jueves, 25 de junio de 2020

Educación popular (1)

En ese repaso que llevamos efectuando esta semana, nos tropezamos en El Valle de Orotava, 30 de septiembre de 1889, año III, número 91, página 1 con un amplio artículo que, a modo de editorial, incide en algo que no difiere demasiado de espectáculos poco gratificantes que hoy podemos contemplar en romerías y otros eventos festivos multitudinarios. El contexto ha cambiado, por supuesto. Los avances sociales han permitido que el nivel de instrucción se eleve considerablemente con respecto a la sociedad analfabeta de hace más de 130 años. Pero mejor lo dejo a tu consideración y realiza las valoraciones que estimes conveniente. Bajo el epígrafe de Educación popular, era del tenor literal siguiente:

“Si el periodismo es, ó debe ser, una tribuna desde la cual se ha de levantar la voz en tono resuelto, pero comedido, pidiendo mejoras ó demandando justicia á los que, colocados en los primeros puestos, manejan á su antojo los destinos de la Nación, también debe convertirse alguna que otra vez en cátedra, cuando los pueblos, entregados á si mismos, es decir, sin más guia que sus propios instintos, y obedeciendo tan solo á esos rudimentarios preceptos que se les inculcan en el seno del hogar doméstico, y que fácilmente olvidan cuando la pasión los avasalla, descienden al resbaladizo terreno de las inconveniencias ó de la despreocupación que hoy tanto priva entre todas las clases sociales.

Nunca hemos podido presenciar con indiferencia, antes por el contrario, hemos sentido lastimadas nuestras más profundas convicciones, cuando en fiestas religiosas ó civico-religiosas, como ha dado en decirse para autorizar la orgía y el desencadenamiento de todos los vicios, vemos que la juventud y el pueblo, en general, no creen haber cumplido con lo que de ellos exige la solemnidad del dia, sino buscan en la embriaguez una careta con que disfrazar el escándalo. Y no es preciso que la festividad de éste ó del otro santo, venga á servir de pretexto para que el pueblo se entregue á esas licenciosas bacanales. Durante la noche; cuando el labrador y el artesano debieran buscar en el descanso reparación á sus perdidas fuerzas, el deseo ardiente de hallar en una excitación dañosa, los goces que no pueden ó no saben encontrar en los brazos de la esposa amante, ó en el círculo de sus inocentes hijos, les obliga á encerrarse en infectos tugurios, donde los azares del juego pueden llevar á sus labios la escandecida copa, génesis, muchas veces, de la cárcel y del presidio.

Es más. Hay una edad en el hombre, esa edad que empieza á descubrir ante nuestros ojos un mundo lleno de seducciones, de encantos desconocidos; esa edad en que aspiramos á sacudir el intolerable yugo que nos imponen los autores de nuestros dias, queriendo asirnos, en cambio al verdaderamente insoportable que nos imponen las pasiones; en cuya época, no basta á nuestros sentidos el natural vigor de que nos hallamos posesionados, sintiendo arder en nuestras venas una sangre riquísima en principios vitales y correr por todo nuestro organismo el fluido nérveo con rapidez vertiginosa, sino que, ganosos de equipararnos á los hombres ya duchos en el espinoso camino de los placeres, apelamos al antihigiénico y reprobado medio de la embriaguez, para lucir mejor nuestra precocidad y lanzarnos con mayores bríos á la consecución de lejanos y engañosos espejismos.

Pues bien; ¿puede ser indiferente á las personas constituidas en autoridad, desde el Gobernador civil de la Provincia, hasta el último Alcalde de la más insignificante aldea, que estas costumbres se toleren, se aplaudan y hasta se secunden, desconociendo los incalculables perjuicios que con ello se irrogan á la colectividad? Puede nadie, que de mediano pensador se precie, calcular que la orgia organizada, que la bacanal, con éste ó el otro pretexto llevada á cabo, pueden conducir a otros puntos que á la desmoralización y al olvido de todas las conveniencias?

Y no es esto querer decir que nosotros nos opongamos en absoluto á las fiestas cívico-religiosas, tan frecuentes en esta época del año. Creemos que los pueblos, como las familias, como los individuos, necesitan ciertos momentos de expansión para olvidar en lo posible los continuos afanes de la existencia; pero de esto, á permitir el desenfreno de las ficciones y del lenguaje hasta un extremo que choca contra todo principio de una regular educación, hay una inmensa diferencia. Permítanse al pueblo honestas distracciones que lo civilicen y lo dirijan por el camino de su perfeccionamiento, pero seamos todos intolerantes con la desvergüenza y el escándalo. (continuará)

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