martes, 30 de junio de 2020

La viruela de 1891

(Es continuación del artículo de ayer)

Mas de mil niños y adultos se han vacunado y revacunado durante los dos últimos meses en los estudios de los Sres. Zerolo y Espinosa, llevando la Junta de Sanidad su celo hasta el extremo de disponer la vacunación á domicilio para evitar los consecuencias de la apatía ó de la indiferencia de alguno, de la que con razón sobrada se queja el Sr. Gómez.

Desde que se dio el primer caso desgraciado de viruela en esta Villa, se han tomado todas las medidas de precaución que aconseja la ciencia en estos casos, y la incomunicación mas rigurosa, y la desinfección mas constante y hasta la quema de los objetos que estuvieron en contacto del enfermo, nos han puesto á cubierto, en lo posible, de nuevas y lamentables infecciones. Después de ese primer caso, solo hemos tenido cuatro atacados, dos adultos y dos niños, los cuales, sometidos también á una completa incomunicación y visitados á todas horas por el facultativo titular de esta Villa, han pasado con felicidad los diversos períodos de la enfermedad variolosa, creyendo nosotros que las medidas adoptadas, en unión de la suavidad y demás condiciones salutíferas de nuestra privilegiada comarca, nos librarán en término breve, de la zozobra en que actualmente vivimos.

Otra de las pruebas que hablan muy alto en pro del celo desplegado en esta ocasión por nuestra autoridad local y por la Junta encargada de la salud pública, es la acertada prohibición de la popular fiesta de San Isidro, y de la no menos popular, si bien más pacífica, de la Octava del Corpus, fiestas que atraen á esta Villa gran número de forasteros, y reúnen en determinado espacio á muchos miles de personas. Pues bien; como es sabido que toda aglomeración de individuos es causa abonada para el desarrollo de las enfermedades epidémicas, el Sr. Alcalde, de acuerdo con la Junta de Sanidad, ha dispuesto que dejen de celebrarse ambas festividades (en su parte cívica se entiende) prestando con esta medida de precaución un verdadero servicio á la salubridad del pueblo que administra.

Conste, pues, que en la Villa de Orotava se presta el debido homenaje á los dictados de la ciencia, y que si no podemos librarnos de la viruela, no será por faltas cometidas por los encargados de la salud pública, sino porque causas superiores á su voluntad así desgraciadamente lo han permitido”.

Este prolijo comentario, que viera la luz en El Valle de Orotava, 26 de mayo de 1891, año IV, número 158, página 2, nada desmerece de la situación actual. Las concomitancias son más que evidentes. Aunque hoy prime lo audiovisual, los párrafos anteriores nos conducen, inexorablemente, a pasajes bien recientes. Pero hay más:

“La Alcaldía de esta Villa, velando con un celo que la honra, porque la enfermedad variolosa no adquiera desarrollo en esta localidad, como hasta hoy se ha conseguido merced á las medidas de precaución y de aislamiento que se han adoptado, y á la vacuna y revacunación á domicilio en la población y por los campos, ha publicado un edicto previniendo que en el corriente mes se quiten del casco del pueblo y coloquen á una distancia de dos kilómetros por lo menos, los estiércoles que se tengan depositados dentro de aquel; que los cerdos sean trasladados al campo; que los dueños de estanques los limpien inmediatamente, renovando el agua con frecuencia; que no se vendan frutas inmaduras, bebidas adulteradas y comestibles insalubres ó en descomposición, que solo se lave en los lavaderos públicos de las nueve de la mañana á las seis de la tarde; que se limpien diariamente los estercoleros, vertederos de basuras, cocheras, cuadras, establos, corrales, etc.; que el barrido de las calles se haga en todos los dias que están señalados, regándolas previamente; y, en fin, que en las casas y habitaciones haya la más perfecta limpieza, tanto interior como exteriormente, que las letrinas no estén al aire libre ni despidan olores molestos, y que los sumideros se hallen en condiciones convenientes. Aplaudimos las medidas de la autoridad local, y excitamos al vecindario á que las cumpla puntualmente en beneficio de la salud pública”.

De El Valle de Orotava, 26 de junio de 1891, año IV, número 162, página 2. Y qué te voy a comentar que ya tú no estés pensando, tras estos meses de ‘entretenimiento’ que llevamos.

Al respecto, asimismo, dos últimos botones del muestrario:

“Según nuestras noticias, el Sr. Gobernador de la provincia telegrafió hace pocos dias, al Sr. Alcalde de esta Villa preguntándole si era cierto lo que se le había dicho de que en la misma se estaba padeciendo la difteria con carácter epidémico; lo que demuestra que en la ciudad de la Laguna, donde se halla residiendo S. S., ha cundido esa falsa noticia, corroborándolo el hecho de haber servido de motivo, entre otras cosas, al corresponsal en dicha población de nuestro estimado colega El Liberal de Tenerife, para dirigir un telegrama á este citado diario.

Ignoramos el objeto que se persiguiera con tan inexacta aseveración; pero de todos modos debemos hacer constar que los casos de difteria que aquí han ocurrido han sido muy pocos, tan pocos que no han debido llevar la alarma á ningún pueblo; y que hoy la salud pública en éste es completamente satisfactoria”.

Ahora serían otros (piensa mal y acertarás) los encargados de similares comportamientos. Y ya que hemos vuelto a esa ‘nueva normalidad’, va la restante:

“A propósito de salud pública, nos es muy grato consignar también que en el vecino Puerto de la Cruz ha mejorado de un modo notable, hasta el punto de que según nuestros informes, que estimamos fidedignos, solo queda un varioloso en franca convalecencia, aislado y perfectamente asistido; por lo cuál y por las medidas higiénicas y de precaución que ha adoptado el celoso Sr. Alcalde de la expresada localidad D. Sebastián Fernández Montañez, no es aventurado considerar radicalmente extinguida en ella la enfermedad de que tratamos.

Nuestro aplauso al Sr. Fernández, que esperamos no desmaye en la obra sanitaria que ha emprendido para tranquilidad y fomento de esta comarca”.

Publicadas ambas en El Valle de Orotava, 3 de octubre de 1891, año V, número 175, página 3. Cuando escuchemos aquello de que la historia se repite, no miremos a otro lado.

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