jueves, 11 de junio de 2020

Infecciones y epidemias

Ahora que la pandemia del coronavirus nos acerca al nonagésimo día del estado de alarma, se me ocurrió, en ese husmear en las hemerotecas digitales de las universidades canarias, buscar posibles informaciones relacionadas con enfermedades infecciosas. Así, en La Opinión, 11 de junio de 1890, año X, número 704, páginas 3 y 4 (se cumplen hoy 130 años) me tropiezo con estas dos pinceladas dentro de un apartado que denominaban Sección Provincial. Transcribo literalmente:

“Como ya estamos en pleno verano y el desarrollo de los calores favorece grandemente el de los gérmenes infecciosos que tan nocivos son a la salud, nos permitimos llamar la atención de nuestra digna autoridad local hacia cuanto se relaciona con la higiene y salubridad del vecindario, para que con el celo que la distingue redoble su vigilancia y adopte todas aquellas medidas que estén dentro del círculo de sus atribuciones, á fin de alejar hasta el más ligero motivo de peligro para el supremo bien de la salud que afortunadamente disfrutamos.

En todo tiempo, pero muy especialmente durante la estación canicular, debe evitarse que existan dentro de poblado criaderos de cerdos, corrales, depósitos de estiércoles y otras materias pútridas que puedan viciar y descomponer el aire, asi como las charcas y depósitos de aguas sucias cuyas emanaciones contribuyan á aumentar el peligro de que tratamos; y aunque sabemos que en este sentido se han dictado por la Alcaldía las prevenciones más terminantes, no estará de más reiterarlas con severísimos apercibimientos para evitar que por descuido ó negligencia de sus agentes puedan dejar de cumplimentarse en algún caso.

Otro de los puntos en que debe fijarse cuidadosamedte la atención de nuestra Autoridad municipal es en el de los alimentos que se destinan al consumo público y que como las carnes, los pescados, las frutas y las bebidas, son más susceptibles de descomposición en esta época y pueden acarrear graves é irreparables perjuicios si se expenden en mal estado. Cuando había Gobernadores que se preocupaban menos de hacer administración pero que se mostraban más celosos del bien estar moral y material de sus administrados, los preceptos higiénicos se recordaban á menudo y se les dedicaba la preferente atención que por su importancia merecen. Pero como los tiempos han cambiado y no hay que esperar al presente nada provechoso de nuestros estériles gobernantes, los lectores de LA OPINIÓN nos perdonarán que hayamos dedicado á este asunto las breves líneas que anteceden, llevados por nuestro buen deseo de procurar que todos, gobernantes y gobernados, se penetren de la necesidad de observar una buena higiene y de exijir rigurosamente el cumplimiento de los preceptos que atañen á la salubridad pública, para no tener que deplorar los males que pudieran sobrevenirnos de relegar al olvido cuestión de tan capitalísima importancia”.

Y la segunda, algo más corta:

“Aunque por fortuna no ha tomado mayor incremento la epidencia variolosa que se padece en el pago de la Goleta del pueblo de Arúcas, el mal ha ocasionado sin embargo algunas víctimas y todavía el día cuatro, según parte de la Alcaldía, tuvo lugar una nueva invasión y quedaban en tratamiento once atacados de dicha enfermedad.

Quiera Dios que pronto se vean libres nuestros hermanos de Arúcas del peligro de tan contagioso mal y que ningún otro pueblo de la provincia esperimente las deplorables consecuencias de la funesta imprevisión que ha debido ser causa de las aflictivas circunstancias que se atraviesan en aquella localidad”.

De la misma fecha (11-junio-1890), pero en Valle de Orotava (año III, número 112, página 1), periódico de intereses generales, un artículo, a modo de editorial, que bajo el título La emigración realiza un singular enfoque de ese peculiar fenómeno:

“Uno de los males mayores que experimenta la isla de Tenerife en los actuales tiempos, es la emigración de sus hijos á los diferentes países de América, emigración que de continuar en la progresión creciente en que se desarrolla, dejará nuestros campos sin brazos útiles para el trabajo, y nuestras poblaciones sin sirvientes domésticos: tal es el ansia vertiginosa que se ha apoderado de nuestros paisanos.

Empero; tal emigración en una escala como la indicada, no se halla en manera alguna justificada, y asi lo deducimos de los siguientes razonamientos.

La emigración se desarrolla, entre otras causas de menor importancia, á nuestro juicio, por las siguientes:

1. Por falta de ocupación en el país, para los obreros y trabajadores de toda clase.

2. Por la aspiración de enriquecerse que sienten muchos de esos individuos con la que constantemente sueñan y  

3. Por los impuestos y trabas que el Estado decreta y que agobian verdaderamente al trabajador.

Examinemos, pues, las anteriores causas y veamos que no todas se dan hoy entre nosotros, no hallándose justificada por tanto la emigración que sinceramente lamentamos y que de seguro servirá de concausa á nuestra ruina más ó menos inmediata…

(seguiremos mañana)

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