miércoles, 3 de junio de 2020

Otro fin de curso

“Otro curso que finaliza. Con sus pros y con sus contras. Con sus ventajas y sus inconvenientes. Pero con la sensación de que siguen fallando muchas cosas en el terreno educativo. Y de que los alumnos han perdido el norte. Que no se estudia y que la pérdida de valores adquiere tintes alarmantes.

Lo malo es que entiendo puedan existir posibilidades para ir arreglando el desaguisado que entre todos hemos ido fabricando.  Y los movimientos asociativos mucho tendrían que aportar. Porque hemos ido creando niños y niñas de juguete, que han constituido en su más tierna infancia el entretenimiento de la familia, a los que hemos dotado de todos cuantos caprichos se le han antojado. Y ahora, una vez crecido de manera torcida, intentamos inútilmente ponerlo derecho.

Nos hemos empeñado en darles todo aquello que nosotros no tuvimos y el acomodo que han adquirido se ha constituido en tremendo hándicap. Han perdido su escala de valores y no son capaces ni siquiera de entender que las cosas puedan suponer algún tipo de sacrificio. Acostumbrado a abrir la boca y tener a su disposición inmediata cualquier artilugio, hacerles comprender que el estudio puede implicar un bien en un futuro, próximo o lejano, no constituye aliciente alguno.

Porque el saber cuesta, independientemente de la metodología utilizada. Hay chicos que acuden a las aulas, porque en esas horas de la mañana se aburren en la calle. Pero pasan olímpicamente de cuanto allí se comenta y se explica. Porque ni lo entienden ni les interesa depositar su atención en explicaciones que nada les dice. Y como el sistema educativo se ha trazado desde líneas de la generalidad, escasas alternativas puede ofrecérseles a esos chicos y chicas desmotivados. Que cada vez son más. Y que tienen la rara habilidad de ir llevando a su campo a los que aún se les ve alguna posibilidad.

Pero como también existen alumnos que, por los motivos que sean, todavía creen que el éxito en la vida es directamente proporcional a la preparación adquirida y rinden a plena satisfacción, nos encontramos con clases en las que se decantan dos grupos en los extremos: sobresalientes y objetores, interesados y pasotas, preocupados e indiferentes. Con lo que se está convirtiendo en normal lo que hasta hace bien poco no era corriente. Y aquellos que llevamos unos cuantos septiembres en esta labor, hemos sido testigos de un cambio brutal, radical. Con chicos cada vez más inteligentes, pero menos trabajadores. Con mentes privilegiadas que se pierden en el más duro anonimato y pasan a formar parte de un colectivo de gente apática, dependiente y cargada de cansancio y sopor desde el instante en que se levantan hasta que por la noche depositan sus huesos en el catre, aun sin haber realizado el más mínimo esfuerzo físico o mental.

Nos hemos cargado la formación profesional y obligamos al alumno a permanecer obligatoriamente hasta los dieciséis años entre las cuatro paredes del aula. Lo malo es que con el bagaje de conocimientos extras y de calle, bien poco le interesa lo otro. Y desde Primaria se detecta que la balanza se inclina peligrosamente. Ya no es necesario esperar a los últimos cursos de Secundaria, los supuestamente peligrosos. 

Las asociaciones de madres y padres algo tendrían que aportar. Porque en la actualidad, como la mayoría de colectivos, vegetan y ni acuden al requerimiento de los docentes. Se hacen campañas furibundas para lograr que los maestros saquen a los chicos de excursión. Como si las actividades extraescolares fuesen la solución a los problemas de estudio. Sin darse cuenta de que esa alternativa ya no supone un aliciente ante unos chicos que viajan y se divierten como nunca. Y que en su vida normal tienen a su alcance cualquier premio que pueda ofrecerle la escuela. Con lo que acaba por ser otra novelería más que añadir al amplio capítulo de distracciones varias.

Me temo que la solución esté en los propios chicos de hoy. Que serán padres del mañana. Porque los adultos de hoy hemos perdido el principio de autoridad por aquello del modernismo y de ser más progres que nadie. Y con todos los medios a su alcance, con un enorme catálogo de derechos bajo el brazo, sin ninguna obligación que cumplir, parece que debemos conformarnos con que acudan a clase. Y no todos los días. Triste y crudo, pero real, como la vida misma.

Pesimista, puede. Debe ser que en esta semana, en la que los alumnos inician el largo periodo de vacaciones oficiales, estoy más reflexivo que nunca. Ojalá me equivoque rotundamente. Sería buena señal”.

Fue el comentario, hace veinte años, en una emisora de radio participativa por estas fechas de final de curso. Las cosas han cambiado. Y mucho. En todas las facetas. De una parte, dejé de prestar atención a las llamadas de medios de comunicación audiovisuales por razones que no vienen al caso. No voy a dar chance esta vez a quien pueda sentirse feliz nadando en el fango. De otra, llevo jubilado largo periodo. Por lo que vivo la pandemia, y los avatares educativos, de otra manera. Entre uno y otro hecho tuve tiempo de transitar aulas universitarias en La Laguna. Los posibles méritos contraídos siguen en una gaveta. Pero peregrino libre por la vida sin especiales ataduras. Despreocupado, nunca. Reivindicativo, siempre.

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