miércoles, 11 de diciembre de 2019

No hay cambio climático

Todo es una farsa, un montaje, una pantomima. Es, si acaso, uno de los fenómenos cíclicos que se producen a lo largo de la historia de la humanidad. Vamos, como un simple resfriado que pasará después de un par de estornudos. Luego, los gases, supuestamente nocivos (esos de la ilustración), se disiparán y aquí no ha pasado nada.  Respiraremos tanto oxígeno que deberemos limitar las inhalaciones por control remoto para no ahogarnos con aire puro. Los embalses alcanzarán de nuevo niveles nunca vistos, las superficies quemadas o desaparecidas reverdecerán cual pino canario y el Barranco de San Felipe se convertirá en un río más caudaloso que el mismísimo Amazonas; tanto que lo haremos tan navegable como los canales venecianos. Los vecinos (y vecinas) de La Montaña y La Luz intercambiarán pareceres en las felices tardes veraniegas, mientras el gondolero tararea el Volare (Nel blu dipinto di blu) de Domenico Modugno.

Las denominadas Cumbres del Clima no sirven para nada. Se trata de un invento para que se den tono los cuatro mangantes de siempre. Fíjate tú que hasta Patricia, la alcaldesa, fue. Y arriba se han fabricado una nueva atracción, la activista sueca Greta Thunberg, para darle un poco más de morbo al supuesto desastre medioambiental. Si tuvieran vergüenza y un mínimo de responsabilidad para con los menores, que serán los herederos de ese mundo tenebroso que nos pintan, harían bien en mandarla al instituto, en vez de estar todo el día de paseo. Que Pisa le va a pasar factura.

No hay estudios fidedignos que avalen esa marcha atrás que nos dibujan. Ni tampoco está demostrado el que sean los plásticos los causantes de nada. No es de recibo que una tortuga boba –qué otra podría ser– se atragante con una bolsa de caramelos (por confianzuda) y deduzcamos que los mares se van al garete.

Pero, en todo caso, el mundo seguirá existiendo. Puede que nosotros nos evaporemos, pero la naturaleza, aunque yerma, continuará por los siglos de los siglos. Y si nos vamos todos a freír chuchangas, ¿para qué tanta preocupación de cómo se queda el terreno? En resumen, que le den.

Es, grosso modo ( que no a grosso modo), la filosofía que se desprende de una de las márgenes del barranco antes aludido unos metros antes de su desembocadura. En este norte, sí, que también es mi tierra. Donde ahora lanza proclamas, como las descritas en los cuatro párrafos precedentes, la cohorte voxiana. Que tilda de petardas (calificativo preferido y que define el exquisito léxico esgrimido) cuantas acciones se encaminan a poner orden en una catástrofe ecológica más que evidente. Y de camino vale, asimismo, para etiquetar a las personas que no usamos orejeras.

Cuando el señor Domínguez participaba, días atrás, en la inauguración de la escultura plástica ubicada en la rotonda de El Burgado, patrocinada por la Fundación Loro Parque, se sumaba a la preocupación existente. Y así lo manifestó en unas declaraciones. Haciendo hincapié, además, en sus presupuestos de línea verde.

De ser verdadera la inquietud de quien aún figura en los papeles como alcalde realejero, pero que ya no ejerce, me temo que deberá poner en orden determinado gallinero. Donde un quíquere contestatario sigue a pie juntillas los dictados que suben desde la costa. Y como las ondas electromagnéticas que definiera Hertz, nos dibujan concomitancias inequívocas, podríase generar confusión entre públicos de edad avanzada, que son aquellos cuyo oído ya muestra carencias notorias y malentendidos evidentes.

Jugar a dos bandas es peligroso y los desdobles de personalidad no siempre funcionan, porque el subconsciente acaba por jugar malas pasadas. Así que, Manolo, aclara el contenido de la línea editorial. Si somos verdes, todos somos verdes. Y sobran las discrepancias. Para rey, tú, faltaría más.

De turbio, nada; voy mejorando. Lo ratificaría, si con nosotros estuviera, el maestro Manuel Plasencia, quien siempre me felicitaba –cuando escribía en El Día– con el consabido: Hoy lo bordaste, no entendí nada.

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