Todo es una farsa, un montaje, una pantomima. Es, si acaso,
uno de los fenómenos cíclicos que se producen a lo largo de la historia de la
humanidad. Vamos, como un simple resfriado que pasará después de un par de
estornudos. Luego, los gases, supuestamente nocivos (esos de la ilustración),
se disiparán y aquí no ha pasado nada. Respiraremos tanto oxígeno que deberemos
limitar las inhalaciones por control remoto para no ahogarnos con aire puro. Los
embalses alcanzarán de nuevo niveles nunca vistos, las superficies quemadas o
desaparecidas reverdecerán cual pino canario y el Barranco de San Felipe se
convertirá en un río más caudaloso que el mismísimo Amazonas; tanto que lo
haremos tan navegable como los canales venecianos. Los vecinos (y vecinas) de
La Montaña y La Luz intercambiarán pareceres en las felices tardes veraniegas,
mientras el gondolero tararea el Volare (Nel blu dipinto di blu) de Domenico
Modugno.
Las denominadas Cumbres del Clima no sirven para nada. Se
trata de un invento para que se den tono los cuatro mangantes de siempre. Fíjate
tú que hasta Patricia, la alcaldesa, fue. Y arriba se han fabricado una nueva
atracción, la activista sueca Greta Thunberg, para darle un poco más de morbo
al supuesto desastre medioambiental. Si tuvieran vergüenza y un mínimo de
responsabilidad para con los menores, que serán los herederos de ese mundo
tenebroso que nos pintan, harían bien en mandarla al instituto, en vez de estar
todo el día de paseo. Que Pisa le va a pasar factura.
No hay estudios fidedignos que avalen esa marcha atrás que
nos dibujan. Ni tampoco está demostrado el que sean los plásticos los causantes
de nada. No es de recibo que una tortuga boba –qué otra podría ser– se
atragante con una bolsa de caramelos (por confianzuda) y deduzcamos que los
mares se van al garete.
Pero, en todo caso, el mundo seguirá existiendo. Puede que
nosotros nos evaporemos, pero la naturaleza, aunque yerma, continuará por los
siglos de los siglos. Y si nos vamos todos a freír chuchangas, ¿para qué tanta
preocupación de cómo se queda el terreno? En resumen, que le den.
Es, grosso modo ( que no a grosso modo), la filosofía que se
desprende de una de las márgenes del barranco antes aludido unos metros antes
de su desembocadura. En este norte, sí, que también es mi tierra. Donde ahora lanza proclamas, como las descritas en los
cuatro párrafos precedentes, la cohorte voxiana.
Que tilda de petardas (calificativo preferido y que define el exquisito léxico
esgrimido) cuantas acciones se encaminan a poner orden en una catástrofe
ecológica más que evidente. Y de camino vale, asimismo, para etiquetar a las
personas que no usamos orejeras.
Cuando el señor Domínguez participaba, días atrás, en la
inauguración de la escultura plástica ubicada en la rotonda de El Burgado,
patrocinada por la Fundación Loro Parque, se sumaba a la preocupación
existente. Y así lo manifestó en unas declaraciones. Haciendo hincapié, además,
en sus presupuestos de línea verde.
De ser verdadera la inquietud de quien aún figura en los
papeles como alcalde realejero, pero que ya no ejerce, me temo que deberá poner
en orden determinado gallinero. Donde un quíquere contestatario sigue a pie
juntillas los dictados que suben desde la costa. Y como las ondas electromagnéticas
que definiera Hertz, nos dibujan concomitancias inequívocas, podríase generar
confusión entre públicos de edad avanzada, que son aquellos cuyo oído ya
muestra carencias notorias y malentendidos evidentes.
Jugar a dos bandas es peligroso y los desdobles de personalidad
no siempre funcionan, porque el subconsciente acaba por jugar malas pasadas. Así
que, Manolo, aclara el contenido de la línea editorial. Si somos verdes, todos
somos verdes. Y sobran las discrepancias. Para rey, tú, faltaría más.
De turbio, nada; voy mejorando. Lo ratificaría, si con nosotros
estuviera, el maestro Manuel Plasencia, quien siempre me felicitaba –cuando escribía
en El Día– con el consabido: Hoy lo bordaste, no entendí nada.
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