En primer lugar, podemos afirmar con certeza que en la
actualidad no falta ocupación en esta isla al obrero laborioso y honrado. Las
obras de los puertos de Santa Cruz y de Icod en construcción; la del Gran Hotel
del Puerto de la Cruz, los trabajos agrícolas emprendidos en Icod y Silos por
la casa comercial de Latburi y compañía, ofrecen ocupación á cuantos
trabajadores lo soliciten y siempre hemos oido quejarse á las empresas de falta
de brazos para las distintas obras emprendidas.
¿Y como se explica, nos dirán, que emigren trabajadores que
se quejan de falta de ocupación apropiada á sus aptitudes?
Pues sencillamente, porque esos individuos no son amantes
del trabajo, ó tendrán vicios que hagan que los alejen los directores de las
construcciones y emigran suponiendo que en América se hallan las calles
empedradas con monedas de cinco duros y que se atan los perros con longaniza.
Verdaderamente estos emigrantes no hacen mucha falta que
digamos, pero su ejemplo contagia á otros buenos trabajadores que abandonan
este país y cuya falta se hace bastante apreciable y sensible.
La segunda de las causas apuntadas es la que ciertamente
arranca más convecinos de sus queridos hogares en dirección del Nuevo Mundo. La
aspiración del hombre es insaciable é ilimitada como su espiritu, y no hay
esperanza mas halagadora que la de ser rico; por ella se afrontan las mayores
privaciones y se imponen los mas grandes sacrificios y por ella, en fin, se
abandona la querida patria, para quizás no volverla á ver jamás.
¡Pero cuantas decepciones sufren estos incautos al pisar el
suelo americano!
Allí, bajo un cielo tropical que enerva sus fuerzas; en
medio de populosas ciudades en las que la vida es sumamente cara; sin tener una
mano amiga que guie sus pasos en aquellas desconocidas regiones, pronto se
siente el desaliento que impone la realidad de las cosas y se vé palpablemente
que el cielo de color de rosa que se había soñado, ni es cielo, ni tiene el
color de las bellas flores citadas, teniendo que exclamar el incauto,
parodiando al poeta: «Lástima grande, que no fuera verdad tanta belleza.»
El arrepentimiento llega tarde; la miseria cierne sus negras
alas sobre el emigrante que concluidos sus pocos ó muchos recursos llevados de
reserva, tiene que mendigar un pedazo de pan con que saciar su hambre, y feliz
él si encuentra algún caritativo paisano que le mantenga durante meses hasta
conseguir la deseada colocación, que muchas veces no viene, ó que promueva una
suscripción para hallar medios con que volver á la abandonada patria.
Esto no es elucubración de la fantasía; esto es la realidad
amarga, fea y triste, pero exacta. Léase la prensa y se verá los inmigrantes
que desde Buenos Aires regresan á los distintos puertos de la industriosa
Cataluña, en doble número en los meses del presente año á los que emigran en
dicha Provincia; adquiéranse noticias de nuestros paisanos residentes en
América del Sur y se comprenderá la decepción que han sufrido muchos infelices
que sin pan que dar á sus hijos, duermen al raso en parques y plazas de la gran ciudad, sostenidos únicamente
con la limosna que les suministran las sociedades y las personas caritativas.
Presumimos que se nos objetará para destruir nuestros
argumentos, que muchos de nuestros paisanos han regresado ricos de América,
habiendo salido pobres de estas islas, hecho que no podemos negar; pero aparte
de que esas improvisadas fortunas se hicieron en épocas mejores para América
que las presentes, en las que la crisis económica es general en los distintos
territorios latinos de la misma; aparte de que muchas de esas riquezas se deben
al azar de la suerte, en el juego de lotería, por ejemplo; es lo cierto que
esas fortunas son muy pocas, son insignificantes, comparadas con el enorme
número de emigrantes de estas islas, de los cuales muchos pierden la vida en
aquellas apartadas regiones, y otros se quedan allí viviendo pobremente, sin
recursos para inmigrar nuevamente á estas tierras y los menos vuelven á ellas
sin capital, sirviendo de befa y chacota á los desocupados que se burlan de la plancha
realizada por aquellos ilusos soñadores.
Respecto á la tercera de las causas referidas deploramos
sinceramente que exista, debida á la mala administración de nuestros gobiernos;
pero el bracero es el menos que siente el mal, pues apenas le alcanza: esos
impuestos no se le imponen y en caso de que les graven, no los pagan, por la
sencilla razón de que no tienen de donde.
Por estas razones creemos que la emigración, tal como hoy la
vemos planteada, es un verdadero vértigo que se ha apoderado de nuestros
convecinos, sin motivos bastantes que la apoyen: piensen bien los emigrantes el
paso que dan abandonando sus hogares y tomen ejemplo en los que hoy lloran
expatriados su impremeditada marcha.
(concluiremos mañana)
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