Puede que sea la edad. O la manía de no saber pasar de los
asuntos que entiendo valgan para mejorar la vida de la ciudadanía. Pero cuarenta
años después de la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos –actos
se vienen celebrando para conmemorarlo en estos días, aunque no asista a ellos
por profundas convicciones personales, que es tanto como si me lo prohibiera ‘mi’
religión– observo que esta nueva forma de hacer política, o de gestionar un
cargo público con responsabilidades de gobierno, choca de manera brutal con
algo tan elemental como la ilusión. Y es que el todopoderoso caballero don
dinero ha obnubilado muchas mentes. Me da que la utopía, con ligeros tintes de
locura, es sepultada por la expectativa del fin de mes (si hay paga extra,
mejor), y aunque intenta resucitar allá por el veintitantos, vuelve a ahogarse con
los inminentes efluvios salariales.
Y como pienso que los edificios se comienzan por los
cimientos, quedémonos en la Villa de Viera. Y no en una hipotética Ciudad de la
Infancia. Donde un grupo de gobierno formado por nada más y nada menos que
quince concejales, de los veintiuno que conforman la Corporación, sigue sin
tener claro el rumbo a seguir. Viven a salto de mata, a lo que surja cada día,
al pan para hoy y hambre para mañana. Hecho que se agrava, como bien saben
aquellos realejeros que ven más allá de la inmediatez (que se traduce en las
presencias mediáticas esporádicas del cada vez más ausente), por la casi
exclusiva dependencia de la tropa a las órdenes de la superioridad. Y dado que
esta ejerce, casi de manera exclusiva, en otros ámbitos, la parálisis se
acentúa. Por lo que se acometen aquellas iniciativas que actúan a modo de
droga. Con lo que se tiene a un pueblo entretenido en boberías para que no se
le ocurra pensar y despierte del letargo. Menos mal que los parapentistas han
seguido respetando mi retiro, el sacrosanto rincón de las meditaciones.
Las proclamas electorales deberían estar reguladas. De
manera que se circunscriban a exponer una programación cuatrienal de obligado
cumplimiento y firmada ante notario. Porque ahora todo se reduce a plasmar en
un papel (a veces de menos valor que el higiénico) hipódromos y piscinas. Como
bien saben mis amables lectores, los caballos que iban a correr en la
inauguración de la primera de las instalaciones citadas murieron ya de viejos.
Y a la obsoleta piscina de José Vicente seguimos
acudiendo los viejitos, cada vez con más achaques. Añadan que deben estar
abiertas todas las puertas por el nivel de humedad, condensación o la madre del
cordero, y pulmonía asegurada. Sin contar lo de las goteras. Los lunes toca la
odisea de la analítica. Son tantas las veces que pierdo el viaje, que no me va
a quedar más remedio que demandar devoluciones de cuotas abonadas. El concejal
de deportes se limita a repetir la cantinela ordenada: se va a hacer una nueva.
Creo que Manolo ya la puso, otra vez, en la carta a los Reyes Magos. Se lo
recordará en La Cruz Santa el cinco de enero próximo cuando les haga entrega de
las llaves de la “Ciudad”.
Del estadio olímpico, mutis por el foro. Como se adjudican
las obras a Pepe Gotera y Otilio, que saben tanto de colocación de tartán como
yo de trasquilar ovejas, a esperar pacientemente. Del añadido al pabellón de
deportes, realizado sin la preceptiva consulta a los entendidos, es decir, los
deportistas, como El Escorial, más o menos. Y te enumero cuestiones del área
que, según alegan ellos, mejor se gestiona y constituye un orgullo. Se entregan
metopas a tutiplén. Que me guarden dos cachorros, entonces, de las otras.
Pero claro, compensamos con el popular saludo navideño para
conseguir un pueblo próspero y con mejores oportunidades (¿para quién?). Donde
tod@s tenemos importantes retos que cumplir, con la certeza de que es posible
hacerlo junt@s. Pero no revueltos, me imagino. Con esos aires de modernismo
lingüístico con la arroba, sin que uno de los múltiples asesores le indique la
gilipollez de un uso incorrecto. O con la foto en la rotonda de El Burgado. O
con un recordatorio de los coches abandonados. O con un bando para el tránsito
de las cabras.
Vamos camino de tres mandatos (doce años) sin rumbo y sin
meta. ¿Me olvido de los cuatro con Oswaldo? A lo que dicten las redes sociales
(cómo se priva cierto concejal en ser el primero en pinchar me gusta) a través
de los comentarios de mucho estómago agradecido. Alguno de los cuales se cuela
hasta la cocina como si lo de todos fuera de su exclusivo uso.
Lo dejo porque me está entrando un espíritu navideño que te
cagas. Sí, yo soy el malcriado, el contestatario. Pues no te arrimes, ya que el
incendio sería inevitable. Y no me vengas a dar dos besos porque lo mismo…
¿Avanzamos? De manera rotunda, sí. Pero hacia la imbecilidad
más profunda. Qué pena de eso que llaman progreso.
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