lunes, 23 de diciembre de 2019

El Hierro

Estuve toda la semana pasada en El Hierro. En La Frontera, para ser más exactos. En unos apartamentos que recomiendo y en los que el huésped se siente a gusto por el exquisito trato que se le dispensa. Después de varias estancias en Los Verodes, creo disponer del suficiente conocimiento de causa como para indicarte que vayas alguna vez. Porque hace unos meses me encontré con un amigo que me señaló que no había visitado la Isla del Meridiano. Y me dieron ganas de meterlo en un avión y fletarlo. Vaya manía nos ha entrado con los deseos de visitar mundo y desconocer lo inmediato, lo nuestro. Con lo agradable que resulta el paseo desde La Maceta hasta Punta Grande. Y al revés, que el trayecto es corto. Como todas las distancias en aquella avanzadilla canaria en el Atlántico.

El Hierro es Reserva de la Biosfera, según declaración de la Unesco el 22 de enero del año 2000. Y como tal, entiendo, las autoridades insulares deben volcarse en la conservación de sus riquezas naturales. Algo que sí observo en los parajes donde no existen asentamientos poblacionales. Y las fotografías que siempre me acompañan dan buena fe de ello. Pero –y ahí va el consejo pertinente– hay mucho que mejorar en los lugares en que la presencia humana causa mella y marca huella indeleble. Debemos ser el más animal de todos los animales.

De mi inveterada costumbre de dar un pateo de vez en cuando, o siempre que puedo, son ustedes, estimados lectores, fieles testigos. Y aunque uno se halle de vacaciones, hay que andar unos kilómetros para que la tripa no se exceda de las dimensiones que cada edad establece. Y a mis 71, recientemente adquiridos, espero que los centímetros no se incrementen con respecto a los ostentados en los 70 ya superados.

Así que como uno debe mirar al suelo para que la pierna derecha no renquee demasiado, se percata de que en los solares y terrenos urbanos abandonados existe mucho plástico. Amén de latas y envases que decoran –es un decir– el paisaje. Y no será por falta de recipientes donde depositar ese mal endémico que nos abruma. Porque contenedores que nos invitan al reciclado oportuno existen en cantidad más que suficiente. Que no quede por mi parte el oportuno llamado al civismo y la compostura. No nos carguemos un territorio tan pequeño imitando el triste ejemplo de las islas en que la presión demográfica ha causado estragos de muy difícil reparación.

En las inmediaciones de los núcleos poblacionales, asimismo, es moneda corriente el contemplar maquinarias o restos de materiales de construcción abandonados. La imagen no es nada gratificante. Y no he sentido aún la tentación de inmortalizar esas fotografías. Porque aun siendo las excepciones, deberían evitarse a toda costa. Consejeros y concejales, así como todo tipo de operario dependiente de las instituciones públicas, a implicarse en la labor. Ustedes presumen de recorrer y conocer a pie juntillas cada palmo de la geografía isleña. Creen, por tanto, conciencia de que el mimo hacia nuestro entorno debe guiar los pasos en la actuación diaria. Y al que no lo entienda, la corrección conveniente.

Si somos ejemplo mundial con el proyecto de Gorona del Viento, habrá que poner especial cuidado con los tendidos aéreos. A los que habría que sumar, desgraciadamente, el cableado del telefonía. Soy consciente de que los malas prácticas del pasado no pueden ser subsanadas de la noche a la mañana. Pero echemos mano del refranero y grano a grano emprendamos esa cruzada. Es enfermedad que aqueja también a mi querida Gomera, donde increíbles maravillas naturales son atravesadas por los horrorosos dardos de los avances tecnológicos. Y si para el mal entendido progreso hemos de cargarnos lo que la naturaleza nos regala, aviados vamos.

En mi pueblo, Los Realejos, se han cometido demasiados desaguisados. Y, en general, en las islas más habitadas echamos en falta espíritus de Manrique. Así que, estimados Alpidio Armas, Antonio Ramón Chinea, Juan Miguel Padrón y Pedro Miguel Ángel Acosta, mientras el cuerpo aguante y la energía no me abandone pienso seguir visitando Valverde, El Pinar y La Frontera. Por consiguiente, que dijera Felipe, pónganse manos a la obra. Y cuando ya no pueda, a buen seguro que el amigo Inocencio me tendrá informado.

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