Qué fin de semana. Me siento, abatido, ante el teclado de mi
compañero de viaje, con un nuevo ratón –minúsculo, el del portátil– porque el
original del ordenador pasó a mejor vida, y recapitulo. Reitero, qué fin de
semana. Cuando creía que el resfriado que traje de La Palma (razón viajera que
provocó el abandono temporal del blog) ya daba síntomas de haber agotado su
existencia, hete aquí, maldita sea, que acepto el encargo de comentar andanzas
y desventuras del paso patrio (o quizás no) por el festival de Eurovisión.
Nada mejor, pensé, que confiar en un buen experto para el consejo
debido. E, ipso facto, púseme en contacto inmediato con mi tocayo Agomar.
Quien, debido a sus compromisos guancheros (3ª edición del programa INTEGRARTE,
que lleva a cabo la Escuela Municipal de Música de aquel pueblo, con la
colaboración de la Obra Social de la Caixa), solo pudo ilustrarme durante
veintiocho minutos y treinta segundos, bien medidos (metrónomo en ristre), y
por teléfono, acerca de lo que se cuece (el intríngulis, vamos) en la
trastienda de todo encuentro musical. ¿O es otra cosa?
Con tal bagaje en el magín –a saber, el coco repleto de
escalas, claves, compases, armaduras, acordes, líneas adicionales y demasiadas
repeticiones (da capo, amabile, animato, cantabile, con moto, pianissimo, mezzo
forte y las que se me olvidaron durante las intervenciones de los
representantes del conglomerado de países ¿europeos?), sentí tremenda pena de
no poder acudir a la elección de la romera, cita de las Fiestas de Mayo que
comenzó con cierta demora porque el señor alcalde llegó tarde, seguramente
debido a otros compromisos más orgánicos, que no fisiológicos, supongo.
Y aquí estoy yo, despacito, porque no me doy por vencido,
hasta que llegaste tú. Sí, échame a mí la culpa. Juro que vale la pena esperar
una señal del destino. Estoy tan solo a un paso de ganarme la alegría…
Tarareando este popurrí me acomodé en el sillón frente al televisor unos diez
minutos antes del comienzo de la función…
Casi me pego un fuerte leñazo cuando el estruendo de unos
fuegos artificiales me bajaron del grato acomodo en el que Morfeo me había
sumido. Y para qué insinuaste antes que habías visto las actuaciones, mentiroso.
En la plaza de la Unión se anunciaba de tal guisa –en el pueblo somos así– que
la candidata de Icod el Alto (Los Siete Cuarteles) había sido la afortunada
ganadora. En la tele, una joven de mucho más peso (musical) que yo, parece que
llamada Netta, ponía el colofón al evento que yo debía analizar en profundidad.
El tema interpretado se titulaba Toy. Y me acordé de aquellas viñetas de años
atrás que tantas sonrisas esbozaron: Toi cansao, toi dormío, no toi…
Afortunadamente, las redes sociales me sacaron del apuro en
apenas unos minutos. Daba gusto comprobar la unanimidad en las críticas. Si te
cuento que no me fui a la cama hasta las cuatro de la madrugada, te mentiría.
Desde que la canción que triunfó era un tema antibullying (te aclaro, un
alegato contra el acoso psicológico), hasta el magnífico puesto alcanzado por
la pareja del beso final (de todo me enteré en diferido), pasando por el
espontáneo que quiso comprar un micro a precio de saldo. Nos adelantamos diez
años en enviar a Rodolfo Chikilicuatre y así nos va. Como Elfidio Alonso alega
que a Los Sabandeños les falta actuar en la ONU, propongo que dada nuestra
condición de territorio avanzado en el Atlántico y a tiro de piedra del
continente africano, cuando tengamos conocimiento de que en este continente se
lleve a cabo un certamen de índole parecida al que ha sido objeto de esta muy
atinada reflexión, que participen los punteros de Sabanda, sin que falten unos
solos de pandereta y timple. O en su defecto, Pepe Benavente.
Esta crónica no quedará debidamente pergeñada hasta que
tenga una charla con mi asesor musical. Aunque uno no comparta esta supuesta
manera de reivindicar a base de extravagancias y cacareos –el particular es
demasiado serio para devaneos tales, que se lo pregunten a los palestinos–, debe
ser consciente de que en cuestiones de pentagramas y ligaduras anda algo
escaso. Ahora bien, el cada vez más
denostado festival eurovisivo (y más allá) se ha convertido en un auténtico
agobio y en uno de los principales causantes de los problemas mentales que nos
acosan. Tanto que hoy domingo (cuando redacto estas líneas), que deberíamos
centrarnos los realejeros en debatir el desarrollo de los actos festivos, nos
hallamos inmersos en batallitas de poca monta. A lo peor es que prima la
controversia. Y Eurovisión se supera con creces cada año en esa faceta. Tanto
que casi cometo el error imperdonable de no expresarles mi otra sorpresa del
fin de semana: Casimiro Curbelo ha sido nombrado secretario general de ASG. No
me lo puedo (de) creer, no me lo esperaba. Un fallo casi tan grande como el de
Eurovisión.
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