Estuve toda la semana pasada en El Hierro. En La Frontera,
para ser más exactos. En unos apartamentos que recomiendo y en los que el
huésped se siente a gusto por el exquisito trato que se le dispensa. Después de
varias estancias en Los Verodes, creo disponer del suficiente conocimiento de
causa como para indicarte que vayas alguna vez. Porque hace unos meses me
encontré con un amigo que me señaló que no había visitado la Isla del
Meridiano. Y me dieron ganas de meterlo en un avión y fletarlo. Vaya manía nos
ha entrado con los deseos de visitar mundo y desconocer lo inmediato, lo
nuestro. Con lo agradable que resulta el paseo desde La Maceta hasta Punta
Grande. Y al revés, que el trayecto es corto. Como todas las distancias en
aquella avanzadilla canaria en el Atlántico.
El Hierro es Reserva de la Biosfera, según declaración de la
Unesco el 22 de enero del año 2000. Y como tal, entiendo, las autoridades
insulares deben volcarse en la conservación de sus riquezas naturales. Algo que
sí observo en los parajes donde no existen asentamientos poblacionales. Y las
fotografías que siempre me acompañan dan buena fe de ello. Pero –y ahí va el
consejo pertinente– hay mucho que mejorar en los lugares en que la presencia
humana causa mella y marca huella indeleble. Debemos ser el más animal de todos
los animales.
De mi inveterada costumbre de dar un pateo de vez en cuando,
o siempre que puedo, son ustedes, estimados lectores, fieles testigos. Y aunque
uno se halle de vacaciones, hay que andar unos kilómetros para que la tripa no
se exceda de las dimensiones que cada edad establece. Y a mis 71, recientemente
adquiridos, espero que los centímetros no se incrementen con respecto a los ostentados
en los 70 ya superados.
Así que como uno debe mirar al suelo para que la pierna
derecha no renquee demasiado, se percata de que en los solares y terrenos
urbanos abandonados existe mucho plástico. Amén de latas y envases que decoran
–es un decir– el paisaje. Y no será por falta de recipientes donde depositar
ese mal endémico que nos abruma. Porque contenedores que nos invitan al reciclado
oportuno existen en cantidad más que suficiente. Que no quede por mi parte el
oportuno llamado al civismo y la compostura. No nos carguemos un territorio tan
pequeño imitando el triste ejemplo de las islas en que la presión demográfica
ha causado estragos de muy difícil reparación.
En las inmediaciones de los núcleos poblacionales, asimismo,
es moneda corriente el contemplar maquinarias o restos de materiales de
construcción abandonados. La imagen no es nada gratificante. Y no he sentido
aún la tentación de inmortalizar esas fotografías. Porque aun siendo las
excepciones, deberían evitarse a toda costa. Consejeros y concejales, así como
todo tipo de operario dependiente de las instituciones públicas, a implicarse
en la labor. Ustedes presumen de recorrer y conocer a pie juntillas cada palmo
de la geografía isleña. Creen, por tanto, conciencia de que el mimo hacia
nuestro entorno debe guiar los pasos en la actuación diaria. Y al que no lo
entienda, la corrección conveniente.
Si somos ejemplo mundial con el proyecto de Gorona del
Viento, habrá que poner especial cuidado con los tendidos aéreos. A los que
habría que sumar, desgraciadamente, el cableado del telefonía. Soy consciente
de que los malas prácticas del pasado no pueden ser subsanadas de la noche a la
mañana. Pero echemos mano del refranero y grano a grano emprendamos esa
cruzada. Es enfermedad que aqueja también a mi querida Gomera, donde increíbles
maravillas naturales son atravesadas por los horrorosos dardos de los avances
tecnológicos. Y si para el mal entendido progreso hemos de cargarnos lo que la
naturaleza nos regala, aviados vamos.
En mi pueblo, Los Realejos, se han cometido demasiados
desaguisados. Y, en general, en las islas más habitadas echamos en falta espíritus
de Manrique. Así que, estimados Alpidio Armas, Antonio Ramón Chinea, Juan Miguel
Padrón y Pedro Miguel Ángel Acosta, mientras el cuerpo aguante y la energía no
me abandone pienso seguir visitando Valverde, El Pinar y La Frontera. Por consiguiente,
que dijera Felipe, pónganse manos a la obra. Y cuando ya no pueda, a buen
seguro que el amigo Inocencio me tendrá informado.
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