jueves, 12 de diciembre de 2019

A salto de mata

Puede que sea la edad. O la manía de no saber pasar de los asuntos que entiendo valgan para mejorar la vida de la ciudadanía. Pero cuarenta años después de la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos –actos se vienen celebrando para conmemorarlo en estos días, aunque no asista a ellos por profundas convicciones personales, que es tanto como si me lo prohibiera ‘mi’ religión– observo que esta nueva forma de hacer política, o de gestionar un cargo público con responsabilidades de gobierno, choca de manera brutal con algo tan elemental como la ilusión. Y es que el todopoderoso caballero don dinero ha obnubilado muchas mentes. Me da que la utopía, con ligeros tintes de locura, es sepultada por la expectativa del fin de mes (si hay paga extra, mejor), y aunque intenta resucitar allá por el veintitantos, vuelve a ahogarse con los inminentes efluvios salariales.

Y como pienso que los edificios se comienzan por los cimientos, quedémonos en la Villa de Viera. Y no en una hipotética Ciudad de la Infancia. Donde un grupo de gobierno formado por nada más y nada menos que quince concejales, de los veintiuno que conforman la Corporación, sigue sin tener claro el rumbo a seguir. Viven a salto de mata, a lo que surja cada día, al pan para hoy y hambre para mañana. Hecho que se agrava, como bien saben aquellos realejeros que ven más allá de la inmediatez (que se traduce en las presencias mediáticas esporádicas del cada vez más ausente), por la casi exclusiva dependencia de la tropa a las órdenes de la superioridad. Y dado que esta ejerce, casi de manera exclusiva, en otros ámbitos, la parálisis se acentúa. Por lo que se acometen aquellas iniciativas que actúan a modo de droga. Con lo que se tiene a un pueblo entretenido en boberías para que no se le ocurra pensar y despierte del letargo. Menos mal que los parapentistas han seguido respetando mi retiro, el sacrosanto rincón de las meditaciones.

Las proclamas electorales deberían estar reguladas. De manera que se circunscriban a exponer una programación cuatrienal de obligado cumplimiento y firmada ante notario. Porque ahora todo se reduce a plasmar en un papel (a veces de menos valor que el higiénico) hipódromos y piscinas. Como bien saben mis amables lectores, los caballos que iban a correr en la inauguración de la primera de las instalaciones citadas murieron ya de viejos. Y a la obsoleta piscina  de José Vicente seguimos acudiendo los viejitos, cada vez con más achaques. Añadan que deben estar abiertas todas las puertas por el nivel de humedad, condensación o la madre del cordero, y pulmonía asegurada. Sin contar lo de las goteras. Los lunes toca la odisea de la analítica. Son tantas las veces que pierdo el viaje, que no me va a quedar más remedio que demandar devoluciones de cuotas abonadas. El concejal de deportes se limita a repetir la cantinela ordenada: se va a hacer una nueva. Creo que Manolo ya la puso, otra vez, en la carta a los Reyes Magos. Se lo recordará en La Cruz Santa el cinco de enero próximo cuando les haga entrega de las llaves de la “Ciudad”.

Del estadio olímpico, mutis por el foro. Como se adjudican las obras a Pepe Gotera y Otilio, que saben tanto de colocación de tartán como yo de trasquilar ovejas, a esperar pacientemente. Del añadido al pabellón de deportes, realizado sin la preceptiva consulta a los entendidos, es decir, los deportistas, como El Escorial, más o menos. Y te enumero cuestiones del área que, según alegan ellos, mejor se gestiona y constituye un orgullo. Se entregan metopas a tutiplén. Que me guarden dos cachorros, entonces, de las otras.

Pero claro, compensamos con el popular saludo navideño para conseguir un pueblo próspero y con mejores oportunidades (¿para quién?). Donde tod@s tenemos importantes retos que cumplir, con la certeza de que es posible hacerlo junt@s. Pero no revueltos, me imagino. Con esos aires de modernismo lingüístico con la arroba, sin que uno de los múltiples asesores le indique la gilipollez de un uso incorrecto. O con la foto en la rotonda de El Burgado. O con un recordatorio de los coches abandonados. O con un bando para el tránsito de las cabras.

Vamos camino de tres mandatos (doce años) sin rumbo y sin meta. ¿Me olvido de los cuatro con Oswaldo? A lo que dicten las redes sociales (cómo se priva cierto concejal en ser el primero en pinchar me gusta) a través de los comentarios de mucho estómago agradecido. Alguno de los cuales se cuela hasta la cocina como si lo de todos fuera de su exclusivo uso.

Lo dejo porque me está entrando un espíritu navideño que te cagas. Sí, yo soy el malcriado, el contestatario. Pues no te arrimes, ya que el incendio sería inevitable. Y no me vengas a dar dos besos porque lo mismo…

¿Avanzamos? De manera rotunda, sí. Pero hacia la imbecilidad más profunda. Qué pena de eso que llaman progreso.

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