofertando conducen a brindar estas lamentables imágenes. Para mayor des­gracia, en muchas ocasio­nes, la vestimenta deja mucho que desear. Ello nos lleva, indefectiblemente, al choteo de algo que debe constituir una bandera para el pueblo canario.
El folklore, por lo tanto, es algo mucho más serio que lo que se oferta al turista en gran parte de barbacoas y otras fiestas que para ellos se organizan. Hay que ir men­talizándose en que con esas ridículas cantidades de dine­ro no se puede premiar labo­res de meses y meses de sacrificio en los que grupos de treinta o cuarenta perso­nas se han volcado con toda la ilusión del mundo. Y un grupo con esta cantidad de componentes, que dedican dos y tres días a la semana para preparar su repertorio, que han hecho grandes esfuer­zos para dotarse de trajes e instrumentos, no se puede movilizar por un par de duros. Cuando tanto hay para otras cosas, bien val­dría que alguien rompiera una lanza en favor de quienes intentan ofrecer la ver­dadera identidad de nuestro pueblo. Para ello habrá que ir modificando viejos esque­mas y efectuar planificacio­nes diferentes, porque hasta los locales en los que se rea­lizan esas demostraciones son tan cortos que en el espa­cio destinado a escenario, si suben más de diez tienen que dejar los instrumentos en casa. Y el espacio que se destina al baile justifica la ausencia de parejas.
De seguir así, corremos el peligro de concluir dando el folklore enlatado. Y es que para lo que se está ofertando en infinidad de ocasiones, véndaseles una película de vídeo de quince minutos de duración, y si ésta está bien grabada, y el grupo es decen­te, algo más positivo habre­mos sacado.
No desprestigiemos, en conclusión, lo que debe con­formar nuestras señas de identidad. El esfuerzo de tantas y tantas gentes que han colaborado en que nuestro folklore alcance el pres­tigio que se merece, no pue­de ser pisoteado impune­mente. Le estaríamos haciendo, desde luego, un flaco favor.


Como no me apetece ilustrar este post con cualquiera de los múltiples ejemplos que se dejan reflejados en el artículo transcrito, va una foto de la Agrupación Folclórica de Higa (La Perdoma), que, junto a otros prestigiosos grupos, no se desvía un ápice de su buen hacer cuando son requeridos sus servicios por cualquier establecimiento hotelero. Porque el quehacer, inmenso y laborioso, no se moldea en función del escenario. Seriedad ante todo y respeto a nuestra cultura. Y como es de bien nacido ser agradecido, y dado que en su seno estuve unos cuantos años, vayan mi reconocimiento y afecto. Y a su nuevo director, Juan Pablo Pérez López, toda clase de éxitos en esta nueva singladura.

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