martes, 1 de septiembre de 2020

No soy periodista

El poseer algunos estudios universitarios en la rama de Ciencias de la Información no me concede, per se, el marchamo de periodista. Creo no disponer de los mimbres adecuados para el ejercicio de tan noble tarea. Y ni el largo periodo de dos meses de merecidísimo descanso (no, el bobo, si no me las echo yo –las flores– espera sentado a que te saquen transportado de tu casa o del hospital) ha sido capaz de convencerme a contrario sensu.

Durante el respiro veraniego –del blog– las décimas han seguido, no obstante, su curso. La ración de al menos una diaria constituye un ejercicio de obligada observancia. Ya son varios los años que cumplo con el rito. La gaveta, pues, acumula un buen puñado de cientos. Pero, y aclaro por enésima, sin afán competitivo alguno. Admiro profundamente a los repentistas y quédome anonadado cuando se enfrentan improvisando versos. Personifíquenlo, si les apetece, en el gran Yeray Rodríguez. Todo lo que pueda escribir de su quehacer este aprendiz sería insuficiente. Pero para las disputas ya estoy viejo.

Y como los amigos siguen trayéndome reseñas de insignes parlanchines, no me queda más remedio que reconocer a encumbrados ases en el mundo de la comunicación. Esos sí son periodistas. Llámense Jacobo, Miguel, Salvador, Juan Carlos, Pepe, Daniel o Juan el de los palotes. Qué más da. El nombre es lo superfluo. Lo enjundioso, el intríngulis, debemos buscarlo en los contenidos. Que plasmados en comandita, y con un guion lexicográfico digno de profundo análisis, constituyen el complemento del fanatismo (verbal, aunque no menos peligroso que otras modalidades) con el que nos alimentamos diariamente. No nos extrañan, por lo tanto, las palabras de Joan Manuel Serrat: “Tenemos que dejar de regarla (la vida) todos los días con esa mierda que produce la televisión, violencia sin sentido y sin explicación”.

Vayan estas cuatro como ejemplo y botón de muestra para este arranque del curso. Parezco un maestro de escuela. Virtual claro:

Caterva de tertulianos
en cierta televisión,
que razonan un montón…
con el culo, mis hermanos.
Se presentan bien ufanos
a selectas confluencias,
que aplauden sus ocurrencias
con nuevas disertaciones
surgidas de sus cojones,
origen de sus sapiencias.

Argumentar con “o sea”
demuestra la inteligencia
de quien vive de pendencia,
bazofia y de verborrea.
Todo aquel que piense y crea
que el insulto es su razón,
no tardará la ocasión,
pues la vida vueltas da,
que el tiempo le brindará
pastillas pa´l revolcón.

De mayor quisiera ser
consumado tertuliano,
para pensar con el ano
y muchas cosas saber.
Porque es bonito tener
televisivas presencias,
que demuestren… las carencias
y disparates sin freno,
pero tú dirás: ¡Qué bueno,
se colman mis apetencias!

Periodistas de postín
por el Puerto proliferan,
aquellos que vociferan
y el insulto es su festín.
Solo admiten que el afín
aplauda sus procederes,
pero la bilis tu vieres
si existiera raro bicho
que pusiera en entredicho
el sentir de tales seres.

Y los posibles aludidos (trataríase, en todo caso, de mera coincidencia) son, o deberán, sin embargo, las buenas personas. De ahí la foto de marras. O puede que Ryszard Kapuscinki esté equivocado. Que podría ser. Las opiniones, ya se sabe, son libres.

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